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Fútbol sin identidad

Sábado, 17 de febrero 2018, 09:49

El fútbol canario tiene su propia identidad, que al tiempo es una identidad cultural. La esencialidad del futbolista canario radica en una exquisita habilidad técnica, y en un trato primoroso con el balón. Al jugador canario le gusta ser partícipe directo del juego, en menoscabo, en muchos casos, de una disciplina física y táctica. Estos últimos valores, muy esenciales en el fútbol moderno, fueron introducidos por Ernesto Pons, cuando en los años 60 se hizo responsable de la cadena de filiales». Eso asegura Francisco Galante, catedrático de Historia del Arte de la Universidad de La Laguna, en mi libro El Fútbol canario. Identidad, y otros desmarques.

En consonancia con esos planteamientos, el profesor Galante es partidario de mantener la identidad ofreciendo las máximas oportunidades al jugador canario. «Otras canteras lo hacen sin el menor riesgo, y con jugadores técnicamente menos cualificados (por ejemplo, la bilbaína). Pero hoy el fútbol, y todos lo sabemos, es otra cosa. Grandes empresas que invierten mucho dinero pero que son capaces de rentabilizarlo. Está regido por hombres de negocios, por el gran capital. Como la vida misma».

Pero, concluye, a pesar de todas las dificultades y obstáculos presentes en este mundo globalizado y en el que en el fútbol se producen inversiones disparatadas, hay que seguir tendiendo hacia la utopía, «hacia el sueño que está a nuestro alcance. Todo está en hacer bien las cosas desde la base, desde los orígenes. Lo hemos logrado, y lo podemos alcanzar».

Coincido con Francisco Galante en que es posible alcanzar niveles competitivos con una amplia base de cantera y la incorporación de fichajes que aporten un plus de calidad. Eso funcionó en el breve paso de Quique Setién por la nave amarilla. Un entrenador que sintonizó con el fútbol canario y que sigue pensando que el fútbol debe tener, necesariamente, un elevado componente lúdico. Que no solo se trata de ganar sino de jugar bien, de disfrutar, de divertir y divertirse.

En la misma línea, Carmelo Rivero, periodista y coautor de Valdano, sueños de fútbol, valora el enorme potencial futbolístico que existe en las Islas, pero añade que la apuesta por la cantera exige, en primer lugar, tenerlo claro; y, en segundo, mucha paciencia, huyendo de cualquier visión cortoplacista. Y la paciencia, como sabemos, no suele ser una de las virtudes más presentes en este deporte, ni en las gradas ni en los despachos.

Recupero las reflexiones de Galante y Rivero en estas fechas en las que la Unión Deportiva Las Palmas sufre una grave crisis de identidad y de fútbol. De ser el equipo de moda en la primera fase de la pasada campaña se ha pasado a las urgencias de una pésima clasificación y una mala imagen futbolística, muy lejos de las virtudes que entusiasmaron al público en los distintos campos españoles.

Resulta muy llamativo como, en un corto período de tiempo, cambian radicalmente las cosas, en este caso a peor. Hace poco más de un año le dimos una auténtica lección futbolística en el Santiago Bernabéu a un club plagado de estrellas que, en esa misma temporada, ganaría la Liga y la Champions. Con un equipo amarillo en el que había una importante presencia de la cantera isleña.

La UD era entonces referencia en la liga española de un fútbol diferente que, sin los presupuestos millonarios de los grandes clubes, competía sin complejos en belleza con estos. Y recibía elogios de numerosos analistas deportivos. Los más veteranos hacían comparaciones con el equipo de finales de los sesenta que alcanzó un segundo y un tercer puesto en la liga y maravilló durante más de una década con jugadores como Germán, Guedes, Tonono, Martín, Castellano, León o los dos gilbertos.

Hoy, la UD – tras ser dirigida en media liga por tres técnicos: Márquez (que se marchó dignamente), Paquito (que estuvo fugazmente) y Ayestarán (al que se fichó y mantuvo incomprensiblemente)- lucha, con Paco Jémez al frente de la plantilla, por eludir el descenso, tras una primera fase nefasta, de escasos puntos y de elevada debilidad defensiva. En la última alineación titular, en el nuevo San Mamés, el único nacido en las Islas era Viera. Con Tana como más frecuente recambio, los Castellano en fase de desaparición y Vicente Gómez fuera de la convocatoria. Ahora nos visita Roque Mesa, en las filas del Sevilla tras su breve paso por la Premier.

La pasada semana el equipillo empató a cero en un encuentro tremendamente aburrido, de muy escasa calidad y que me hizo rememorar al escritor uruguayo Eduardo Galeano cuando decía: «Yo no soy más que un mendigo de buen fútbol. Voy por el mundo, sombrero en mano, y en los estadios suplico una linda jugadita por amor de Dios». De esas, apenas hubo en Bilbao. El equipo vasco tampoco está para muchas virguerías, con un fútbol plano y sin un cerebro organizador en el césped, confiándolo todo a la velocidad de Iñaki Williams y al acierto rematador del veterano Aduriz. Así como a la añadida seguridad que aportan sus muy buenos porteros.

Ahora el objetivo de Las Palmas es salvar, como sea, la categoría. Sacrificando para ello el buen gusto con la pelota y, también, la cantera. Se han fichado numerosos jugadores en el mercado de invierno. Unos apuntan maneras, la mayoría son verdaderas incógnitas en su rendimiento. La considerada por el presidente como «la mejor plantilla de la historia del club», la que arrancó las competiciones en verano, parece que no lo era tanto.

Cuando escribo estas líneas Viera, el mejor futbolista de la última hornada, tiene un pie fuera del club. Quiere aprovechar la cuantiosa oferta económica de un club chino, con cifras imposibles de abordar por la UD. Será probable entonces que veamos alienaciones sin ningún canario. Y fútbol sin ninguna brillantez, la que el mago Viera aporta cuando contacta con el balón.

«Resistiendo a la globalización, lo local existe. Se reivindica y nos hace distintos, ni mejores, ni peores. Y, a falta de títulos, nos entusiasma que los nuestros nos deparen muchos momentos de buen fútbol. Porque hacer las cosas bien, ser fieles a un estilo, es también una modalidad de triunfo». Esto escribí hace un año y, aunque no esté de moda, lo sigo sintiendo y defendiendo.

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