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Casas terreras

Casas terreras

«No todo es coronavirus. En la ciudad también hay un singular patrimonio que se debe preservar»

Jueves, 16 de julio 2020, 09:37

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Además del alarmante coronavirus hay otras historias, como esa que cuenta la canción de que a Canarias también vino un día una inglesa soñadora, que ver el cielo quería, siempre azul y a todas horas; y hoy podemos decir que hace poco llegó a La Isleta un alemán, Klaus Kandler, que encontró ahí el lugar tranquilo y bien comunicado para disfrutar de una ciudad que le encanta. Pero además de cielo azul encontró vecindad a todas horas y unas casas terreras que han dado seña, color y razón de ser a este barrio. Cautivado por ellas, rehabilitó una y se ha lanzado a reproducir en miniatura muchas de sus fachadas, en un auténtico ejercicio de salvación de la memoria de un entorno que, por mor de la inexistencia de una ordenanza que lo proteja, malamente resiste a las nuevas promociones inmobiliarias, aunque, aún así, continúa siendo un rincón singular en la megalópolis capitalina.

Hace apenas 130 años en La Isleta no había más allá de unas pocas chozas de pescadores; pero, entonces se inició la construcción del Puerto de La Luz. Y así, gentes venidas, preferentemente, del interior de la isla, Lanzarote, Fuerteventura y El Hierro empezaron a construir en las lomas de los volcanes de esa península que tanto identifica a la isla. Primero hicieron cabañas de madera, luego chiqueros, que así les llamaban, y más tarde las identificadoras casas terreras. De la nada construyeron futuro y lo hicieron suyo.

Levantaron viviendas de arquitectura modesta, humildes, luminosas, emulando a las tradicionales, con un patio central al que daban las habitaciones, y el barrio pasó a ser, como dijera Víctor Doreste del Risco de San Nicolás, un carrillito de pastillas, con sus casas coloradas y sus puertas amarillas. Primero fueron unifamiliares y luego multifamiliares. La necesidad apretaba. La casa era el mundo por uno mismo realizado, como apuntara Ángel Sánchez. La zona personal, el espacio sosegado. Por eso las fachadas se hicieron radiantes, como nuestro ambiente, de colores no uniformes. Cada cual mostraba su estética en su frontis. Casa identificada, personalizada, hecha entre sancochos, con las manos amigas y la ayuda de algún maestro albañil y carpintero. Por todo esto son de colores las casas de La Isleta.

Expertos urbanistas internacionales han aplaudido esta arquitectura realizada por la gente para permitir el trato entre vecinos y el paseo por sus zigzagueantes calles; sin embargo, aun siendo todavía muchas las que perviven cada vez son menos las que resisten ante el empuje de la modernización y, también, la despersonalización. Ahora llega un alemán y nos sonroja enalteciéndolas y poniéndolas en valor. Bueno sería que nos pusiésemos manos a la obra para que este legado arquitectónico no quede en una simple maqueta de alguien que supo ver su importancia en la historia de una ciudad que le dio la espalda a parte de su singular patrimonio.

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