Soria y su ventilador
Si algo tiene el poder mal ejercido es que genera mucha basura. La de José Manuel Soria puede cubrir su esculpida figura, aún daría para ahogar a más de uno por inmersión y salpicar a muchos con el adecuado ventilador. En esto está Soria, después de convertirse en un apestado del PP y un olvidado de sus amigos, o los que decían que eran sus amigos, porque en esto del poder las amistades son como los precios, suben o bajan, en función de la situación del mercado. Soria es un político que ha sabido moverse perfectamente en los laberintos del poder y en las alcantarillas, y de ellas saca ahora todo un lodazal para lanzarlo contra quienes cree culpables de su caída, sin calibrar que durante todo este tiempo el mayor enemigo que ha tenido es el mismo.
Es muy duro perder el poder. Es un atributo tribal que genera tantas endorfinas como un chute de heroína, como el buen sexo o el deporte al límite. Desengancharse es duro. Requiere un ejercicio de humildad incalculable, imposible en un personaje como Soria, ser el prior del convento y pasar a ser el portero. A quien ha tenido el poder y lo ha ejercido y administrado sin mucha compasión, perderlo le genera un estado de estrés muy similar al de síndrome de abstinencia. Es un proceso irreversible. Se pasa por mucho desasosiego, nerviosismo y cierta depresión que genera y acumula mucho rencor que impulsa a la búsqueda de los culpables y de la venganza.
Ese es el recorrido que ha hecho Soria. Ha sido uno de los canarios con mayor poder local y del Estado. Ha sido el hombre admirado por todos, el gran fascinador, el interlocutor, el padrino de muchos, el asesino político y profesional de otros cuantos (bastantes), el superviviente de mil batallas cruentas, el ave fénix que vimos resurgir muchas veces de sus propias cenizas, el hombre que hizo de la adversidad un aliado de su éxito, el político con suerte que recorrió todos y cada uno los caminos del triunfo y el fracaso. Un político que entró en la vida de los canarios como una alternativa, pero del que pronto descubrimos que construía su liderazgo, y su propia vida, a base conspiraciones, traiciones y deslealtades.
Fue así como fascinó a Rajoy. Nunca lo logró con Aznar y lo intentó muchas veces. Al expresidente del primer Gobierno del PP no le gustó que lo imitara, ni su prominente bigote, ni sus métodos expeditivos, ni algunas de las compañías y amistades que eligió dentro de sus gobierno, como la de Zaplana, del que pronto presumió en Canarias, ni la de Jaume Matas, que se dirigía a él como «mi alcalde favorito». Se ofreció a Rajoy en Valencia (2008) cuando todo el aznarismo, con Esperanza Aguirre a la cabeza, trataba de matarlo. Cuatro años después Rajoy ganó y Soria se consagró con un puesto en el Gobierno que vale su peso en oro, el todopoderoso ministerio que domina áreas de tal magnitud como Industria, Energía o Turismo. Por aquel entonces Soria no podía prever que Madrid le quedaba grande, que cuanto más cerca estás de la fuente del poder más ventajas tienes, pero también más potentes enemigos.
Soria, obnubilado por el poder, no podía prever que aquel nombramiento sería su tumba política, el sumidero de todas sus aspiraciones políticas, el principio de su fin. En los planes del ex ministro, como en el de muchos hombres que tocan el poder, nunca estuvo retirarse sin antes acumular otras modalidades del mismo dominio, el que se ejerce sin necesidad de dar la cara o someterse al examen y escrutinio de los ciudadanos, ese que algunos consideran por encima de la misma democracia, de Estado de Derecho. Quería salir de la política y entrar en un selecto club de poder con el que se codeaba, al que fascinaba, del que era el principal conseguidor, pero que también despreciaba su desparpajo y egolatría.
Tanto soñó Soria y tanto conspiró en Madrid que se vio como sucesor de Rajoy al frente del PP, vencedor de unas elecciones generales y como presidente del Gobierno. Tales sueños de grandeza tienen su precio, el que le hizo pagar la vicepresidenta del Gobierno, Soraya Sáenz de Santamaría, que pronto descubrió en el canario sus ambiciones desmedidas y los métodos que utilizaba para conseguir lo que quería. Su política en contra de los intereses de las grandes compañías energéticas y los grandes lobbies de negocios turísticos e industriales y su resabido comportamiento personal, imbuido en la convicción de que su poder no tenía más límite que el pobre Rajoy, al que había fascinado, le impidió calcular bien sus apuestas. Algunos de los que mandan mucho más que él y más que Rajoy pusieron su firma en su sentencia de muerte. Primero con los papeles de Panamá y después con su nombramiento para el Banco Mundial. Nunca antes ha habido en la prensa española tanta unanimidad para hundirlo, indicativo de en qué nivel había rozado la fibra el «engreído» ministro canario.
Los poderes que Soria había tocado dentro y fuera del Gobierno estaban por encima de Rajoy, que ya no puede cumplir con sus promesas. Es quizás por eso que Soria se planta de nuevo en Valencia, la ciudad que le dio el poder, ahora con un mensaje amenazante. El 24 de noviembre de 2016 se celebraba el entierro «íntimo» de Rita Barberá, acusada de corrupta y convertida en mártir y víctima del PP. Soria no se escondió, todo lo contrario, se paseó delante de las cámaras de televisión y ante los periodistas para recordar al PP y a Rajoy que él también había sido víctima y que le debían, no un funeral, sino un favor, el de colocarlo en algún lugar desde el que seguir manejando el poder.
Su gesto no surtió efecto. Todo lo contrario. Dos meses después, el 26 de febrero de 2017, El periódico más cercano al PP, La Razón, publicaba dos páginas bajo el título «Soria ha sido un mentiroso compulsivo» y el subtítulo «Dirigentes populares confirman el ocaso político del ex ministro y aseguran que de gozar de la confianza de Rajoy a decepcionarle en los más hondo». Era la certificación de su muerte política que ahora quiere vengar con un libro a medio hacer, o con algunas páginas escritas y filtradas, para dar una puñalada a quien cree uno de los que colaboraron en su caída, el también todopoderoso ministro de Hacienda, Cristóbal Montoro, ya debilitado y amenazado por poderes externos al propio Gobierno. Un libro con el que amenaza días de espanto para el PP y para aquellos que colaboraron en su salida, como la vicepresidenta del Gobierno y algunos empresarios de los que ya no recibe llamadas de apoyo ni ofrecimientos de negocios para su recién constituida empresa familiar.
Las filtraciones de Soria a El Mundo son el aullido de un moribundo asido por un hilo a la vida que soñó, la del poder eterno, el lamento del malherido que pretende hacer el máximo daño posible antes de expirar, los estertores de un rencor profundo generado por el odio a los que un día lo quisieron y lo auparon, por todos a los que ayudó y defraudó profundamente.
Soria amenaza con una tempestad de basura. Aspira a convertirse en un Bárcenas con el que hay que negociar para que no saque los trapos sucios. Pero hoy debe calcular que el PP está dispuestos a ponerse el chubasquero, que -con toda probabilidad- no recibirá la llamada que está esperando y que sus enemigos son muchos, y más importantes que sus padrinos, si es que le queda alguno. Algunas veces retirarse en silencio y con cierta dignidad es más productivo, sobre todo para la conciencia, pero sé que domina más la adrenalina del resentimiento sobre el poder que los buenos de cualquier filantropía, incluida la católica, de la que dice es fiel practicante.