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Si el asunto catalán responde a una solución de chequera, eso tiene un coste indudable para el resto. Mariano Rajoy se negó a pasar por ahí cuando Artur Mas le pidió, allá por 2012, aceptar el pacto fiscal que igualase a Cataluña con el País Vasco y Navarra. Le presentó en La Moncloa el cupo como una salida para evitar el referéndum. Aún no sabemos si Rajoy se arrepiente de no haber explorado esa vía aunque fuese como manera de ganar tiempo... Pero si Pedro Sánchez utiliza las partidas presupuestarias como mecanismo de apaciguamiento, no se entenderá en el conjunto de España y conllevará un desgaste electoral para los denominados barones socialistas que en mayo se enfrentan a las urnas. Por eso lo de Cataluña no tiene solución: Madrid no aceptará el cupo y Barcelona no se contentará a estas alturas con un nuevo Estatuto de Autonomía que ya tumbó parcialmente el Tribunal Constitucional. El problema catalán no se resolverá estos días ni dentro de uno o tres años, tendremos que convivir con el mismo y sobrevivirá a distintos presidentes del Gobierno.
José Luis Rodríguez Zapatero pensó que aceptando el Estatuto que aprobaría el Parlamento catalán, el que fuera, se acabaría la eterna tensión territorial. No fue sí. Al contrario, la deriva empezó entonces. Dicho en plata, cuando Sánchez salga de La Moncloa (las encuestas juegan en su contra en estos momentos) el trance seguirá estando sobre la mesa. Esta crisis consumió a Rajoy y puede que lo haga también con Sánchez. En realidad, el jefe del Ejecutivo no tiene margen de maniobra porque buscó en el Consejo de Ministros de Barcelona contentar a los respaldos independentistas que fueron justo los que le permitieron reemplazar a Rajoy.
Eso sí, la duda está en si los soberanistas aprobarán los Presupuestos Generales del Estado para 2019 en aras de otorgarle oxígeno político a Sánchez y sortear la llegada de un frente de derechas al poder central tal como anuncian los sondeos tras el terremoto político en Andalucía. El miedo a Vox puede facilitar un nuevo gesto parlamentario de calado por parte de los escaños independentistas que, a buen seguro, sería correspondido por el PNV. Los nacionalismos periféricos tienen miedo fundado a lo que supone el éxito electoral de Ciudadanos y Vox que, en mayor o menor grado, tratan de laminar el modelo autonómico. Es grave. Y la aparición de estas fuerzas en la orilla ideológica de la derecha es la reacción al pulso catalán que igualmente se les ha ido de las manos en Barcelona. De hecho, ya en 2018, Mas y Rajoy no pintan nada. Y con ellos empezó la partida.
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