Nosotros los derrotados
Ultramar ·
Sobran sobreactuaciones y faltan propuestas creíbles, es decir, que se puedan cumplirHace un par de años Jordi Gracia escribió un breve, pero sugerente y un punto provocador ensayo que tituló 'Contra la izquierda. Para seguir siendo de izquierdas en el siglo XXI', en el que empezaba diciendo: «El único fantasma que hoy recorre Europa es el desengaño ante una izquierda sin respuesta ideológica a los desastres del presente» y añadía que en España ese fantasma tiene fisionomía propia y se llama frustración política y desencanto. El reciente varapalo sufrido por el bloque de izquierdas en las elecciones autonómicas de Madrid a manos de la derecha, una derecha, a la vista del resultado, con ánimo de derechizarse más, actualiza el escrito en cuestión.
El contundente triunfo de Isabel Díaz Ayuso, triunfadora incluso en los feudos históricamente más 'rojos' de la capital de España, solo permite a sus contendientes relamerse sus profundas heridas y constatar cuán beatíficamente cayeron en la trampa que les tendió quien desde el principio se desveló como maestra en el reino de la polarización con su «comunismo o libertad».
Entraron al trapo los derrotados con el «fascismo o democracia», sumándose sin recato a una campaña plagada de eslóganes inconsistentes, con un cierto aire redentorista, como si la gente no supiera que no hay redención, que insuflar los miedos es algo viejo y manido, que el cuento de «que viene el lobo» ahíta y para la historia queda el doberman del PSOE.
Salvo muy contadas excepciones, la candidata de Más Madrid, se hizo oídos sordos a que lo que la gente quiere es escuchar discursos cercanos y comprensivos con sus sentires y padeceres, que no son pocos. Pero primaron el follón, sin saber que en este se desenvuelven mucho mejor los folloneros. Y apurados, llamaron a la movilización, como si en quince días se pudiesen solventar las carencias de años, esperando ser salvados por los condenados al desencanto. Y también en eso fallaron, tanto que dieron un plus superlativo a la legitimidad de la victoria de la «insustancial» Ayuso.
Seamos serios, ni unos iban a implantar los soviets, ni los otros a levantar hornos crematorios. Si alguien alimenta el odio, está visto que no da rédito contratacar con otra ración de odio. Sobran sobreactuaciones, tratar a los electores como una pléyade de imberbes y faltan propuestas creíbles, es decir, que se puedan cumplir.
Ahora es de esperar que los vencidos, no a título individual, sino globalmente, aprendan en la derrota a superar las flaquezas.