La fecha del 8 de mayo de 2025 es ya historia misma de la Humanidad al tratarse del día en que la iglesia católica designó ... a su Papa número 267, Su Santidad León XIV, hasta ese instante conocido como Su Eminencia Reverendísima, Cardenal Robert Prevost, primer estadounidense y primer agustino en convertirse en Sumo Pontífice.
Resulta sorprendente, a la vez que muy gratificante que, en la era de la digitalización, las redes sociales, la inteligencia artificial y el colapso satelital que ya acontece sobre nuestras cabezas, venga a ser una humilde chimenea el soporte de comunicación más potente de todo el planeta, aún la misma sólo se utilice una vez cada diez, quince o veinte años aproximadamente.
Y que, a su vez, la fumata blanca producto del correspondiente voto y acuerdo final del colegio cardenalicio, constituya el símbolo del mensaje y contenido semántico más corto (sólo doce caracteres) pero más poderoso y de mayor alcance planetario: Habemus Papam. Capaz, además, por sí solo de erizar ilusionadamente la piel a millones y millones de personas en todo el mundo, creyentes o no creyentes.
Sublime, magnífico y emotivo serían los tres epítetos con los que yo calificaría todo lo acontecido en Ciudad del Vaticano en torno a la designación del nuevo Papa. Sublime en todos los aspectos y detalles protocolarios y organizativos. Magnífico en cuanto a la cobertura informativa ejecutada por tantísimos medios de comunicación nacionales e internacionales. Y emotivo especialmente en cuanto a ver a León XIV asomado al balcón papal con ojos cristalinos, tratando de retener las lágrimas y «añulgándose» cada dos por tres ante los vítores de la ingente muchedumbre que coreaba su nombre en señal de alegría y de felicitación coral.
'Y en tus lágrimas, humildad' se titula una de las marchas procesionales del compositor Ramiro Mínguez Martínez. Y acertadamente que atina el autor, quizás trayendo a colación la reflexión del teólogo y también estadounidense Thomas Merton (1915-1968, conocido como el 'padre Luis') que señalaba que «el orgullo nos hace artificiales, y la humildad nos hace reales».
Sin embargo, sensu contrario y en coordenadas geográficas más próximas que las romanas, personalmente dudo mucho que la fecha previa al «Habemus Papam», en este caso la del 7 de mayo, pase también a anales de historia alguna, salvo al particular diario de sesiones del Congreso de los Diputados y en cuanto al de actuaciones presidenciales impropias protagonizadas por Pedro Sánchez.
Porque basta con acudir a las acepciones primera y segunda que la Real Academia de la Lengua Española establece para el término soberbia, para asumir que la intervención de Sánchez el pasado miércoles desde la tribuna de oradores de la Cámara Baja volvió a embadurnarse de parámetros de altanería y menosprecio absoluto respecto a la sociedad española en general, a cuenta de las explicaciones que debía dar a la misma tras el gran e inadmisible apagón que durante horas y horas sufrió nuestro país -para vergüenza y sufrimiento de propios y ajenos- el último lunes del pasado abril, con posterior réplica semanal del caos ferroviario.
Un término, soberbia, que en su primer significado refiere «altivez y apetito desordenado de ser preferido a otros». Y que en su segunda acepción se describe como «satisfacción y envanecimiento por la contemplación de las propias prendas con menosprecio a los demás». Las cuales a mi entender encajan con las formas y algunas de los argumentos-perla empleados en esta ocasión por Sánchez durante su singular y lamentable diatriba pastoral exculpatoria, sin lágrimas ni añulgamiento alguno, sino todo lo contrario: (sic, palabra de presidente)
-. «Nos habían contado que bastaría un apagón para que el optimismo se esfumara. En España, todo lo contrario».
-. «El impacto económico del apagón fue limitado. Tres cuartos del consumo perdido en el apagón se recuperaron en dos días».
-. «Qué gran acto de cinismo es lamentar las cinco vidas que tristemente se perdieron por el apagón, e ignorar las más de 8.000 que se pierden cada año en España como consecuencia del cambio climático».
-. «La gente circuló con prudencia, ayudó a sus vecinos y vecinas, se reunió con sus familiares y con sus amigos, y en nuestras calles se mantuvo un clima de seguridad y de confianza».
-. «Ese día hubo un 24 por ciento menos de siniestros en nuestras carreteras que el lunes de la semana anterior».
-. «El número de delitos reportados en los primeros tres días de la semana pasada (tras el apagón) fueron un 50 por ciento inferior al de la semana anterior».
-. «Sólo se cancelaron, fíjense, 460 de los más de 6.200 vuelos que estaban programados para esa jornada del 28 de abril».
-. «El cero del suministro eléctrico hizo también que tuviéramos una sociedad de 10».
Transcrito todo lo cual, como para no recordar lo bien que tarareábamos 'Resistiré' durante la pandemia. O como para no firmar entonces -españoles, españolas y españolos- la tremenda irónica reflexión que hasta se atrevió a lanzar La Sexta, en El Intermedio, en base al análisis de tales dislates discursivos presidenciales: «Este apagón es lo mejor que nos ha pasado, y ojalá tuviéramos un apagón cada semana».
En ese hipotético escenario, con un apagón semanal, hasta tiene ya Yolanda Díaz su unilateral (y no equilibrada ni negociada con la patronal) reducción semanal de la jornada laboral, a falta del pago, eso sí, …del 20 por ciento al Junts de Puigdemont de todo lo económicamente 'proponible' por el Consejo de Ministros. Caso del voto necesario para la aprobación del decreto de ayudas contra los aranceles de Trump, «porque las empresas catalanas son las que más lo sufren». Y no las Pymes de toda España….
Humildad papal frente a (enésima) soberbia presidencial. Misma soberbia que llevó a Sánchez a ridiculizarse a sí mismo y a todo nuestro país en su conjunto, decidiendo no acudir junto a Su Majestad el Rey a las recientes exequias del difunto Papa Francisco que, de facto, acabaron convirtiéndose en un encuentro de líderes mundiales mucho más interesante, conveniente y pragmático que los que suele acoger la sede de Naciones Unidas en Nueva York.
Y unas exequias papales que no olvidemos son al mismo tiempo funerales de estado, tal es la consideración institucional de los Sumos Pontífices, Jefes de Estado de la Ciudad del Vaticano, estado soberano independiente, a la sazón el país más pequeño del mundo.
Pequeño en superficie. Inmenso e inabarcable en influencia y espiritualidad. Con esos sus grandes Jefes de Estado, los Papas, que, como Robert Prevost en el balcón, con humildad y con el corazón en la mano, son capaces de llorar de ilusión, de atragantarse de emoción, y de hasta de pedir perdón.
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