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Camino de la ‘funcionacracia’

Camino de la ‘funcionacracia’

«La crisis no solo trajo el principio del fin de las clases medias, sino la ‘funcionacracia’, una clase social y laboral de elite»

Jueves, 1 de enero 1970

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Escucho atónito la última y controvertida propuesta de dos sindicatos, Sepca e Intersindical, al Gobierno de Canarias. Le piden, vía enmienda a los presupuestos regionales de 2019, que a todos aquellos empleados públicos que estén en calidad de interinos en la administración regional desde 2005, se les reserven, o se les congelen, las plazas que ellos ocupan hasta que se jubilen. A simple vista es una buena idea. Aunque para eso tengas que obviar las lógicas dificultades jurídicas que implica la iniciativa. Y que también dejes a un lado lo que de injusto tiene para las miles de personas que llevan años examinándose para aprobar y ocupar, legítimamente, uno de esos puestos, sin dueño, que estos sindicatos quieren blindar.

¿Y por qué, a priori, no es mala idea? Porque es una trastada que, tras años de servicio, le dejen a uno en la calle de la noche a la mañana, y más cuando se tiene unos años. Lo digo sin ironías. No le deseo a ningún profesor, enfermero, ingeniero o administrativo que se vea en el paro con 57 años tras 20 trabajados en la administración y en una sociedad que desprecia la experiencia. El problema, y aquí viene mi argumentario, es que volvemos a toparnos con un gravísimo caso de discriminación entre el empleado público y el empleado del sector privado.

Cada vez tengo más sensación de que la crisis no solo trajo consigo el principio del fin de las clases medias, con el surgimiento del trabajador pobre, sino la consolidación de la funcionacracia, una clase social y laboral de elite, privilegiada y protegida, a años luz del resto de contratados. Aunque la metáfora les resulte friki, o si quieren pueril, se me vienen a la mente esas películas apocalípticas en las que un virus mortal (capitalismo, crisis, prima de riesgo, hombres de negro, reforma laboral) desangra a la gente por las calles mientras unos pocos (empleados públicos) asisten, impávidos, parapetados en edificios (administraciones públicas) en los que no dejan entrar a nadie (por aquello del contagio). Si hace falta, los más valientes (sindicatos), sellan la puerta con barras de hierro. ¿Cuántos miles de trabajadores se han visto en la calle con 50 o 60 años? ¿Cuántos se tragaron las lágrimas y tuvieron que empezar de cero? No lo veo justo.

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