La desgracia de Libia
Las lluvias han causado estragos en un país olvidado
Miramos a Marruecos por cercanía y también -seamos sinceros- por lo complicadas que son las relaciones con ese país y el hecho de que cualquier ... cosa que allí suceda, nos puede afectar casi de inmediato. Pero se nos olvida que Libia no está tan lejos y que, como países que somos del Primer Mundo, alguna responsabilidad tenemos en su desgraciada situación.
Las últimas estimaciones de organizaciones no gubernamentales sitúan la cifra de fallecidos en Libia tras las inundaciones en unos 6.000, a lo que hay que añadir unos 10.000 fallecidos. Lo fácil es preguntarse cómo fue posible que lloviera tanto en el país africano, pero es pasar por alto el contexto, que es clave: Libia lleva años siendo un Estado fallido, ahora está literalmente roto en dos, con sendos poderes reclamando la legitimidad sobre el otro, y las carencias en infraestructuras son todas porque, tras años de guerras varias, no ha habido un solo Plan Marshall en la zona.
Así las cosas, las lluvias torrenciales se han llevado por delante miles de vidas y lo poco que quedaba en pie en el país. A diferencia de Marruecos, desde Libia se ha solicitado de inmediato ayuda internacional, pero tampoco hay garantía de que llegue en tiempo y forma a quienes la necesitan: primero, por esa certeza de que Libia importa poco a Occidente; segundo, porque esas mismas carencias en infraestructuras como las comunicaciones terrestres hacen que haya lugares a los que resulta casi imposible acceder; y tercero, porque la corrupción sistémica hace que mucho del dinero y los productos enviados se queden por el camino.
Desde la caída de Gadaffi, Libia ha sido teatro de operaciones del pulso sordo pero real que mantienen, por un lado, Europa y Estados Unidos, y en el otro lado Rusia. A eso hay que añadir los intereses de Turquía y también que Francia, uno de los países más implicados en la zona, está en franca retirada tras cansarse de fracasos y de ver cómo sus socios comunitarios se ponían de perfil. Todo ese cóctel explica en gran medida los últimos años en Libia y por qué un fenómeno meteorológico tan adverso tiene un impacto extremadamente catastrófico.
Generaciones enteras de libios tienen motivos para mirar con recelo a este Primer Mundo del que no forman parte. Y cuando eso ocurre, se está sembrando el odio que más tarde o más temprano se volverá contra esa Europa inactiva. La desgracia de ellos la pagaremos mañana. Y no será venganza, sino la rabia de la frustración.
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