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Pedro Ontoso
Sábado, 23 de septiembre 2023
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El 27 de septiembre de 1987, a las 15.30 horas, una potente explosión levantó de la siesta y de la sobremesa a los vecinos de San Sebastián y a los turistas y gentes del cine que seguían en la capital donostiarra para recoger el atrezo de la 35 edición del festival internacional. También estaba el actor Glenn Ford, que había prolongado su estancia tras recoger el segundo Premio Donostia. Aquello no eran efectos especiales. ETA había hecho explotar un coche bomba en el corazón del Zinemaldia, entre el palacio Victoria Eugenia y el María Cristina, donde la estrella de Hollywood se alojaba. El evento se había inaugurado diez días antes y la ciudad hacía un esfuerzo para sobreponerse al drama del terrorismo y apoyar el festival. Fernando Rey e Ingrid Thulin, en presencia de Bernardo Bertolucci, entregaron el galardón a Ford.
En homenaje al actor y a la glamurosa Rita Hayworth se proyectó 'Gilda'. Hacía cuatro meses que había fallecido la actriz, alcoholizada y víctima del azhéimer, así es que Ford no pudo evitar las lágrimas. En la habitación del hotel tenía una foto de Rita, su amor imposible, junto a la que todos los días colocaba una rosa que le servía una camarera. Vaquero, matón, mafioso, gángster, extorsionador, predicador, detective... Glenn Ford encajaba como un guante en aquella Euskadi de pistoleros y víctimas.
Como algunas de las películas que se proyectaron, con títulos muy significativos: 'El beso del asesino', 'Paseo por el amor y la muerte', 'Clandestinos', 'Vidas rebeldes' o 'Los intocables de Elliot Ness'. Aquella edición había transcurrido sin sobresaltos, a diferencia de otras ocasiones en las que el certamen había estado precedido de un tiroteo entre policías o etarras, o en las que familiares de los presos o jóvenes radicales habían interrumpido la gala para llamar la atención ante la Prensa internacional. El domingo, apenas 24 horas después de la clausura del Zinemaldia, un coche bomba explotó junto a dos escenarios emblemáticos del festival, ante el asombro y el pánico de decenas de turistas. Desde la otra orilla del Urumea, José Miguel Latasa Guetaria 'Fermín', miembro de un comando en el que destacaba José Antonio López Ruiz 'Kubati', accionó el mando a distancia de un vehículo cargado con 20 kilos de amonal y 50 de tornillería, que hizo saltar por los aires una furgoneta de la Policía Nacional.
Glenn Ford, que había descubierto el ambiente de las tabernas y de las barras de pintxos, pretendía estirar su estancia en lo que suponía un paraíso. Su habitación en el María Cristina retumbó por la fuerte explosión. Aquello no era un decorado para una película de ficción, era la pura realidad de un país zarandeado por el totalitarismo de ETA. Si tuvo oportunidad de asomarse descubriría un paisaje propio de un escenario de guerra. Hasta 16 coches calcinados, mobiliario urbano agujereado, hierros esparcidos, baldosas arrancadas del pavimento... Y un furgón policial incrustado contra un autobús lleno de viajeros, turistas canadienses, como Ford, nacido en Quebec. Y lo peor: el cuerpo destrozado de un policía nacional en una furgoneta y otros agentes heridos o mutilados. La víctima mortal era Wenceslao Maya Vázquez, de 31 años y natural de Badajoz, que dejaba viuda y dos hijos.
ETA alfombraba con sangre las calles de Euskadi y la onda expansiva de sus acciones retumbaba también en el Zinemaldia, que respiraba cada vez que se echaba el telón. La amenaza de ETA siempre rondaba la cabeza de los directivos del festival, temerosos de que la organización terrorista actuara contra el evento y arruinara el trabajo de todo un año. Pero la banda nunca atacó el certamen de manera directa. Había una presión sutil. A ETA le interesaba el único acontecimiento cultural de esa envergadura que se celebraba en Euskadi con repercusión internacional, y que los periodistas acreditados hablaran de ellos en sus crónicas. Era un buen altavoz para difundir sus reivindicaciones de independencia y para que se hablara de sus presos. Ese papel estaba reservado para la izquierda abertzale, que aprovechaba para establecer contactos, y para los jóvenes radicales con 'ekintzas' muy puntuales. Era un evento que abría telediarios y su archivo es un vivero de historias, que arrancan ya en 1976. El 8 de septiembre de aquel año, en vísperas de la apertura del Zinemaldia, hubo una manifestación en Hondarribia en favor de la amnistía y contra la desaparición de 'Pertur' (exdirigente de ETA político militar), que se saldó con un sindicalista de CC OO muerto por disparos de la Guardia Civil.
Muchas organizaciones exigieron la cancelación del evento, pero se celebró. En la jornada inaugural, mientras se proyectaba la película 'El inocente' de Visconti, en el exterior del Victoria Eugenia tenía lugar una batalla campal entre manifestantes y policías. Esa noche, radicales arrojaron basura sobre la mesa que compartía el jurado. El contexto conflictivo de la época tenía su reflejo en el festival.
