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No sé ustedes, pero yo tengo la sensación de que estamos viviendo un tiempo muy raro, en el que las cosas importantes tienen un valor relativo, y lo secundario y a menudo banal se convierte en protagonista, no solo de la sociedad, sino de las personas una a una. Vemos continuamente, sobre todo en las generaciones más jóvenes, como alguien es seguido como un líder o rechazado por cuestiones como la vestimenta, el corte de pelo o los tatuajes que muestra o de los que carece. Eso, por no ser demasiado duro, porque finalmente exhibir es lo que hoy impera, aunque sea un artefacto sospechoso, pero tiene espacio mediático. Importa tener, mostrar, vale muy poco ser.
Por si esto fuera poco, hemos desarrollado una extraordinaria capacidad para el olvido como sociedad, aparte de que siempre justificamos nuestros errores con el «y tú más». Se quejaba, con razón, la gran actriz norteamericana Susan Sharandon de lo mucho que elogian su cuello, o el erotismo de su mirada algo estrábica, pero nunca se dice que ha sido candidata a Premio Nobel de la Paz. Es la apariencia lo que se valora, y con todo pasa igual. Un ejemplo que estamos viviendo en estos años es eso que llaman postpandemia, aunque no se sabe muy bien si se ha acabado y qué se ha acabado realmente. Fuimos confinados como prisioneros de guerra, nos aterrorizaron durante meses en los que la gente se moría a centenares cada día, cambió todo, las costumbres, surgieron las colas, citas previas y un terror sordo que cada cual sobrellevó como pudo. En Canarias, pararon las máquinas, ni un turista, todo cerrado muchísimos a apuntarse en los ERTEs. Pues todo eso parece que les sucedió a nuestros tatarabuelos, es como si quisiéramos huir de ese miedo, y cerramos los ojos a todo lo que nos amenaza.
Nos han metido en una guerra que, como la mayoría, surge del fanatismo y en cuyas causas han tenido que ver muchos elementos, incluyendo a las víctimas. Pero hay que tirar junto a los socios, los mismos que no se preocupan de lo que pasa en África mientras la siguen explotando. Tratamos seguir adelante, pero cada día nos abran una vía de agua, pero tratan de que lo olvidemos porque España va a ser una de las sedes del Mundial masculino de fútbol 2030, y por lo visto nos va la vida en que se jueguen un par de partidos en el Estadio de Gran Canaria. Pero no cumple las normas, necesita aumentar el aforo y eso cuesta dinero, mucho dinero, el mismo que dicen que no hay para Sanidad o para avanzar en la ayuda a la dependencia. Pero aparecerá, y como ocurre en las ferias turísticas, se echará la casa por la ventana para que sigan llenándose los bolsillos mientras pagan lo que pagan.
Ahora toca reavivar el eterno conflicto de Oriente Medio, hijo del complejo de culpabilidad de Occidente por el Holocausto nazi. Las piezas se mueven de una manera rara, Arabia Saudí se acerca a Israel porque ambos son amigos de Estados Unidos y enemigos de Irán, y es un desastre lo que ocurre en la mayor parte de África, y ya estamos viendo cómo las injusticias en el vecino continente nos afectan directamente, porque la gente huye de la pobreza y la violencia, y los dirigentes europeos se reúnen en Granada en una gran fiesta flamenca en la que ni siquiera son capaces de llegar a acuerdos de mínimos. Hamás ha atacado a Israel con una potencia inimaginable, y cabe la pregunta de cómo pudo llegar todo ese armamento a Gaza sin que se enterasen los servicios secretos de Israel. Tiene pinta de jugada para justificar una guerra de aniquilamiento. Si no es así, bien que lo parece. Y da mucha pena ver cómo los informativos hablan de las
barbaridades de Hamás, que es verdad que se les ha ido la pinza, pero es que ya sabemos que Israel es el único país que se pasa las resoluciones de la ONU por el Arco del Triunfo. La UE en su línea, ni chica ni limoná y haciendo de felpudo de Estados Unidos. Y en medio, muriendo inocentes. Que conste ni Irán ni Putin son buenos ni tostados. Y aquí a la espera de ver quien gana el concurso de murgas.
Lo que está sucediendo en los estados cercanos de Africa Occidental nos afecta porque estamos en la última frontera. Hace varios años que el fundamentalismo islámico armado está creando dificultades en la zona, hasta el punto de que el rallye París-Dakar se ha mudado a Sudamérica porque el Sahara no ofrecía seguridad. Al constante peligro de una reactivación armada del asunto de los saharauis se suma ahora la guerra abierta en Mali, la actividad de Boko Haram en Nigeria, las tensiones políticas en media docena de países cercanos, entre ellos Senegal…
En Mali, los fundamentalistas han ocupado más de medio país y están implantando su modo teocrático de entender la política con Sharía incluida. Analizar esta cuestión es muy complicado, puesto que, si por una parte no está bien intervenir en asuntos internos de los estados, por otra la implantación de un régimen islámico en la zona es un peligro para todos, porque su vocación siempre es extenderse. Así que ya suenan los cañones y yo no sé si la comunidad internacional ha valorado las consecuencias humanitarias de todo esto, porque empezará a haber desplazados hacia Senegal, Argelia y el Sahara Occidental, gente que, huyendo de la guerra, recorrerá a la inversa la histórica ruta de la sal, se presentará en las playas y se montará en el primer cayuco que pase rumbo a Canarias, o bien atravesará clandestinamente Marruecos y tocará en las puertas de Ceuta y Melilla. Este es un futuro muy probable si la guerra se alarga, y se debiera estar preparados para esa avalancha, que en nada nos beneficia porque, además, pondría a Canarias en el mapa de una guerra, con las consecuencias negativas que eso tendría para nuestra imagen turística de lugar de paz idílica. Pero bueno, al menos se jugará en nuestro estadio los partidos Islas Salomón-Islandia y Tanzania-Guatemala. Una pasada, y hasta nos haremos tatuajes.
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