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En plena polémica sobre el alcance de la decisión del juez Peinado de interrogar a Pedro Sánchez por su condición de esposo de Begoña Gómez, ... el Consejo de Ministros acordó la destitución de la como directora del Instituto de las Mujeres, dependiente del Ministerio de Igualdad.
Hace una semana, el periódico digital 'El Español' desveló que Isabel García, que así se llama la defenestrada, se habría beneficiado con su pareja, Elisabeth García, y la empresa que comparten, de la adjudicación de unos 60 contratos públicos de ayuntamientos gobernados por el PSOE. Adjudicaciones relacionadas con la gestión de puntos de información contra la violencia machista.
La ministra de Igualdad, generosa al máximo, le dio una semana para que se explicara. Y se ve que las explicaciones no la convencieron o que sencillamente no las había.
Estamos hablando de una directora general saliente que llegó al cargo ya envuelta en la polémica, pues había regalado algunas perlas dialécticas que los colectivos identificaban plenamente con la transfobia más sangrante. Eso y otros precedentes hicieron que muchos se preguntaran qué apoyos políticos tenía Isabel García y si la ministra sabía lo que estaba dejando entrar en su departamento. Ahora, visto lo que pasó, la pregunta tiene más valor y las obligaciones son todavía más necesarias.
Hace un mes llegó a esta casa una carta de Isabel García a partir de una información de la agencia de noticias Efe sobre la condena de una mujer en Tenerife por agredir a su pareja. Hacía tiempo que no me encontraba con algo tan claramente a medio camino entre lo kafkiano, el disparate y, siendo generosos, la ignorancia supina. La entonces directora general llegaba a poner en blanco sobre negro y entre comillas que se había titulado que la condena era por «violencia de género», cosa que no se decía ni por activa ni por pasiva. A partir de esa premisa absolutamente falsa, hacía una serie de consideraciones cada cual más alejada de la realidad.
Pero vamos a ser también indulgentes con la directora general destituida. Concedámosle el beneficio de la duda -lo que ella no hizo- y pensemos que igual estaba tan liada con la memoria y balance de cuentas de la sociedad compartida con su pareja y no pudo leer bien la información. Confío en que ahora, que le va a sobrar tiempo, podrá hacerlo sin prejuicios y verá que se equivocó. Un lapsus lo tiene cualquiera. Como ella con sus negocios.
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