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Asambleas de los 'indignados' del 15M en la Puerta del Sol. EFE
Las promesas del 15-M, diez años después

Las promesas del 15-M, diez años después

Sociólogos y polítologos analizan el recorrido de las propuestas que emanaron de las plazas españolas durante aquellas semanas de 2011

Sábado, 8 de mayo 2021, 23:35

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Azuzado por las consecuencias de la crisis económica de 2008, el movimiento 15-M nació de la movilización de las plazas y de una generación descontenta con la política, los llamados indignados. Al grito de «no nos representan» la intención era promover una democracia más participativa alejada del bipartidismo PSOE-PP (binomio al que denominaban «PPSOE») así como una «auténtica división de poderes» y otras medidas con la intención de mejorar el sistema democrático y convertirlo en más transparente. Todo ello al calor de debates asamblearios a pie de calle que intentaban fijar las bases de una nueva sociedad.

Pero, diez años más tarde, aún no hay consenso entre politólogos y sociólogos sobre si el poso que dejó el 15-M ayudó a impulsar las reivindicaciones que tantos ciudadanos apoyaron en 2011, independientemente de que participaran directamente o no en el movimiento (el 66% de los españoles declaró sentir simpatía con los indignados de las plazas, según un sondeo de Metroscopia publicado en junio de aquel año). «Fue un toque de atención a los partidos políticos que anticipó la caída del bipartidismo en 2015. No hubo una reacción directa, pero inspiró a los militantes de los partidos. Eso ocurrió», explica a este periódico Marc Sanjaume, profesor de Ciencias Políticas de la Universitat Oberta de Catalunya (UOC).

Este experto, que vivió de cerca las asambleas, cree que lo que se planteó en las plazas era «muy etéreo» y «maximalista», con propuestas «a veces irrealizables», por lo que en su opinión «no debería existir un sentimiento de frustración entre las personas que participaron en aquellos debates»._Sanjaume pone como ejemplo, en cambio, otras acciones que sí se concretaron, como la labor que llevaría a cabo la Plataforma Antidesahucios (PAH), de la que saldría Ada Colau, actual alcaldesa de Barcelona; o las iniciativas políticas locales que derivarían en movimientos ciudadanos y mareas que acabaron haciéndose con Ayuntamientos como los de Cádiz, Madrid, La Coruña o la propia Ciudad Condal.

También los procesos de primarias que adoptaron algunas formaciones políticas tradicionales o su forma de comunicarse con los ciudadanos. Incluso la Casa Real, tras la proclamación de Felipe VI en 2014, buscó impulsar una mayor transparencia en la institución.

Hay voces, en cambio, que creen que, pese a que las reivindicaciones sí calaron en su momento en la sociedad española, no aportaron la herencia esperada. «A diez años vista ha supuesto la nada, hoy nadie se acuerda del 15-M. Tampoco me pareció que fuese un movimiento original ni sorpresivo. Ya se había producido un año antes en Lisboa. Esto permitió a una parte de los manifestantes capitalizar las protestas para introducirse en las instituciones y darse cuenta que están muy lejos de la democracia liberal», señala Juan Carlos Jiménez Redondo, catedrático de Historia del Pensamiento y de los Movimientos Sociales, de la Universidad CEU San Pablo.

Jiménez cree, por el contrario, que el lenguaje usado en las plazas –cita como ejemplo el término «casta»– «ha generado un odio social inoculado en una parte de la población sin ofrecer una alternativa real. Si Pablo Iglesias se atribuye la subida del salario mínimo, qué mire el desarrollo de España desde 1978. Es infinitamente mayor que lo que se ha aportado desde 2011». Lo que sí cede el catedrático es en la «empatía ideológica» que generó el 15-M.

Más dubitativo se muestra el escritor Félix Ovejero, también profesor de Economía de la Universidad de Barcelona, que describió la herencia del movimiento en su libro '¿Idiotas o ciudadanos? El 15-M y las teorías de la democracia' como una movilización que «con ambigüedades y torpezas, introdujo un relato regeneracionista en el que destacaban los principios de calidad democrática, justicia social y lucha contra la degradación y el uso patrimonial de las instituciones», explica.

Sin embargo, también detectó problemas en el 15-M: «El adanismo en las propuestas, como si lo que sabemos, y sabemos bien, por teoría social, resultase prescindible; una tentación de oficiar como la genuina voz del pueblo, sin atender al número exacto de voces».

Movilizaciones futuras

Tanto Sanjaume como Jiménez coinciden, en cambio, en descartar que ahora pueda existir un caldo de cultivo que reviva las movilizaciones que se vivieron en 2011. Todo pese a que el país está inmerso en otra crisis social, que lleva aparejada más de un año de pandemia provocada por el azote de la covid-19. «Veo la posibilidad de que se dieran movilizaciones más parecidas a las que hemos visto en EE UU con Donald Trump. Creo que los movimientos sociales están ahora más organizados en redes», zanja el primero.

Jiménez cree que «pensar que el movimiento no iba a traer igual tensión futura en la derecha era ser ingenuo», en referencia al surgimiento y expansión de Vox durante el último lustro. El catedrático mete a ambos en el mismo saco del «cuestionamiento de la democracia liberal». También ciñe el 15-M a un momento de «angustia social evidente, con una crisis de ruptura de las expectativas. La juventud supo que su futuro estaba en cobrar 200 euros al mes, si es que los cobraba. Ese sentimiento de fin de ciclo favoreció la existencia de alternativas antisistémicas. Estas o eclosionan o mueren y han acabado muriendo». Un sentimiento que, señala, ahora no se da.

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