La dura realidad
Papiroflexia ·
Con el agravante de que la desinformación, en este caso, pone en riesgo nuestras vidasLa mentira, fácilmente desmontable en la mayoría de las ocasiones, es muy rentable para algunos. Incluso las balas se ponen en duda, como una burda estrategia de marketing en busca de protagonismo y votos. Sin embargo, lo más desalentador es que ni el desmentido sirve para frenar el miedo infundado y el encono gratuito. En momentos de crisis y reproches como el que estamos viviendo con la pandemia del coronavirus y el drama de la inmigración, se necesitan mensajes claros y sin ambages ante la falta de soluciones inmediatas. Sin tiritas, edulcorantes o falsas promesas. La vieja mordaza también amenaza con volver.
En tiempos de confusión y miedo, la comunicación la tienen que liderar especialistas que dominen el conflicto a resolver. Emitiendo datos, omitiendo juicios de valor y discursos interesados. Por mucho que duela o atemoricen. Informar no es sinónimo de alarmar. Pero hay que informar con rigor. Si los responsables de hacer los balances, de informar a la ciudadanía, tienen una responsabilidad con la sociedad, los medios de comunicación también la tenemos en la generación de ideas, de opiniones. En la generación de tensión o paz social en momentos de incertidumbre en el que el ruido ciega. Caemos en la tentación del titular rápido, impreciso o tergiversado, lo que contribuye a la pérdida de credibilidad de los medios en su globalidad.
Desde las primeras noticias sobre el coronavirus nunca hemos recibido más información sobre un hecho determinado y nunca hemos estado más sometidos al riesgo de la desinformación, con el agravante de que esa desinformación, en este caso, pone en riesgo nuestras vidas.
La sociedad también tiene una responsabilidad en el consumo y manejo de la información. Internet y las redes no son medios de comunicación. Cada ciudadano tiene que saber seleccionar las fuentes a las que acude, para hacerse una composición amplia de lo que sucede y no contribuir a la confusión dando pábulo a discursos interesados, mentiras o verdades sesgadas que se leen en Facebook o llegan en un mensaje de whatsapp. La rabia y el odio, como un virus, avanza rápido y sin control.
Otro problema es la autocensura. Nos reprochan a los periodistas a diario nuestra visión pesimista del mundo. Como si la realidad la pudiésemos dibujar en tonos pastel o resumir a través de ridículos bailecitos de TikTok. Cada día publicamos noticias que no nos gustan, historias que desearíamos no contar. Y si no le gusta, tápese la nariz y mire para otro lado.