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¿Dónde hemos caído?

Ultramar. «Siglo de Oro de la corrupción, mientras la parálisis preside la vida política» Vicente Llorca

Jueves, 1 de enero 1970

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Pues por los andares parece que, como mínimo, debemos andar por los albores del siglo XVII cuando, como nos ha refrescado estos días Arsenio Escolar, Góngora clamaba: «Todo se vende este día,/ Todo el dinero lo iguala;/ La corte vende su gala,/ La guerra su valentía;/ Hasta la sabiduría,/ Vende la Universidad,/ ¡Verdad!».

Y entonces no podemos dejar de acordarnos de Cristina Cifuentes y su máster, que seguimos sin saber si certifica o no un cum laude en tráfico de influencias o sus sobrados conocimientos, que no precisan ni de asistencia a clases, como el común de los hijos de los vecinos de esta pobre patria mía; pero también de Mariano Rajoy, para quien este escándalo, que suma y sigue al sinfín de corruptelas que salpican a su partido, y a otros también, y que enfanga a la universidad pública, no es mas que una polémica estéril. Sin olvidar a los jueces desautorizados por sus colegas europeos, al mártir Carles Puigdemont, que, cual Pilatos, no duda en lavarse las manos cuando la justicia le aprieta y culpa de los desórdenes a aquellos que «salieron a la calle y se excedieron en la resistencia pasiva», ni a tantos y tantos otros políticos, con vicepresidentes y ministros, presidentes de comunidades autónomas, consejeros, alcaldes..., en danza, que llenan las estanterías de este Siglo de Oro, no de la literatura, del que fue uno de sus principales protagonistas el genial Góngora, sino de la corrupción, mientras la parálisis preside la vida política y la incertidumbre acogota a los de a pie, certificando la sentencia de El Roto en una de sus viñetas: «En política es importante que la gente te reconozca... ¡pero que no te conozca!»

Y así seguimos degradándonos. Enconando la convivencia, como si valiera lo de «ya de perdidos, al río», sin importar maquillar cifras de inversiones para sustentar campañas de descrédito o presupuestos en clave electoral, cuando la calle vuelve a reactivarse y clama, al tiempo que hace saber que, visto como han degradado el valor de la palabra dada, va a ser difícil convencerla con un simple maquillaje.

Hemos caído en másteres regalados, en ministros henchidos y novios de la muerte, que tanto recuerda al «muera la inteligencia» de Millán Astray frente al Miguel de Unamuno, grande de España y de la literatura universal, de «venceréis pero no convenceréis, tendréis la razón de la fuerza pero no la fuerza de la razón».

Por seguir sumando casos de estos días a la ya pesada carga que arrastramos desde hace tiempo, del uno al otro confín, hemos caído, igualmente, en alegrarnos de la detención de alguien, jalear el acoso a jueces o estigmatizar a los disidentes, el último el bueno de José Sacristán. Y también en despreciar la historia, manipulándola o agrediéndola. Ahí queda el maestro Eduardo Mendoza, otro pedazo de escritor, ante lo que los que dicen que El Quijote era catalán, que pide que si es así le presenten al traductor al castellano, «¡qué vocabulario!» Y queda esa bandera española pintada sobre unos grabados rupestres de los antiguos canarios en la isla de Fuerteventura.

¡Estamos perdiendo el tino!

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