La autoestima de los adolescentes
Ese mismo miedo al rechazo de nuestros iguales, a no ser aceptados por otros jóvenes, es el que, por ejemplo, nos hace asumir conductas de riesgo o dejar de estudiar; que seamos los más 'guays' y dejemos a un lado nuestra verdadera identidad
Alba Naiara Abreu Pérez | Alumna de 4ºB del IES Gran Canaria
Las Palmas de Gran Canaria
Jueves, 27 de abril 2023
A menudo escuchamos que la juventud está desbaratada, que ya no queda respeto, que se han perdido costumbres; que nada es como antes. Con frecuencia los jóvenes somos criticados por las actitudes impulsivas, egoístas e inesperadas que ciertamente lideramos. Sin embargo, a muchos adultos les bastaría con pasar un día en nuestras vidas para darse cuenta de que, además de la locura propia que caracteriza nuestra edad, existe ahora otro elemento que amenaza con hacérnosla pasar mal: la baja autoestima.
Estamos en la edad de forjar nuestro autoconcepto e identidad, pero hay muchos factores que nos lo pueden dificultar.
Uno de los mayores es relativamente nuevo y se disfraza de refugio ante nuestros ojos. Este son las redes sociales, un lugar perfecto en el que se te enseña una supuesta clave de la felicidad: una serie de requisitos (inasequibles e irrealistas) que cumplir, una manera de verte, una cantidad de likes que obsequiar, una manera infalible de tener éxito: de gustar a los demás. Sin embargo, tras ello se esconden aspectos negativos como el cyberacoso o, relacionado con la autoestima, la presión social.
Para nosotros la herramienta más cómoda para camuflar inseguridades y dudas son las redes.
Ahí usamos la máscara anti rechazo de manera diaria. Nos aterroriza no ser acogidos y, por ello, evitamos destacar y mostrar cualquier ámbito de nosotros que sobresalga (para bien o para mal): nuestros gustos, nuestro cuerpo, quienes somos… Incluso aunque esto pueda parecer ambiguo, pues siquiera sabemos con certeza quiénes somos en totalidad, lo poco que conocemos de nosotros lo tratamos de ocultar.
Sin duda alguna, uno de los peores contras de pertenecer a la era digital es que crecimos junto al desarrollo de unos aparatos con microchip los cuales a veces ni los adultos saben controlar, y que nos vuelven vulnerables hasta el punto en que una foto inesperada nos puede hacer sangrar, o de no creernos lo suficientemente válidos para ir a la playa y mostrar nuestro cuerpo como lo hacen los/as modelos de Instagram. Dejamos de vivir nuestra mejor vida porque no cumplimos aquello que indirectamente nos impone la sociedad.
Y por sociedad entendemos todo: desde nuestro seguidor desconocido hasta nuestro amigo, profesor o familiar. Todos esperan algo de nosotros: una espera que, sin quererlo nos daña, nos vuelve de cristal.
Ese mismo miedo al rechazo de nuestros iguales, a no ser aceptados por otros jóvenes, es el que, por ejemplo, nos hace asumir conductas de riesgo o dejar de estudiar; que seamos los más 'guays' y dejemos a un lado nuestra verdadera identidad. Y bajo esta situación es entendible que los adultos nos impongan normas y castigos, pero a veces nadie nos explica el porqué de ellos, o estos son excesivos.
No ser ni niño ni adulto tiene sus desventajas, pues somos niños para recibir castigos, aunque ya maduros para soportar la presión que el hogar y los estudios nos ejercen. En ocasiones desde casa se nos exige más de lo que sabemos dar y no se nos explica cómo ir más allá; se nos critica destructivamente, se nos compara, juzga o simplemente no se nos tiene en cuenta. Entonces creemos que merecemos eso y nuestro autoconcepto empeora drásticamente.
Por todo ello, consideramos indiscutible que la familia posee el papel fundamental del desarrollo de nuestra autoestima. Pues en un hogar cariñoso y seguro, en el que se nos valora sin juzgar y se nos enseña a respetarnos y cuidarnos es mucho más sencillo que no existan problemas de baja autoestima, o que, si los hay, seamos capaces de pedir ayuda. Porque a veces no es solo que el resto escuche, sino que uno sepa comunicarse.
El último apartado lo dedicamos a quizá al paso más duro que se puede dar. Consideramos que en la sociedad actual un gesto tan interesante y que vale tanto la pena como ir a terapia está envuelto entre múltiples tabúes, estereotipos y prejuicios. Esto es una lástima porque ya que a muchos jóvenes se les dificulta aprender a valorarse en la etapa de la vida en la que más lo necesitan, sería maravilloso que los adultos y las comunidades trabajasen para garantizar que los adolescentes recibamos la guía, apoyo y herramientas necesarias en nuestros problemas. Que se amenicen costes, se expanda información acerca de responsabilidad y seguridad (digital, socioafectiva, emocional…), y se comprenda al fin que los profesionales de salud mental no son 'cosas de locos' y nos proporcionan recursos que nuestro entorno desconoce, resultaría esencial para que desarrollemos una buena autoestima y, en última instancia, un futuro sano y feliz en el que quepamos todas y cada una de las personas en su totalidad: sin miedo, sin inseguridades, sin complejos… Personas valientes dispuestas a sanar.