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Seguro que hay muchas maneras particulares de medir el civismo de nuestra sociedad, una masa conformada por individuos de muy diferentes clases, niveles culturales y económicos, grados de educación, de empatía con el resto y de respeto por lo ajeno. Pero últimamente me llama poderosamente la atención la aversión que ciertas personas sienten hacia elementos comunes, pagados con dinero público, que nos pertenecen a todos y que están ubicados aquí y allá para el disfrute común y la mejora de nuestras vidas. Ya se trate de una papelera, un contenedor de basura o un parque infantil, no llego a saber qué se siente cuando se destrozan estos bienes, se les prende fuego o se utilizan de manera inadecuada. No llego a entenderlo.

Sin embargo, hay gente que debe ser que no tiene otra cosa que hacer. Hace poco me contaba un concejal de Limpieza de un municipio grancanario que durante meses han estado reponiendo, semana sí, semana también, la misma papelera, del mismo parque, del mismo barrio. Recompuesta todas las semanas, a alguien le molestaba sobremanera la dichosa papelera, por lo que la emprendía a golpes con ella, le prendía fuego, la desplazaba. ¿Y cómo es eso?, le pregunté sin dar crédito al afanoso edil. Es lo que hay, me vino a decir. La única solución que han encontrado por ahora es cambiar el modelo de papelera en ese lugar, poner una casi irrompible. Y eso sin olvidar que en los pequeños municipios el mantenimiento de los espacios públicos supone una gran inversión para los ayuntamientos, y no solo en términos monetarios, sino de tiempo. El personal es escaso y el día no da para tanto incívico por metro cuadrado.

El pasado fin de semana tres contenedores ardieron en Arucas, en lugares diferentes. ¿Intencionado? ¿Casualidad? La única explicación a tanto despropósito es pensar que la gente se aburre, lo que podría relacionarse con los bajísimos índices de lectura de la sociedad canaria. La mitad de la población, dice el último Barómetro de Hábitos de Lectura y Compra de Libros 2017, no lee. Nada. Ni un libro, ni un periódico, ni un cómic. Nada. Lo cual tampoco quiere decir que la otra mitad esté conformada por voraces lectores, ya que se recuentan los lectores esporádicos, aquellos que dicen que por sus manos cayó algún libro a lo largo del año. Y con esos datos, hay mucho tiempo libre, digo yo, para destrozar lo que es de todos.

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