El rapto
Acabados los Juegos Olímpicos y a la espera de que el balón futbolístico empiece a rodar en serio -lo de los torneos veraniegos se ha ... convertido en una especie de karaoke-, más de uno se pregunta ante el televisor: «¿Y ahora qué veo?»
Para esos, una sugerencia que se puede encontrar en Movistar: 'El rapto'. Había leído las reseñas de algunos críticos de esos de los que uno se fía cuando la película del director italiano Marco Bellochio se presentó en la penúltima edición del Festival de Cannes. Allí fue bien recibida, salvo, claro está, por la prensa más católica, esa a la que sobran argumentos en el guion para soliviantarse. Pero es comprensible si somos un pelín empáticos: la película cuenta la historia real de un niño de una familia judía en la Italia del siglo XIX, en vísperas de la revolución que daría pie al Estado que hoy conocemos, y que es 'raptado' por la Iglesia católica porque a una criada se le ocurre bautizarlo a escondidas de sus progenitores. El niño acaba siendo cura y terminó sus días en Bélgica tras recorrer media Europa predicando, incluida España, donde tiene al menos una calle en el País Vasco.
El octogenario Bellochio se saca de la manga una película con algunos desequilibrios entre la parte humana, la aventura vital del niño y el dolor de la familia, y la crónica histórica, que se impone en la segunda parte y a veces de manera tan episódica que parece apresurada. De hecho, da la sensación de que estamos ante una versión reducida de lo que fue pensado como una miniserie televisiva. Pero en todo caso se ve la mano certera de un realizador que ya ha abordado con maestría otros frescos históricos, desde el secuestro y asesinato de Aldo Moro a la complicada labor para convencer a un mafioso de que se puede vivir como un delator. Todo eso lo hace Bellochio con una clara militancia ideológica: está en contra del adoctrinamiento sectario y la Iglesia católica de entonces, con Pío IX al frente, fue un claro ejemplo de ello.
Pero más allá de la crónica histórica hay una contraposición entre rezos católicos y judíos, tradiciones de unos y de otros, que está muy conseguida y que en determinados momentos encoge el corazón o lo hiela, porque lo pasó con el chiquillo en cuestión provoca emociones encontradas. El plano del padre desesperado ante el desenlace de la batalla judicial es de lo mejorcito de las dos horas de película.
Dos horas, en suma, que pasan con gusto y que llenan el hueco de la adicción al deporte televisado que ha marcado este verano.
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