La crisis del cine

Entre las claves, es indudable, está la económica. Los precios en estos establecimientos están disparatados, incluso los de comida y bebida. Tienen cifras más propias de un restaurante turístico en primera línea de playa, y no me creo, precisamente, que tanta carestía se deba a los sueldos de su sacrificado personal.

No sale a cuenta ir al cine pese a que estoy convencido de que aún son muchos, puede incluso que mayoría, los que prefieren la magia de ver una película en pantalla grande. La prueba es que vuelven las colas a las taquillas y las salas se llenan los días que están de campaña, como la del 'Yo voy al cine'. No hay color entre pagar los 3,5 euros que se cobran por entrada en estos periodos promocionales a los más de 8 de una sesión normal para un adulto. A este paso se irá perdiendo hasta la costumbre.

Cuando era crío solo mi ciudad contaba con siete cines distintos que casi colgaban el cartel de no hay tiques cada fin de semana o cada día del espectador. Ahora las salas son patrimonio de los centros comerciales y han perdido incluso el efecto tirón para el público. Hay veces, de hecho, que son lo más parecido a un agujero negro.