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Dentro de menos de un mes, los estadounidenses tendrán su cita con las urnas. Y pendientes de ellos estará el mundo entero, pues sobra decir ... la relevancia de esas elecciones, en especial cuando uno de los contendientes es un tipo como Donald Trump, capaz de casi todo y con una política exterior que supone un golpe sobre la mesa de las convenciones.
Hasta hace un par de meses parecía que la suerte estaba echada y que Trump repetiría victoria ante un Partido Demócrata que se aferraba a Biden pese a la evidencia de que era caballo perdedor. Por suerte para los demócratas -y quizás para el mundo entero-, el debate televisado entre Trump y Biden dejó bien claro que este no solo era un mal candidato, sino que ya probablemente ni esté en condiciones de seguir en el Despacho Oval.
La irrupción de Kamala Harris dio un vuelco a los sondeos pero de nuevo llegaron las sorpresas, con esos dos atentados sin éxito contra Trump que han agitado la campaña y han permitido al republicano jugar el papel de víctima, un rol que suele dar réditos en el corto plazo.
En noviembre veremos si los sondeos aciertan o si al final hay otro giro de guion pero, pase lo que pase, hay dos cuestiones a tener en cuenta. Una primera es que quien gane va a recibir en herencia un país fracturado. La polarización que en su día permitió a Trump llegar a la Casa Blanca, y que luego se acrecentó con su salida del poder, ha ido a más. De hecho, no es tanto un enfrentamiento entre republicanos y demócratas, que ha sido el signo de la política de EE UU desde siempre, sino un pulso entre detractores de Trump y partidarios del mismo. En ese caldo de cultivo y con tanta facilidad para llevar un arma encima, pues sucede lo que hemos visto con esos francotiradores que soñaban con pasar a la historia matando al candidato.
Quien tome el mando en enero del próximo año tendrá que aplicar muchos puntos de sutura para cerrar las heridas abiertas en el país. Ysi no lo hace, la sangría irá a mayor y el riesgo de infección social crecerá exponencialmente.
La otra gran lección de este proceso es que tanto los republicanos como los demócratas deben reinventarse. Los primeros, porque han sido rehenes del poder del dinero amasado por Trump, y los segundos porque el empeño en aferrarse a lo establecido les ha llevado al borde del precipicio que suponía empeñarse en repetir con Biden de candidato. Son dos partidos moribundos y tras las urnas deben pasar por el diván del psicoanalista.
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