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Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional

Mario Draghi: «El futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo pragmático»

El ex primer ministro italiano advierte de que la actual gobernanza europea es insuficiente y reclama coaliciones flexibles para afrontar retos comunes en defensa, energía y tecnología

Natalia Vivar

Gijón

Viernes, 24 de octubre 2025, 18:41

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El economista y ex primer ministro italiano Mario Draghi, galardonado con el Premio Princesa de Asturias de Cooperación Internacional, pronunció un discurso de fuerte calado político en el que advirtió sobre los desafíos que enfrenta la Unión Europea. Recordó que su carrera pública comenzó con las negociaciones del Tratado de Maastricht y que desde entonces «construir Europa ha sido una misión central» de su vida profesional, tanto en Italia como al frente del Banco Central Europeo. Sin embargo, alertó de que hoy «las perspectivas para Europa son las más difíciles que yo recuerde», con principios fundacionales como el multilateralismo, la diplomacia y el liderazgo climático puestos en entredicho por el auge del proteccionismo y el retorno del poder militar.

Draghi defendió la necesidad de un «nuevo federalismo pragmático» que permita a los Estados miembros avanzar en áreas estratégicas como la defensa, la seguridad energética o las tecnologías punteras, sin quedar atrapados en los lentos mecanismos de decisión de la UE. Propuso coaliciones flexibles de países dispuestos a cooperar en sectores clave, desde los semiconductores hasta la industria de defensa, para actuar con la rapidez y escala de otras potencias globales. A su juicio, este modelo no solo reforzaría la capacidad de Europa para responder a los retos actuales, sino que también renovaría su legitimidad democrática y ofrecería a los jóvenes «una Europa en la que puedan creer, que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr».

Excelentísimas autoridades,

Distinguidos premiados,

Señoras y señores:

Es un inmenso honor recibir este premio. Lo acepto no sólo con gratitud, sino con un profundo sentido de responsabilidad hacia un proyecto que ha definido mi vida profesional. Mis funciones públicas en Italia comenzaron con las negociaciones del Tratado de Maastricht. Desde entonces, construir Europa ha sido una misión central de mi carrera, como responsable de las políticas nacionales, así como jefe del Tesoro italiano y luego como primer ministro, y como responsable europeo, al mando del BCE. Pero hoy, las perspectivas para Europa son las más difíciles que yo recuerde. Casi todos los principios sobre los que se fundó la Unión están tensionados. Construimos nuestra prosperidad sobre la apertura y el multilateralismo, pero ahora nos enfrentamos con el proteccionismo y la acción unilateral. Creíamos que la diplomacia podía ser la base de nuestra seguridad, sin embargo ahora asistimos al regreso del poder militar duro. Prometimos liderazgo en materia de responsabilidad climática, pero ahora vemos cómo algunos se retiran mientras nosotros asumimos los costos crecientes. El mundo que nos rodea ha cambiado fundamentalmente y Europa se afana por responder.

Esto plantea una pregunta crítica: ¿por qué no podemos cambiar? A menudo nos dicen que Europa se forja en las crisis. Pero ¿cuán aguda ha de ser una crisis para que nuestros líderes se reúnan y encuentren la voluntad política para actuar? Después de la gran crisis financiera y la crisis de la deuda soberana, el BCE —también gracias a su mandato europeo— evolucionó hasta convertirse en una institución más federal y así se puso en marcha la unión bancaria. Desde entonces, sin embargo, nuestros desafíos se han vuelto cada vez más complejos y ahora exigen una acción común por parte de los Estados miembros. Tales desafíos afectan áreas como la defensa, la seguridad energética y las tecnologías punteras que requieren inversiones compartidas y ser tratadas a escala continental. En algunos de estos campos —especialmente la defensa y la política exterior— se necesita mayor legitimidad democrática. No se ha cambiado nuestra gobernanza desde 2007. Hoy somos una confederación europea que simplemente no puede hacer frente a semejantes exigencias.

Deja en manos nacionales competencias que ya no pueden ejercerse a tal nivel de manera efectiva. Y aunque quisiéramos transferir más poderes a Europa, ese modelo no nos ofrece la legitimidad democrática para hacerlo. Esta situación no se debe únicamente a las limitaciones jurídicas de los Tratados de la UE. La mayor traba es que, frente a este nuevo mundo, no hemos construido un mandato compartido —respaldado por los ciudadanos— para aquello que nosotros, como europeos que somos, pretendemos llevar a cabo conjuntamente. Más allá de las declaraciones, y por necesidad, el futuro de Europa debe ser un viaje hacia el federalismo. Pero, por deseable que fuera una auténtica federación, ésta requeriría condiciones políticas que hoy en día no existen. Y los desafíos con que enfrentamos son demasiado urgentes como para esperar a que surjan. Por lo tanto, un nuevo federalismo pragmático es el único camino viable. Es éste un federalismo basado en cuestiones concretas, flexible y capaz de actuar al margen de los mecanismos más lentos de toma de decisiones de la UE. Se construiría mediante coaliciones de personas dispuestas a ello en torno a intereses estratégicos compartidos, reconociendo que las fortalezas diversas que existen en Europa no requieren que todos los países avancen al mismo ritmo. Imaginemos que los países con sectores tecnológicos fuertes acuerden un régimen común que permita a sus empresas escalar rápidamente. Que las naciones con industrias de defensa avanzadas unan esfuerzos de I+D y financien adquisiciones conjuntas. Que los líderes industriales inviertan conjuntamente en sectores críticos como los semiconductores o en infraestructuras de red que reducen los costos energéticos. Este federalismo pragmático permitiría a aquellos con mayores ambiciones actuar con la velocidad, escala e intensidad de otras potencias globales.

Y lo que es igual de importante, podría ayudar a renovar el impulso democrático de la propia Europa. Dado que optar por participar requeriría que los gobiernos nacionales asegurasen el apoyo democrático para objetivos compartidos específicos, se convertiría en la construcción de un propósito común de abajo hacia arriba, y no una imposición de arriba hacia abajo. Todos aquellos que quisieran sumarse podrían hacerlo, mientras que quienes intentasen bloquear el progreso ya no podrían frenar a los demás. En resumen, esta fórmula ofrece una visión de Europa llena de confianza, en la que los ciudadanos puedan creer. Una Europa donde los jóvenes vean su futuro. Una Europa que se niega a ser pisoteada. Una Europa que actúe no por miedo al declive, sino por orgullo de lo que aún puede lograr. Ésta es la visión que debemos ofrecer si Europa quiere renovarse. Y estoy seguro de que podemos hacerlo. Gracias.

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