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Gaumet Florido
¿Qué diferencia hay, formalmente, entre la decisión de un papa de tapar los genitales de las figuras pintadas en la Capilla Sixtina y la de una escuela catalana de retirar unos cuentos de su biblioteca infantil por considerarlos sexistas? Sin entrar en el fondo, porque es evidente que el fin que persigue la escuela es loable, lo que diferencia a una y otra acción es el contexto histórico. El acto es el mismo: la censura.
Y esta es producto, por cierto, de una lacra que, como siga creciendo, traerá malas consecuencias: la intransigencia. Que a su vez deviene de una peligrosa tendencia individual y social de unos años para acá: los extremismos y la radicalización. Esa intransigencia creciente ya no respeta ni la cultura, una de las formas de expresión más libres del ser humano, está contaminando las relaciones interpersonales y entre los pueblos (miren si no lo que está pasando con Cataluña, desde uno y otro lado), y ha derivado, en algunos casos, en una práctica cada vez más recurrente y, por cierto, muy miope: mirar al pasado con ojos del presente.
Los que tomaron esta controvertida decisión en esa escuela pública de Barcelona, Táber de Sarriá, cayeron en este error. Retiraron 200 cuentos de su biblioteca infantil, entre ellos Caperucita Roja o la Bella Durmiente, porque fomentan estereotipos de género. Más o menos como cuando la Inquisición mandaba a quemar libros porque se alejaban de la moral cristiana. De la misma forma que hoy tenemos claro que, en la conciencia colectiva actual, del siglo XXI, hombres y mujeres son iguales y deben tener las mismas oportunidades, en la España de los siglos XVI al XVIII Dios y la iglesia marcaban las pautas de los comportamientos individuales y sociales, y quien se alejara de esos preceptos, libros incluidos, eran mal vistos. Entonces, como ahora, hubo quien optó por la censura. Antes fue la Inquisición, ahora es esta escuela catalana.
Y digo yo, ¿en lugar de prohibirlos, no sería más propio enseñar a los niños y niñas de hoy a leer esos mismos cuentos desde una perspectiva crítica? ¿No sería mejor contextualizárselos en la época en la que fueron escritos? Como sigamos así, viendo el pasado con ojos del presente... ¿Qué hacemos con esos abuelos y abuelas que en los años 40, 50 o 60 del siglo XX dieron estudios a sus hijos y se los negaron a sus hijas? ¿Estuvo bien? Claro que no. Es más, hoy sería delito. ¿Qué hacemos? ¿Prohibimos que se relacionen con sus nietos? ¿Por malos? Actuaron conforme a una época. Y esta misma perspectiva equivocada es la que lleva a López Obrador a amonestar a España por la conquista de América ¡¡¡¡de hace 500 años!!!! Si nos ponemos así, no quedarán libros en las bibliotecas.
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