Felipe VI: «Vivimos entre dos extremos que son, por igual, inquietantes»
El Rey hace un alegato en favor de la educación como pilar de la democracia en los Premios Princesa
Educación y respeto. En torno a estos dos conceptos giró la 45 ceremonia de entrega de los Premios Princesa de Asturias, celebrada en el Teatro ... Campoamor de Oviedo, donde, por segundo año consecutivo, fue Leonor de Borbón quien realizó el elogio de los galardonados con ocho cartas dirigidas a cada uno de ellos, pese a ser «de la generación Z e hija de una de la X y de un 'boomer'», dijo en un guiño al inicio de su discurso.
Los reyes Felipe y Letizia –y también la infanta Sofía y la reina emérita– acompañaron a su primogénita por séptima vez en una emotiva ceremonia salpicada de señales que dieron a entender que la princesa de Asturias podría estar a punto de tomar el testigo.
Así lo apuntó Felipe VI, que habló de ir «cediéndole» este espacio y destacó la labor de la princesa Leonor a la hora de ir asumiéndolo, dando a cada paso, dijo, «nuevas pruebas de madurez y sensibilidad; con un papel también más activo en la vida pública. Lo digo con emoción de padre y de rey». Precisó, eso sí, que,«presente o no», su intención es mantenerse vinculado a los premios, a la Fundación y a Asturias, «una tierra querida de la que no puedo concebir, y menos la Reina, estar lejos».
Dijo de los galardones que son un símbolo que se entregan para ensalzar a estas personas e instituciones, agradecerles su contribución a la humanidad y aprender de ellos. «Porque –explicó– una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito. No como un fin en sí mismo, sino por lo que tienen de ejemplo: de luz en el camino que cada uno debemos recorrer».
En este sentido, hizo hincapié en la labor que la fundación hace estos días con los encuentros que organiza entre los galardonados y el público.«Es enseñanza y aprendizaje; pero es, ante todo, conversación».
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Se puso algo más serio cuando abordó los dos extremos entre los que, a su juicio, se debate a menudo el mundo. «Vivimos entre dos extremos que son, por igual, inquietantes». Por un lado, el cultivo de un individualismo radical «que puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad», una paradoja en sociedades tan interconectadas como las actuales. Por el otro, «una pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias, las singularidades; que degrada la diversidad. Y lo hace en favor de comportamientos gregarios, sujetos muchas veces a los dictados de una red, de un algoritmo».
Sobre ese debate, señaló, sobrevuelan los valores y la educación. «Educar en valores no consiste en negar la realidad que nos toca vivir, ni tampoco en huir de cambios tecnológicos que son parte ya de nuestra vida. Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo. Educar en valores es potenciar la vida en sociedad sin abandonar el complejo universo moral que se encierra en cada uno de nosotros, y que se perfecciona con la convivencia». Y fue más allá al asegurar que «la convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación. Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro».
El único camino
De respeto también habló la princesa de Asturias, encargada por primera vez de convocar los premios del año que viene y de clausurar el acto. Durante su discurso, bastante más extenso que el del pasado año y lleno de emoción contenida, expresó la necesidad de volver «a lo esencial, a los básicos».
Entre ellos, se encuentran «el respeto por quienes piensan diferente y son diferentes», la atención a los más vulnerables o la educación. Leonor de Borbón animó a considerar el tiempo escolar obligatorio «como una etapa crucial en la que todos (administraciones y sociedad civil) deben implicarse para que cada ciudadano libre tenga oportunidades».
«Quizá haya que recordar lo que significa tratar bien al prójimo, salir de la trinchera, sacudirnos el miedo, unirnos para hacer las cosas mejor, pensar en que, si no miramos al otro, no sabremos construir confianza. La convivencia es el único camino para lograr el progreso compartido», explicó.
La palabra respeto también fue enarbolada por dos de los galardonados, Eduardo Mendoza (Princesa de Asturias de las Letras) y Byung-Chul Han (Comunicación y Humanidades). El autor de 'La ciudad de los prodigios', de 82 años, explicó que aún se considera una joven promesa de la narrativa española.
«Lo último que se pierde no es la esperanza, sino la vanidad», soltó, provocando las risas de la platea del teatro. «No soy optimista ni pesimista, pero no me gusta el mundo tal como lo veo, quizá porque he tenido la suerte de vivir una larga etapa excepcional de relativa paz, estabilidad y bienestar. Por lo demás, los años me han hecho valorar sobre todas las cosas el respeto».
Por su parte, el filósofo surcoreano apuntó que más allá de elecciones e instituciones, lo que necesita la democracia es «la moral y las virtudes de los ciudadanos, como son el civismo, la responsabilidad, la confianza, la amistad y el respeto». «No hay –comentó– lazo social más fuerte que el respeto». Sin él, la política se reduce entonces a «las luchas por el poder» y «los parlamentos se convierten en escenarios para la autopromoción de los políticos», explicó el filósofo que aseguró que «el legado del liberalismo ha sido el vacío». Una ceremonia solo empañada por la ausencia de Mary-Claire King(Investigación Científica y Técnica), que no pudo acudir por sentirse indispuesta.
