Rumbo al naufragio
El próximo día 9 Sánchez comparecerá en el Congreso para hablar sobre ese campo de minas corrupto que rodea su mandato
La intervención de Pedro Sánchez ante el Comité Federal del Partido Socialista y los mínimos cambios anunciados solo permiten dos lecturas: o el presidente del ... Gobierno de España y secretario general del PSOE no es consciente de la gravedad de la crisis abierta en su partido y en el Ejecutivo, o él es parte del problema y por eso mismo no cabe esperar solución efectiva alguna de su parte. Si la primera hipótesis es preocupante cuando se habla de un partido de ámbito estatal con las más altas responsabilidades de gobierno en España, la segunda es todavía peor para el país.
Aparte de pedir perdón, que es lo mínimo exigible ante lo que vamos sabiendo de las conductas de Santos Cerdán, José Luis Ábalos, Koldo García y un puñado más de cargos públicos y orgánicos, Pedro Sánchez apenas hizo nada. Se limitó a decir que no estaba al corriente de lo ocurrido, pasó a culpar a la oposición de orquestar una campaña en su contra y, acto seguido, hizo un inventario de éxitos en materia económica y social que trató de presentar como frutos de su gestión. De esa forma, si a España llegan cada año millones de turistas es porque Sánchez está en La Moncloa, de la misma forma que si el paro desciende, no es por mérito de quienes generan empleo o por la coyuntura económica internacional, sino porque Sánchez obra una especie de milagro en materia productiva y laboral. ¿Cabe mayor irresponsabilidad cuando estamos hablando del líder del partido que tiene a sus dos últimos secretarios de Organización investigados por el Supremo como integrantes de una presunta trama criminal? Por desgracia, sí. Por si lo anterior fuera poco, Sánchez tampoco dijo una palabra ante el Comité Federal sobre otros casos que minan su crédito ante la ciudadanía: el de su esposa, el de su hermano, el del fiscal general, el del ministro de Presidencia, el del presidente del Tribunal Económico Administrativo de Contratos...
El próximo día 9 Sánchez comparecerá en el Congreso para hablar sobre ese campo de minas corrupto que rodea su mandato. El presidente de Castilla-La Mancha y compañero suyo de partido, Emiliano García Page, ya señaló ayer en el Comité Federal que solo ha dos salidas dignas: la cuestión de confianza o la convocatoria de elecciones. Si Sánchez hace oídos sordos a ese planteamiento y el miércoles pretende de nuevo resolver la crisis con solo pedir perdón, estaremos ante la evidencia de que el problema es el propio Sánchez. Aquel que llegó al cargo con una moción de censura basada en exigir responsabilidades políticas por un caso de corrupción, no está legitimado para aferrarse al poder cuando, ante episodios también de corrupción, se limita a poner una tirita para cortar la hemorragia de credibilidad que está desangrando a su partido.
Sánchez dijo que el capitán no debe abandonar el barco cuando la travesía se complica, pero el problema es que su empeño en seguir al timón está llevando a ese navío hacia el naufragio. Por si había alguna duda, a las primeras de cambio este sábado tuvo que improvisar al encontrarse con unas denuncias de presunto acoso contra Francisco Salazar, una de las personas a las que pretendía encargar la tarea de 'limpiar la porquería' en el PSOE. Ese bochornoso episodio retrata a la persona que hoy está al frente del partido y del Gobierno de España: un político que cada mañana se desayuna con un sobresalto, que no controla los acontecimientos, que es rehén de sus actos y de las alianzas para su supervivencia que lleva trenzando desde que fue investido presidente y que ya es el mayor lastre para el PSOE. Y para España.
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