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Estado en el que ha quedado la ciudad de Mariúpol tras los bombardeos rusos. afp
Putin convierte a Mariúpol en ciudad mártir

Putin convierte a Mariúpol en ciudad mártir

El infierno de la urbe ucraniana recuerda al que sufrieron otros lugares en el pasado como Alepo, Hiroshima o nuestra Gernika, arrasados por asedios y bombardeos

Anje Ribera

Sábado, 21 de mayo 2022, 21:09

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La tenaz y heroica resistencia de Mariúpol se ha prolongado durante casi tres meses. La ciudad portuaria ucraniana cayó definitivamente en la noche del viernes. Sucumbió a los bombardeos inmisericorde, durante días y noches, y ha pasado a formar parte de la larga lista de ciudades mártires en la historia de las infamias bélicas. Como Troya, Stalingrado, Leningrado, Alepo, Hiroshima, Nagasaki, Varsovia, Grozni, Sarajevo, Beirut, Gernika.... Todas monumentos a un terror inexplicable, inenarrable, devueltas a la edad de piedra.

Putin proclamó la «victoria total» rusa tras la rendición de los últimos 591 combatientes del laberinto de túneles de la acería de Azovstal, protagonistas de una defensa con uñas y dientes, hasta la última gota de sangre. Brutalidad contra perseverancia. La batalla por la «liberación» argumentada por el presidente ruso ha costado entre 5.000 y 10.000 vidas.

Atrás queda una urbe en ruinas, con calles sembradas por cadáveres. Arcenes, parques y jardines se convirtieron en patíbulos. Un paisaje apocalíptico que recuerda a la Stalingrado de 1943 tras la retirada nazi y dibuja una batalla interminable, casa por casa, herido a herido, muerto a muerto... Las guerras de hoy no son tan distintas a las de siempre.

Desde que los invasores cortaron luz, agua y gas al inicio del asalto de Mariúpol a finales de febrero, la ciudad se convirtió en subterránea. Bajo el asfalto, en lugares inhumanos, buscaron su hábitat familias con niños o ancianos vulnerables aferrados a sus últimas oportunidades de supervivencia. En el exterior reinaban la muerte y los crímenes de guerra a manos de soldados con patente de corso, con más vodka que sangre en sus corazones y dispuestos a cercenar cualquier vida, a cortar el futuro de sus semejantes, de quienes incluso se expresan en su mismo idioma.

Las claves

  • Indescriptible «Arcenes, parques y jardines se convirtieron en patíbulos. Un paisaje apocalíptico que recuerda a la Stalingrado de 1943»

  • Volodímir Zelenski «La victoria será muy difícil, sangrienta, pero terminará definitivamente a través de la diplomacia»

Mariúpol era un objetivo obsesivo para el Kremlin tras fallido intento de ocupación de 2014, año en el que realmente arrancó la guerra y cuando el ataque fue repelido por las fuerzas ucranianas. Esta vez los rusos llegaron con artillería, aviación y la firme voluntad de reducir a cenizas la ciudad de 450.000 habitantes. Lo han hecho. Los tiranos siempre se obsesionan con borrar de los mapas las urbes que se les resistieron como Numancia. No obstante, la historia recuerda que las ciudades arrasadas no son abandonadas por su población y terminan erigiéndose desde cero.

Camposantos improvisados

Las calles de Mariúpol constituyen ahora una sucesión de escombros, coches calcinados y camposantos improvisados, como han descrito los residentes que consiguieron huir hasta Zaporiyia. «No queda ni un solo edificio en pie. Todo son ruinas», describe el joven Vitali, que regresó a la ciudad esta semana para buscar a su abuela, que siempre se negó a marcharse, empeñada defender la casa de los saqueadores. «En la avenida principal hay una sucesión de tumbas de madera y de cadáveres sin sepultar. Todo lo que me habían contado se ha quedado corto con lo que he visto», relata.

«Lo hemos perdido todo», sostiene por su parte Tamara, 56 años y propietaria de una mirada abatida. «Lo teníamos todo en la vida y todo nos lo quitaron», suspira recordando una casa y una ciudad que ya no existen. «El día que pudimos salir, Mariúpol parecía destruida al 80%. Los cadáveres estaban en todos sitios. Los vecinos nos organizamos para salir en grupos y enterrarlos, pero las explosiones impedían a menudo hacerlo», añade.

El ministro de Defensa ruso, Serguéi Shoigu, comunicó a Putin «el fin de la operación» de cerco. Kiev ya había ordenado horas antes a sus soldados que depusieran las armas para salvar sus vidas. Ahora son prisioneros que confían en convertirse en moneda de cambio de un hipotético intercambio con tropas rusas capturadas. Moscú y los separatistas del Donbás quieren condenarlos y algunos incluso sueñan con ejecutarlos. La Convención de Ginebra y el derecho de la guerra no rigen mientras las armas no se callan.

La toma de la ciudad está plagada de acusaciones de crímenes de guerra por parte de Kiev y de las potencias occidentales. Biden, cuya administración liberó 40.000 millones de dólares destinados a garantizar el suministro de armas y apoyo económico a Ucrania, habla abiertamente de un genocidio de civiles en Mariúpol, perpetrado con brutalidad, matanzas y ataques indiscriminados contra gente indefensa.

El alcalde, Vadym Boichenko, denuncia que jamás se conocerá la cifra real de vecinos caídos porque las tropas rusas han creado crematorios móviles para incinerar los cadáveres y deshacerse así de las pruebas de sus atrocidades. «Los rusos han convertido todo Mariúpol en un campo de exterminio. Desgraciadamente esto ya no es Chechenia o Alepo. Es el nuevo Auschwitz», según Boichenko.

Esta urbe del mar Azov era clave en la estrategia de Moscú para conquistar el este y el sur, con el objetivo de crear un corredor que uniera Odesa -e incluso Transnistria- con territorio ruso. Como Mariúpol han sido destruidas Rubizhne, Volnovaja, Severodonetsk... Pero de estas localidades apenas hay noticias. El presidente ucraniano, Volodímir Zelenski, denuncia que «están intentando hacer lo mismo con muchas otras ciudades». De cualquier forma, en su opinión, «la guerra solo terminará definitivamente a través de la diplomacia».

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