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Calle de todos será

Ultramar. «Olvidan que el carnaval existió antes que los grupos y se hace más allá de los escenarios» Vicente Llorca

Jueves, 1 de enero 1970

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Con la maestría que le caracteriza, Raúl del Pozo nos resumía hace unos días la historia de las carnestolendas en las que estamos. Cuando reventaban las Lupercales, en la Roma imperial, los esclavos se disfrazaban de patricios, incluso en la alcoba, y el poder pasaba a la plebe. Más tarde las Lupercales se transformaron en carnavales, donde lo esencial era la máscara y el desmadre. Llegado el Siglo de Oro y la picaresca el carnaval fue un auto sacramental obsceno y mucho más tarde, en estos tiempos, se hizo municipal, hortera y espeso. Y en esas estamos, en el empeño de la oficialidad de domesticar y encorsetar una fiesta cuya razón de ser es justo lo contrario, salvo que la pretensión, que así lo parece, sea convertirla en simple desfile de disfraces al gusto de los biempensantes y las audiencias televisivas.

Sin embargo, pese a todo, hay resistencia y, rememorando las palabras de Gabriel García Márquez, «después de un año sometidos a la fastidiosa vigilancia de la cordura» la gente toma la calle con su reverbero de emociones políticamente incorrectas y da vida a una cabalgata que es la genuina e indomable representación de un carnaval que nació al margen de las instituciones, fue lanzado al estrellato por una ciudadanía que lo hizo suyo de manera masiva y solo puede serlo si es transgresor, anárquico y original frente a los corsés.

Así que hoy, día de cabalgata, de punta a punta de la ciudad, con decenas de miles de mascaritas locas llenando de colorido la capital entera, no poniéndose la careta, sino quitándose la cara, como recomendara Antonio Machado, o colocándose un pañuelo el que no tiene pañoleta, al grito de «¿me conoces, mascarita?», vale recordar el poema de nuestro Agustín Millares Sall, uno de los grandes de la poesía social española, y entonar aquello de: «La calle que tú me das, no será tuya ni mía, calle de todos será». Y con sus versos recordar a la municipalidad reinante que eso son los carnavales y que tocan cuando tocan, justo antes de la Cuaresma, que es la fiesta de lo curas, como cantan las doloridas plañideras cuando llevan a quemar a la Sardina.

Y dicho sea esto, porque en estos días atrás, a cuenta del mal tiempo, la oficialidad se apuró a plantearse la idoneidad de buscar otras fechas que garanticen una climatología más bonancible y una y otra vez, hasta la saciedad, dijeron que habría que tratar el asunto con los grupos y que de ellos era la palabra. Permítanme una puntualización, la palabra, como la calle es de todos. Olvidan los gobernantes que el carnaval existió antes que los grupos. Serán importantes, que lo son, para la vistosidad de la fiesta que se ve a través de la televisión, pero volvemos, al principio, la razón de ser de este festejo es justo lo contrario a la domesticación. La fiesta se hace más allá de los escenarios, se hace en la calle, que de todos ha de ser. Hoy toca.

Otra cosa es el carnaval o el travestismo político, que no cesa, ese en el que abundan las dobles caras y que, según la coyuntura, juega con las subvenciones al transporte de los isleños, retrasa el convenio de carreteras, demora la reforma electoral y del estatuto de autonomía, etc, etc.

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