Un presidente rehén no puede seguir
Las grabaciones revelan que en Presidencia y en varios ministerios estaban al tanto de lo que sucedía, como también se habla de mensajes al jefe del Ejecutivo
Pedro Sánchez es un presidente rehén. Y lo más grave es que esa condición tiene un triple origen: es rehén de sus palabras; lo es ... también de los nombramientos que realizó en el Gobierno y en la dirección del Partido Socialista, y su reacción esta semana obliga a preguntarse si igualmente lo es de cuestiones que siguen en el secreto pero que seguramente acabarán aflorando.
Vayamos con las palabras. En 2018, Pedro Sánchez le dijo a Mariano Rajoy, tras ser condenado el PP como cómplice de corrupción, que no valía con «pedir perdón». En aquel momento, elevó las responsabilidades políticas por las actuaciones de Luis Bárcenas y otras personas vinculadas al PP hasta el presidente del partido y jefe del Ejecutivo. Lo coherente es que Sánchez se hubiese mirado el jueves en el espejo de aquella intervención antes de comparecer en la sede federal del PSOE para escudarse en que Santos Cerdán lo había engañado y que todo el episodio se daba por zanjado con el anuncio de que el navarro dimitía como secretario de Organización y renunciaba a su escaño -algo que sigue sin hacer, en un claro desafío al propio Sánchez-.
En cuanto a los nombramientos, ya son dos los secretarios de Organización del PSOE implicados en una misma trama de presunta corrupción, con el añadido de que José Luis Ábalos fue rescatado por orden de Sánchez en su día para concurrir al Congreso y después obligado también por el presidente a dejar al escaño cuando estalló el caso Koldo. Para más inri, Sánchez avaló a Santos Cerdán al mantenerlo como número tres del partido en el último Congreso Federal y hasta la víspera de conocerse el informe de la UCO defendió que todo era un bulo orquestado por una especie de conjura en su contra. Cuando lo cierto es que sí había unos conjurados, pero estaban en el PSOE y en el Gobierno para llenarse los bolsillos y quién sabe si los del partido.
Y todo lo anterior conduce a la tercera condición que convierte a Sánchez en un político incapacitado para seguir en La Moncloa. Las grabaciones revelan que en Presidencia y en varios ministerios estaban al tanto de lo que sucedía, como también se habla de mensajes al jefe del Ejecutivo y de cuestiones sobres las que hay un manto de silencio, como la mención de Koldo García a un asunto relacionado con Marruecos.
Todas estas dudas debió haberlas despejado Sánchez en su comparecencia. Cada día que pase sin hacerlo solo sirve para acrecentar la impresión de que sus pecados políticos no se limitan a la dejación, sino que entran en el terreno de la acción. Como tampoco es de recibo demorar las medidas a tomar al Comité Federal del PSOE previsto para el mes de julio. Porque si gravísimo es el daño reputacional para ese partido, más debiera preocuparle la imagen de España como país, tanto por la pérdida de confianza de los ciudadanos en sus instituciones como por el impacto en el exterior. ¿O es que Sánchez no es consciente de que las empresas ya no se pueden fiar de un Gobierno donde los contratos públicos se deciden en función de las comisiones a repartir?
Este último informe de la UCO parece que no va a ser el que ponga fin a la instrucción del Supremo. De hecho, va añadido de la petición de numerosas pruebas que ya el juez ha puesto en marcha, de manera que las sorpresas que irán saliendo de esta caja de las vergüenzas van a multiplicarse. Estamos, por consiguiente, ante la punta de un iceberg que ha congelado la credibilidad del presidente y líder socialista. Y cuando ese hielo lo atrapa, solo le queda fundirse en un último acto de dignidad: dar por acabada la legislatura y convocar elecciones.
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