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Este martes 27 de noviembre presenté en Las Palmas de Gran Canaria mi segundo libro, Unión del Pueblo Canario. Luces y sombras del nacionalismo autodeterminista canario de los años 70/80. Editado por la Fundación Canaria Tamaimos. Y que no hubiera sido posible sin el empeño del presidente de la Fundación, José Miguel Martín, ni la lectura crítica de Tony Murphy. En la mesa del acto estuvieron Josemi Martín, junto al prologuista, el profesor Pablo Ródenas, y el presidente del Cabildo de Gran Canaria, Antonio Morales. A todos ellos mi agradecimiento, extensivo también a Paco Zumaquero, José Miguel Fraguela, Sebi Nuez o Arcadio Díaz Tejera.
En el primer libro (Fútbol canario. Valerón, identidad y otros desmarques), también editado por Tamaimos, colectivo que está realizando una humilde pero muy interesante labor editorial, abordo la relación entre fútbol e identidad, con un acercamiento al balompié canario, a sus características, a su estilo que, en cierta medida, se adelantó al tiqui taca que décadas después implantarían el Barcelona y La Roja; y un homenaje a algunos de sus más brillantes futbolistas, especialmente Juan Carlos Valerón y Germán Dévora.
En este segundo libro intento describir distintos hechos políticos y sociales de aquel momento histórico, finales de los años setenta y comienzo de los ochenta, sin hagiografías de sus protagonistas ni tampoco llevado de una intención destructiva desde el ventajismo que da poder comentar a tiempo pasado, cuando tan fácil es poder detectar todas las equivocaciones y apuntarse los aciertos.
Acercándome al primer nacionalismo canario con importante arraigo, con fuerte presencia política e institucional, el de los años setenta/ochenta del pasado siglo. Los anteriores, el que lideró Secundino Delgado o el que representó el movimiento Canarias Libre, tuvieron, por diversas razones, escaso apoyo ciudadano.
Un nacionalismo, el de la UPC, que, con toda seguridad, facilitó experiencias posteriores, tanto en el ámbito de la izquierda como en el de la derecha. Pese a la distancia ideológica, estoy convencido de que animó a los restos del naufragio de UCD a transformarse en formaciones locales, en las AIC que, más tarde, serían uno de los principales componentes de Coalición Canaria.
Se trató de un fenómeno de corto recorrido en el tiempo, pero de mucho impacto. Que preocupó al Estado, en un momento en que un independentista que no tenía nada que ver con la UPC, Antonio Cubillo, se movía a sus anchas en la esfera internacional reclamando la descolonización de las Islas.
La Unión del Pueblo Canario era una organización urbana y centrada en las islas capitalinas, casi exclusivamente. En medio de una etapa de dominio absoluto de la UCD que sacaba en Canarias más del 60% de los sufragios, treinta puntos más que en el conjunto del Estado, la UPC supuso un enorme grado de unidad de las dispersas izquierdas de entonces, que no se dio en otros lugares del Estado. Pero que, al tiempo, reprodujo las actuaciones sectarias y ombliguistas, los esfuerzos dedicados a las luchas internas.
Una organización, la UPC, que logró en 1979 un éxito electoral que solo compartieron con los nacionalismos conservadores de Cataluña y Euskadi. En el libro analizo los precedentes más inmediatos: Pueblo Canario Unido (PCU), solo en las islas orientales y, especialmente, en la capital grancanaria. Las relaciones entre las fuerzas políticas que la integraban y los procesos de ruptura interna que se dieron entre las mismas, especialmente en las que venían de PCU.
Así como su papel en la dirección del Ayuntamiento de Las Palmas de Gran Canaria, donde, con Manuel Bermejo al frente, gobernaron apenas año y medio, con algunos éxitos -municipalización de las guaguas, así como del servicio de recogida de basuras, impulso de las primeras guarderías públicas...- y otros notables fracasos, como la gestión del agua.
Y me sumerjo en lo que la coalición autodeterminista pensaba sobre asuntos como el proceso autonómico, la lucha por la paz y el referéndum OTAN, la universidad canaria, el sindicalismo, el mundo de la cultura o la africanidad de Canarias. Y entro a analizar, asimismo, el más que insuficiente papel de las mujeres en la organización de izquierdas, pese a ser muchas de sus integrantes destacadas impulsoras del feminismo en las Islas.
Como señalo en sus páginas, «la UPC fue una esperanza que recogía los anhelos de mucha gente. Aspiraciones de libertad, de superación de las penosas condiciones de vida, de defensa de la mejora de unos claramente insuficientes servicios públicos, de capacidad de organizar las políticas desde Canarias y para Canarias, de reconocimiento de la identidad y de la dignidad de un pueblo... Deseos que, en buena medida, no pudo o no supo canalizar».
En definitiva, espero que esta obra sirva, sobre todo, para las jóvenes generaciones que han oído hablar de la UPC, de las especificidades de la transición en Canarias y del relevante papel del nacionalismo de izquierdas tras el franquismo, y muestran curiosidad por esa etapa de nuestra historia reciente. Alguna persona me ha planteado estos días si escribir un libro sobre la Unión del Pueblo Canario comporta un ejercicio de nostalgia por mi parte. Les puedo asegurar que en modo alguno. Como no la siento, la nostalgia, hacia el final de la cruel dictadura franquista y los primeros años de la Transición, aunque los viviera intensamente. Cuando manifestarse por las calles comportaba el riesgo de ser apaleado por la policía, de ser detenido e incluso torturado en una comisaría. Cuando el autoritarismo lo inundaba todo y era imposible respirar aires de libertad. Son otros los sentimientos que albergo por esa convulsa época, nostalgia no.
Puedo mirar aquella etapa con mucho interés, intentando desmenuzar sus aciertos y errores. Sin duda, fue esencial para posteriores transformaciones que han hecho una Canarias y una España mejor. En las libertades, en los servicios públicos, en las infraestructuras, en la formación de la gente, en los derechos de las mujeres... Pero ni pienso que cualquier tiempo pasado fue mejor ni creo que las fórmulas del ayer sean útiles para hoy. Reivindico, eso sí, las miradas, necesariamente críticas, a otros momentos de nuestra vida y de nuestra historia. Entiendo que es importante saber cómo éramos. Seguramente puede ayudar a entender mejor cómo somos y cómo queremos ser.
Con memoria. Sin nostalgia.
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