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Directo Vegueta se tiñe de blanco con la procesión de Las Mantillas

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Estos días recordamos a los difuntos, y aunque la muerte es igual en cualquier época y cualquier lugar, el modo en que es tratada tiene grandes diferencias, que inciden curiosamente en la forma de vida de las sociedades. Luego está la perspectiva individual, porque la vida es una incógnita que nadie ha resuelto, y nos la pasamos preguntándonos cosas sobre ella, cuando lo verdaderamente misterioso es la vida. Lo normal es lo inerte, las piedras, el agua, el aire, pero, mira por dónde, con esos componentes surge algo que vive y piensa. En muchas culturas se recuerda a los difuntos, y se espera que sigan vivos de alguna manera, en otra dimensión, pero la celebración consiste precisamente en agasajar con flores los restos que sabemos se han vuelto agua, aire y tierra. Una contradicción como tantas.

Que nadie se engañe, que el Día de Difuntos no es el Halloween de los americanos. Aquí se celebra con castañas, anís y cazalla, y llevando flores a los cementerios. Pero los muertos ya no están en las tumbas, sino en la memoria de quienes los recuerdan, lo del cementerio es un tributo externo que recuerda las viandas que ponían en las tumbas de los faraones y que, por supuesto, no se comían. Eso me ha llamado siempre la atención; cuando encuentras una tumba centenaria o milenaria, da prestigio porque es arqueología y ciencia. Cuando se abre una tumba reciente es profanación. O lo que es lo mismo, por muchas flores que lleves al cementerio y por mucho que pagues el nicho, dentro de mil años alguien profanará esas tumbas y hará una tesis universitaria.

La muerte a menudo se burla de nosotros, y es posible que acabe siendo supersticioso porque mi relación con las necrológicas es curiosa. He escrito muchas, casi siempre de ilustres finados del mundo de la cultura, pero debo tener cuidado con las muertes anunciadas porque la verdadera fecha nadie la sabe. Hace unos años salí de viaje y Rafael Alberti estaba muy enfermo, decían que moribundo en un hospital de Puerto de Santa María. Me pidieron que dejase escrita su necrológica y así lo hice. Pero esa nota se perdió en el tiempo porque Alberti no murió entonces. Lo mismo me sucedió con Torrente Ballester, y cuando finalmente murieron, el artículo cuidado que había escrito para ellos ya no existía, se había perdido en la memoria del ordenador o entre cientos de papeles amarillentos.

De modo que he llegado a la conclusión de que mis artículos necrológicos anticipados son un seguro de vida, porque sus destinatarios siguen vivos hasta que mi artículo se pierde, y luego tengo que hacer uno a toda prisa cuando sucede de verdad. Alguna vez me han dicho que prepare un texto sobre este o aquel porque suena para un premio, y pasa lo mismo, no se lo conceden. La lección es que las cosas ocurren, y a menudo lo que parece obvio no sucede. Cuando le conté esto alguien me dijo que tal vez debiera escribir un artículo necrológico de las personas que me importan, de los amigos y hasta de los enemigos, porque yo la muerte no se la deseo a nadie; así seguirían vivos. No deja de ser un argumento para un cuento literario, pero sería de terror, porque siempre podría perderse y entonces... Sería el colmo de la superstición y finalmente sé que la muerte tiene su propio calendario.

Y luego está el negocio de la muerte. En las viejas películas del oeste el sepulturero se frotaba las manos cuando había un tiroteo en la polvorienta calle central del pueblo, que se llenaba de cadáveres. Cuando era niño y veía esas películas en la sesión de tarde, me preguntaba quién pagaría la factura al enterrador, porque los muertos eran transeúntes que no tenían familia en el pueblo. Sigo preguntándomelo. Pero es verdad que hay negocio alrededor de la muerte, desde los mausoleos privados a las urnas coquetas para las cenizas: flores, esquelas, tanatorios... En Estados Unidos maquillan a los difuntos, y pronto lo harán aquí. También el de la industria armamentística es un negocio deshumanizado y aterrador relacionado con la muerte… Pero ese es otro asunto.

Pensar en la muerte debiera hacernos más vitalista y generosos, pero aprovecharse del dolor y el amor de los familiares no me parece divertido, porque está bien que la gente se lucre con bodas y bautizos, que son exponentes de alegría, pero hacerlo con la muerte es de mal gusto. Por muy buena prosa y fino razonamiento que tengan los filósofos que lanzan sus proclamas en latín, al final no saben más sobre la muerte que el campesino. A cierta edad nos damos cuenta de que, de todas las personas que en algún momento pasaron más cerca o más lejos de nuestra existencia, son más las que faltan que las que siguen aquí. No hay que darle más vueltas, recordemos a quienes se han ido, es una forma de alargar sus vidas. Nosotros seguimos vivos, no sabemos por qué ni hasta cuándo, y seguramente eso es lo que hay que celebrar en el Día de Difuntos.

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