Lo mismo ocurrió en 1978 mientras se proyectaba la cinta danesa 'Skytten', traducida como 'El tirador: la violencia antinuclear', protagonizada por un terrorista. Euskadi era una olla a presión contra la central de Lemoiz y ETA ya había perpetrado dos atentados contra la planta. La dirección del festival intentaba aparentar normalidad y mantener el programa, cayera la que cayera. No podía impedir la actividad de la izquierda abertzale en el exterior. En 1979 llamó la atención los pasquines que llevaba en sus manos al entrar en el María Cristina el actor y director del cine francés Pierre Clementi (famoso por su participación en películas de Buñuel, Bertolucci, Pasolini o Visconti), con el anagrama de las Gestoras pro Amnistía. Siempre estaban en el comité de bienvenida. También intentaron reventar las galas de apertura y clausura exhibiendo pancartas, lanzando octavillas o profiriendo gritos.
En 1985, año en que se recuperó el carácter competitivo, se produjeron fuertes disturbios tras el asesinato de cuatro miembros de ETA en el hotel Mombat de Baiona a manos de mercenarios de los GAL. El 27 de septiembre, en el marco de una huelga general convocada por la izquierda abertzale contra la 'guerra sucia', se levantaron barricadas en San Sebastián y hubo duros enfrentamientos entre manifestantes y policías. Medio centenar de radicales superó la línea de seguridad e irrumpió de manera violenta en el teatro Victoria Eugenia. Las actrices Jaqueline Bisset y Stefania Sandrelli se encontraban entonces por allí.
El 23 de septiembre de 1988, a muy poca distancia de donde se estaba celebrando el festival, se produjo un tiroteo entre agentes de paisano de la Policía y miembros de ETA. En el enfrentamiento murió el militante Mikel Kastresana, de 30 años, que se encontraba en la ciudad con la misión de reconstruir el 'comando Donosti'. En la sección Zabaltegi se proyectaban las películas 'Demasiado viejo para morir joven' y 'No matarás'. Román Polanski era una de las figuras de aquella edición, al igual que Vittorio Gasman, que recogió el Premio Donostia. En 1993 fue Robert Mitchum quien recibió ese galardón. El actor se empeñó en cenar en la Parte Vieja, donde radicales abertzales lanzaban el mobiliario en una protesta. Protagonista de numerosos 'western' en los que volaban las sillas, el tipo duro de rostro granítico ni se inmutó. De película.
'12 balazos en el alma' (Círculo rojo) es el libro de memorias que ha escrito Francisco Ruiz Sánchez para recoger una vida llena de sobresaltos. Paco, como le conocía todo el mundo, colgó la caja de herramientas de fontanero para convertirse en policía municipal en la localidad vizcaína de Galdakao y por ese oficio acabó ametrallado por un comando de ETA en el que participaba Josu Ternera. El agente acompañaba al entonces alcalde de ese municipio, Víctor Legorburu, cuando ambos fueron emboscados por cuatro pistoleros en un fuego cruzado que dejó el asfalto alfombrado de casquillos. «Las balas rebotaban y soltaban chispas como si se hubieran desprendido los cables del tendido eléctrico. Todos nos tiramos al suelo», recuerda un testigo. El regidor fue rematado en la acera, mientras el policía recibía una nueva ráfaga de metralleta cuando se parapetaba entre dos coches. Era una fría mañana de febrero de 1976.
El atentado se produjo a muy pocos pasos del domicilio del agente, donde a esa hora –las 8.10–, su mujer Marisa daba de desayunar a sus cuatro hijos de 7, 6 y 2 años, y la benjamina de 9 meses. Precisamente, a cuenta del bebé, este periódico les había hecho un reportaje porque Paco había encontrado un ratón en el bote de leche en polvo cuando lo abrió para prepararle el biberón. La noticia tuvo una gran repercusión a nivel nacional. Tiempo después, la familia volvía a las primeras páginas de la prensa por ETA.
Paco sobrevivió al tiroteo, aunque pasó por múltiples operaciones y una larga y dura rehabilitación. A su tragedia, se sumaba que apenas dos años antes su padre, Pascual, había muerto abrasado en una trágica explosión en la fábrica Unión Española de Explosivos (luego Río Tinto), conocida como 'La Dinamita', el mismo nombre del barrio obrero en el que se había criado con numerosas familias de inmigrantes. El era de La Mancha.
Y lo peor vino luego. Comprobó el rechazo social cuando su mujer Marisa le paseaba en silla de ruedas por el pueblo. El motivo: él era policía y el alcalde un carlista que se sentía vasco y español. Asfixiados por aquel ambiente hostil, la familia regresó a su Valdepeñas natal. Allí se vieron obligados a pedir ayuda a Cáritas hasta conseguir abrir un estanco que les permitió prosperar hasta que la vida le volvió a poner a prueba. Le diagnosticaron una enfermedad cardíaca crónica de muy difícil tratamiento y en esta batalla anda.
Ahora vuelve a salir a la luz pública en el documental de Jordi Évole estrenado el viernes en San Sebastián, donde comparte cámara con el hombre que quiso quitarle la vida. Su verdugo tampoco le pide perdón 47 años después.
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