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La ciudad y el Monopol

La ciudad y el Monopol

Primera plana ·

El Monopol ofrecía una comedia o drama francés e italiano, películas de contenido social y apostaba por títulos de aquí

Miércoles, 28 de octubre 2020, 07:51

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Me decía un taxista el otro día que por las tardes apenas hace caja. Que las horas las pasa deambulando por Las Palmas de Gran Canaria con alguna que otra carrera y poco más. Por no mentar los problemas de seguridad que algunos colegas suyos han empezado a tener. Y es que a partir de las 17 horas la gente se recoge, como si nos hubiéramos vuelto alemanes que nos encastillamos en casa. Y eso que aún no se había efectuado el cambio horario que precisamente acorta la luz imperante de las tardes que desalienta todavía más la vida social. Calles desérticas y locales agolpados luciendo carteles de se alquila o se traspasa, conforman el decorado de una ciudad apagada, sin brío.

Esto también ha motivado, junto a otros factores, el cerrojazo del Monopol. El único cine, de verdad, como tal, que mantenía viva la pasión por una rutina (típica de las clases medias) en el enclave urbano donde, ahora sí, solo queda los multicines del extrarradio que ofertan el entretenimiento y la carcajada yanqui. El Monopol ofrecía una comedia o drama francés e italiano, películas de contenido social y apostaba por títulos de aquí. Todo eso lo hemos perdido. Una urbe sin cultura se muta en un gigantesco mamotreto donde el ladrillo y los centros comerciales taponan la conversación, las inquietudes y el crecimiento personal y colectivo. Se deja de ser ciudadano para convertirse en consumidor acrítico. Y entonces prima el pulso rectilíneo del estancamiento. Hubo un tiempo no tan lejano que Las Palmas de Gran Canaria podía presumir de tener una agenda cultural de primer nivel, impropia de la ultraperiferia obligada a costear la tutela del mercado mesetario. Era frecuente el fin de semana donde los posibles planes de cine, teatro y conferencias superaban, con creces, el de las peninsulares capitales de provincia.

Cuando el Monopol cierra de esta manera, un adiós que no se sabe si es un hasta luego, es tan solo la antesala de la despedida definitiva. Es como esos periódicos editados en Madrid que, con la anterior recesión, dejaron de distribuir en Canarias como paso previo a la desaparición ('Público') o el jamás retorno ('Abc' y 'La Razón'). Es lo que tiene los enormes quebrantos económicos que retemblan a la sociedad: constituyen un antes y un después en el que nada será como lo era antes. Cuanto más dure la pandemia, cuanto más permanezca la necesidad del uso de la mascarilla, cuanto más nos acostumbremos a lo casero, más (mucho más) costará rescatar la vida de antaño donde ir al cine se acompañaba del saludo en la cola de la taquilla, el café previo a comprar las entradas y el vino a la salida. Y, sobre todo, resurgías de la sala (de las del Monopol) con el convencimiento de que el largometraje que acababas de ver te hacía pensar, te había obligado a reflexionar y deseabas compartir una conversación en los aledaños para intercambiar impresiones. Por eso es cine, cine de verdad, y no entretenimiento industrial. Una ciudad huérfana de ánimo que hipoteca su futuro. Un hogar sin la presencia cotidiana en el salón de un periódico de papel, que vale como un cortado, restringe el horizonte de sus integrantes, recorta su plenitud ulterior cuando no directamente los hace presa fácil de la manipulación. Porque el diario suele ser el enganche para que los adolescentes y jóvenes se sumen a la lectura de libros. Todo va unido. Por algo era así. Nunca fue una casualidad.

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