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La edición de fin de semana del periódico Cinco Días, que se distribuye conjuntamente con CANARIAS7, nos lo recordaba el sábado pasado, por estos fechas se cumplen ya diez años del inicio de una crisis que ha sacudido y cambiado al mundo.

El 18 de julio de 2007 los fondos de la gestora estadounidense Bear Stearns se declararon en quiebra, incapaces de permitir el reembolso de la inversión a sus partícipes. Era el inicio de una espiral que sacó a la luz las miserias y mentiras en que se sustentaba el mercado financiero. Las ahora archifamosas hipotecas subprime provocaron pérdidas multimillonarias. Lehman Brothers y Merril Lynch cayeron y el contagio se extendió por todo el mundo. Empezaba una de las mayores crisis del capitalismo, solo comparable, al decir de los expertos, a la del 29 y a las dos guerras mundiales.

Diez años después, tras oír en los primeros momentos el compromiso de los líderes a refundar el sistema capitalista para evitar que aquellos desmanes volviesen a repetirse, el balance es poco alentador y la incredulidad, moneda común. Los grandes datos macroeconómicos hablan del regreso a la senda de la recuperación, pero incontestablemente la crisis ha sido una apisonadora de derechos, mientras siguen pendientes la finalización de la reforma bancaria, la revisión fiscal, la sostenibilidad de las pensiones o la reducción del paro, por poner algunos ejemplos.

Las secuelas sociales son demoledoras. Si en 2007 eran 380.000 los hogares que había en España en los que ninguno de sus miembros recibía un ingreso, hoy, cuando nos dicen que ya vamos mejor, son 600.000. La tasa de paro a nivel nacional, entonces, era del 8,23%, en estos días está en el 19,63% y en Canarias rondando el 25%, pero si de desempleo juvenil hablamos hay que decir que si hace diez años era del 8,96% en la actualidad es del 41,42%. Una década atrás un 8,8% de los trabajadores percibían menos del salario mínimo interprofesional, en estos momentos son el 12,6%. El riesgo de pobreza entre los más jóvenes llega al 30% y casi un 40% de los ciudadanos no tiene capacidad para afrontar gastos imprevistos, frente al 30% de 2007.

En paralelo a este clamoroso empobrecimiento de la mayoría, los sistemas de protección social se han debilitado, la precariedad laboral se ha instalado, la pérdida de poder adquisitivo, con el estancamiento salarial, acentuado y las desigualdades acrecentado. En 2015, por primera vez, el 1% de la población mundial ha pasado a tener más riqueza que el 99% restante.

Pero este crack económico generó también una crisis de confianza en los actores políticos, sobre todo por esa connivencia entre estos y los agentes económicos; o más aún, por la sumisión de los primeros a los otros, lo que ha generado un pesimismo ante el futuro que desalienta, consecuencia de la incapacidad de las élites a entender lo que le pasa a la mayoría. El proceso de desaparición al que se ha condenado a las clases medias, principal baluarte del estado del bienestar, en un revelador ejemplo de la ceguera con que se ha actuado y justifica el desencanto y descreimiento que se impone.

Entre tanto, la nueva política, surgida como consecuencia de todo lo anterior, ha traído un nuevo paisanaje, pero más allá del ruido e imagen aun no ha aportado nada significativo.

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