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Guiado por ese principio según el cual la mejor defensa es un buen ataque, el presidente del Gobierno de España, Pedro Sánchez, subió este miércoles ... a la tribuna del Congreso para buscar una enemigo con el que tapar la mala imagen derivada de la incapacidad de ofrecer una explicación solvente de qué motivó el apagón que dejó a la península a dos velas el 28 de abril. Y ese enemigo lo encontró, o lo inventó, en las compañías eléctricas convencionales, especialmente en las que tienen intereses en la energía nuclear, y en los «ultrarricos».
Tras negar la mayor de que la culpa de todo fue de un exceso de renovables o de un ciberataque orquestado por Putin y sus secuaces, vino a decir que si no ofrecía una explicación concreta de lo que sucedió es porque había «millones de datos» por analizar, de manera que uno se pregunta cómo es posible descartar esto y aquello para después sostener que todavía siguen investigando qué sucedió. Es más, dio por bueno que un juez de la Audiencia Nacional haya abierto diligencias ante un posible ataque informático, todo ello tras insistir en que no lo hubo...
Pero más allá de esas contradicciones, me quedo con una calado:lo de los «ultrarricos». El argumentario de Sánchez pasa por plantear que hay una especie de conspiración de grandes fortunas para desalojarlo del poder, una estrategia que busca salvaguardar los intereses de las grandes rentas, que se sirven para ello del concurso de medios de comunicación, también de «pseudomedios» y otros poderes más o menos fácticos. Le faltó mencionar a algunos jueces y sospecho que no lo hizo por un súbito ataque de pudor.
Seguramente no anda mal encaminado el presidente en cuanto a que hay un colectivo que se siente agraviado y que cree que lamina sus intereses, pero eso forma parte de la democracia. Un grupo que también tiene derecho a mover sus piezas siempre que lo hagan dentro de los cauces democráticos. Pero, dicho lo anterior, Sánchez quedó en evidencia con ese discurso por obra y gracia de sus propios aliados de investidura. Esos que, estando a la izquierda del PSOE, le espetaron que si de verdad cree lo que dice, le sobran recursos para actuar. Tanto desde Sumar como desde ERC -y por supuesto desde Podemos-, le dijeron que si de verdad cree que las eléctricas convencionales están jugando a romper el tablero de la estabilidad pese a sus beneficios milmillonarios, no tiene sentido librarlas de un gravamen adicional. Y si los «ultrarricos» hubiesen traspasado los límites de la legalidad en su presión, ya está tardando el presidente en ir a la Fiscalía. Disparar sin ton ni son para no dar explicaciones es, a la postre, muy chusco.
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