Ganó Trump, ¿seguro?
Donald Trump se pasó la campaña sembrando dudas sobre las elecciones a las que él mismo estaba optando. Ahora que ganó nadie se acuerda, pero ... en su argumentario solo caían dos opciones: o gano yo o los comicios están amañados. Es esa misma posición que le llevó a deslegitimar la elección de Joe Biden en 2020. Y a alentar el asalto de una turba de fanáticos de extrema derecha al Capitolio a primeros de 2021, que, por cierto, interrumpieron la sesión en la que estaba previsto certificar la victoria de su oponente.
En un contexto así sería casi de justicia poética que alguien le devolviera el golpe y le soltara a la cara la sombra de la sospecha. Por aquello de donde las dan, las toman. Pero Trump cuenta con una importante baza a su favor: que juega con ventaja frente a los que sí son verdaderos demócratas, los que respetan las reglas del sistema y que reconocen sus derrotas.
Y eso fue lo que hizo Kamala Harris, que muy pocas horas después de los resultados, compareció ante la opinión pública, felicitó, protocolariamente, a su adversario, asumió su derrota y se puso a su disposición para facilitarle una transición ordenada y sin sobresaltos.
El sistema democrático tiene estas paradojas. Es tan garantista, o debe serlo, que incluso traga con aquellos que no lo quieren, que juegan a reventarlo. Hoy, como en 2016 o en 2020, Donald Trump sigue siendo un peligroso quintacolumnista que, si le dejan, tratará de minar, cual termita, la solidez y la robustez del mismo sistema que lo aupó.
Lo peligroso, y dramático, de este caso es que las consecuencias de sus actos no solo las pagarán los estadounidenses, sino que afectarán al orden mundial pese a que nosotros, el resto del mundo, no lo hemos votado.
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