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Los 25 millones de toneladas de grano retenidos en los silos de Odesa se están erigiendo en la nueva amenaza, manejada con particular crueldad, de Vladímir Putin contra el mundo para intentar doblegar la resistencia a su ilegítima invasión de Ucrania.
La parálisis de esa ingente cantidad de un bien esencial para los países que lo importan, muchos de ellos vulnerables, aviva el riesgo de hambrunas sobrevenidas y, con ellas, de flujos migratorios de difícil contención. La constatación de que el régimen ruso es capaz de someter al peligro de morir de inanición a millones de personas no puede redundar en nada más que en intentar sortear semejante coacción por las vías que la comunidad internacional pueda activar con la mayor premura; especialmente cuando Putin está jugando a acumular al cereal paralizado el que llegue con las nuevas cosechas.
La iniciativa de España junto a Francia, Luxemburgo y Polonia para sacar por tren vagones de grano y distribuirlo desde nuestros puertos constituye un paso tan bienintencionado como trabajoso e insuficiente. El insufrible chantaje de Putin exige combatir la escasez no solo tratando de abrir corredores contra el hambre, también contrarrestando el repliegue en el proteccionismo.
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