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Rey de España Discurso íntegro
Felipe VI
Hablar desde esta tribuna es, además de un honor, un enorme privilegio. Créanme: lo llevo haciendo desde hace 44 años, los últimos 7 junto a mi hija, la Princesa Leonor, que ha ido asumiendo gradualmente esta tarea, dando a cada paso nuevas pruebas de madurez y sensibilidad; con un papel también más activo en la vida pública.
En consecuencia, me corresponde —creo yo— ir cediéndole ya este espacio, como Heredera de la Corona y como Presidenta de honor de la Fundación desde hace 11 años. Naturalmente, esto lo digo con emoción —de padre y de Rey— y, desde luego, con la intención firme de mantenerme vinculado a los Premios, a la Fundación y a Asturias: una tierra querida de la que no puedo concebir (¡y menos la Reina!) estar lejos. Es tanto el afecto que recibimos, son tantos los recuerdos y vivencias, que veo difícil corresponder justamente. Pero ya saben en la Fundación (¡y lo sabe Leonor!) que —presente o no— estaré siempre comprometido con sus objetivos, sus valores y su futuro.
Si hablar con los premiados es siempre un privilegio, hablar de ellos es algo necesario, un deber cívico, porque les entregamos un símbolo con el que nos unimos para ensalzarles, para agradecerles su contribución a la humanidad y aprender de ellos. Y porque una sociedad madura debe saber identificar la excelencia y reconocer el mérito. No como un fin en sí mismo, sino por lo que tienen de ejemplo: de luz en el camino que cada uno debemos recorrer.
Hay un camino en el pensamiento lúcido, complejo y de denuncia de Byung-Chul Han; en el análisis sociológico y demográfico de las migraciones de Douglas Massey; en los trabajos de la genetista Mary-Claire King; en la ironía elegante y el pulso narrativo de Eduardo Mendoza; en la garra y el espíritu competitivo de Serena Williams; en la verdad descarnada de los paisajes y retratos de Graciela Iturbide; en la dedicación de Mario Draghi al progreso y al consenso, especialmente europeo, y en la excepcional labor divulgativa e investigadora del Museo Nacional de Antropología de México.
Esos caminos que celebramos en esta ceremonia se revelan aún con más nitidez en los encuentros que han tenido durante toda esta semana con el público en Oviedo y otros lugares; en la curiosidad e interés de los jóvenes que acuden a esos actos, en sus preguntas, sus aplausos y, sobre todo, en sus caras. Esa interacción directa durante la semana de los Premios es un gran acierto de la Fundación: es enseñanza y aprendizaje; pero es, ante todo, conversación. Hay mucho de espíritu socrático en esos encuentros.
Vivimos en un mundo que se debate —demasiado a menudo— entre dos extremos que son, por igual, inquietantes. Tenemos por un lado el cultivo de un individualismo radical, que —si no se embrida de algún modo— puede llevar tanto a la indiferencia como a la soledad. Parece paradójico que sociedades tan interconectadas como las actuales estén tan llenas de personas que están solas, se sienten solas, o tienen problemas para comunicarse.
Y existe, por otro lado, una pulsión globalizadora que todo lo homogeneiza, que oscurece las diferencias, las singularidades; que degrada la diversidad. Y lo hace en favor de comportamientos gregarios, sujetos muchas veces a los dictados —sutiles, pero persistentes— de una red, de un algoritmo, de una pantalla.
Sobre ese debate —en muchas ocasiones interesado—, sobrevuelan los valores. Y la educación.
Educar en valores no consiste en negar la realidad que nos toca vivir, ni tampoco en huir de cambios tecnológicos que son parte ya de nuestra vida y que, gestionados con sentido ético, pueden ser un aporte extraordinario para todos. Consiste en encontrar ese camino intermedio entre la comunidad y la persona, entre el respeto por lo colectivo y el valor del individuo.
Educar en valores es potenciar la vida en sociedad sin abandonar el complejo universo moral que se encierra en cada uno de nosotros, y que se perfecciona con la convivencia. Es abrir a la persona a una manera de vivir mejor, con más plenitud, con más conciencia del ser y el estar en el mundo.
La convivencia democrática tiene su gran pilar en la educación. Mientras seamos capaces de inculcar en quienes vienen detrás de nosotros los principios y valores por los que hemos luchado, les estaremos dando las herramientas para construir su futuro.
Esa dimensión didáctica está muy presente en los Premios Princesa de Asturias: en este homenaje a un grupo de personas excepcionales, cuyo camino —largo, fecundo y exitoso— merece ser reconocido. No para seguirlo, ni para imitarlo, sino para aprender cómo se hace: cómo se traza y cómo se recorre un buen camino.
Recibamos su ejemplo como una palabra de ánimo que nos alumbra en nuestra propia andadura, como la experiencia de los mejores que nos inspira, también, para ayudar a mejorar en lo posible la sociedad en que vivimos.
Hoy les felicitamos y honramos con gratitud su trabajo. Gracias a la Fundación Princesa de Asturias y a sus patronos por hacer esto posible, y gracias de corazón a los asturianos por su afecto, entusiasmo y calidez cada otoño; y por hacer de estos Premios una parte esencial de nuestra memoria colectiva.
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