Emilio Moya
Se esfuerza en hablar y escribir para que lo entienda la mayoría
El mandato de Emilio Moya al frente de la Audiencia Provincial de Las Palmas ha llegado a su fin y ahora habrá que esperar a ... que el Consejo General del Poder Judicial salga del limbo en que se encuentra y tenga a bien resolver ese y otros nombramientos que se le acumulan. Diez años lleva Moya Valdés al frente de un órgano judicial de gran relevancia, una de esas atalayas en las que el juez se puede exponer a ser protagonista si tiene afán de notoriedad o donde puede ejercer sus funciones sin necesidad de que se le atribuya el sambenito de 'estrella'. Ycreo no equivocarme si digo que Emilio Moya está entre los primeros. Es más, tampoco creo que le haga mucha gracia ser el protagonista de estas líneas, pero como ya no presidirá la Audiencia, pues confío en que el enfado será menor.
Mucho ha llovido desde que, a comienzos de los años 90, inició sus trabajos como juez, con Santa María de Guía como primera plaza. Como todo en la vida, le ha tocado lidiar con asuntos sencillos y con otros complejos, con unos seguramente agradables de resolver y con otros lastrados por esa huella que dejan en la persona. No en el juez, sino en el ser humano que hay debajo de la toga. Digo esto porque la pompa y circunstancia que rodea al mundo judicial hace que en muchas ocasiones se nos olvide que son hombres y mujeres cargados, como todo hijo de vecino, de sentimientos, que padecen lo suyo y lo demás y que, en el caso de los jueces, tienen la misión de «impartir justicia», a sabiendas de que sus decisiones pueden marcar la vida de quienes se sientan enfrente (en realidad, cada uno es dueño de sus actos, de manera que al tribunal solo le toca dictaminar sobre la legalidad o no de los hechos, pero eso no quita para que quede la huella personal que supone mirar a los ojos a un tercero y decirle si es culpable o inocente).
Con Emilio Moya, mi experiencia es la de un juez que se esfuerza en hablar y escribir para que lo entienda la mayoría (cosa poco habitual, por desgracia, en la literatura jurídica), exquisito en las formas pero sin impostura, que mantiene la distancia debida por el cargo pero que no vive instalado en una burbuja, pues nada peor que un magistrado ajeno al mundo sobre el que le toca dirimir.
A unos les podrá gustar más o menos cómo ha resuelto determinados casos, pero cuesta encontrar alguien que le retire la palabra o el saludo. Y no por miedo al peso de su toga, sino porque se ha ganado la estima general.
Dicho lo anterior, quien siga al frente de la Audiencia tiene el listón alto.
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