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Una conversación entre el papa Francisco y Donald Trump tiene que ser lo más parecido a uno de esos audios que envían a domicilio sobre ejemplos prácticos para aprender idiomas o, en este caso, filosofía. Porque uno y otro tratarán lo que consideren, seguramente sin mayores alturas en el coloquio. Cada uno dice lo que estima y santas pascuas. Y, sin embargo, representan lo opuesto. Y no precisamente por las creencias divinas, sino por la pura concepción de la ética humana y el trato al prójimo. El papa Francisco comenzó su pontificado con dosis de humildad, tan necesarias en el Vaticano. Y Trump hizo lo propio con su presidencia, mintiendo, faltando el respeto y con el ánimo de levantar muros reales o imaginarios.
El mal y el bien, el purismo y el narcisismo, la ingenuidad y la doblez; se estrechan la mano. De existir el infierno, tiene que ser en plena faz terrenal. Cuando suceden tragedias colectivas como la de Manchester o cualquier otra ciudad, dan ganas de tirar la toalla. Al final, todo son instantes. Un adolescente mata de un puñetazo a un anciano por una discusión por el tráfico, apuntaron los periódicos esta semana. Y en ese instante uno y otro malograron sus vidas.
Me pregunto cómo se arrastra luego la conciencia. No es fácil. Y es un asunto muy personal. Hay personas que cometen una fechoría que por mucho que intenten camuflarlo en su fuero interno lo saben. Y luego la vida sigue. Algunos optan por reconocerlo pronto y enmendarlo. Otros prefieren la huida hacia adelante, el horizonte como abismo.
Casi será mejor no estar en la conversación. Lo mejor sería reservar una butaca abstracta sin numerar y en vez de escuchar qué se dicen, saber qué van pensando el uno del otro. Dos mentes, dos mundos y dos morales tan contrapuestas. Porque uno puede sostener lo que considere oportuno, pero cuando se pierde la humildad ya da igual todo. Y entonces, con razones o sin ellas, predomina el ego. Y con el ego nunca se puede conversar. El ego te transmuta, te animaliza. Y en esa sensación ficticia de superioridad estrecharás la mano al otro para quedar bien ante el resto o por aquello del qué dirán, pero todo es puro artificio. Cuando reina la obcecación, el fracaso llega más temprano que tarde. Ahora bien, no hace falta ir a Trump para detectar estos perfiles. Trump tan solo es el superlativo. Pero aquí también hay responsables públicos que hace tiempo que se perdieron a sí mismos. Políticos que sonríen y dan palmaditas a la par que son fotografiados, mientras engañan, mienten y les conmueve únicamente el dinero. Observen, puede que alguno ya le haya saludado.
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