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El pulso por un mundo nuevo

El pulso por un mundo nuevo

Estados Unidos y China aumentan batalla comercial y tecnológica por el control de los mercados emergentes

efe

Pekín/Washington

Miércoles, 30 de diciembre 2020, 00:54

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La pandemia ha pisado el acelerador de la pugna entre Estados Unidos y China, una batalla comercial y tecnológica por el control de los mercados emergentes que ha afectado de lleno a Latinoamérica.

Contener el ascenso de China fue una de las obsesiones del presidente saliente estadounidense, Donald Trump, cuyas políticas proteccionistas tendrá que calibrar su sucesor, Joe Biden, mientras Pekín avanza en su campaña para ampliar sus redes de influencia, especialmente en los países en desarrollo.

Aunque Biden podría cooperar con China en frentes abandonados por Trump como la lucha contra la crisis climática o la no proliferación de armamento nuclear, es improbable que dé carpetazo sin más a la guerra comercial que inició hace más de dos años su predecesor.

En el centro de la tensión entre ambas potencias hay, además, un pulso por la superioridad tecnológica, con una China pujante y un Estados Unidos sumido en una «crisis existencial» por la obligación de compartir el pastel con el gigante asiático, coinciden los expertos consultados por Efe.

ESTRATEGIAS OPUESTAS

Lo que es seguro es que China no va a moverse un ápice de su estrategia, que pasa por buscar una posición de predominio en los mercados internacionales. Entre sus objetivos, importar todo lo que necesita -es un país relativamente pobre en recursos naturales- y exportar los excedentes que ya no puede absorber.

Y sus tácticas en Asia y el Pacífico, incluida Latinoamérica, están funcionando. «Es China la que está poniendo nuevas ideas sobre la mesa, es China la que está dirigiendo el debate. Estados Unidos, más que nada, está reaccionando», resume Robert Daly, que dirige el Instituto Kissinger sobre China y EE. UU. en el Wilson Center.

Los castigos y amenazas han sido las principales armas de Washington en la era Trump, con potentes aranceles a los productos chinos, duras acusaciones a Pekín por el impacto de la covid-19 y una campaña agresiva en los mercados emergentes para que no negocien con China, sobre todo en el caso de las redes 5G.

«El problema es que (en Estados Unidos) nos hemos estado quejando, no hemos estado ganando. No hemos proporcionado opciones (alternativas a los países emergentes), en realidad, simplemente le decimos a todo el mundo: no jueguen con los chinos, porque son malos. Eso no es suficiente», explica Daly.

Mientras Trump replegaba a Estados Unidos del resto del mundo, China movió ficha y en noviembre firmó la Asociación Económica Regional (RCEP), el mayor tratado de libre comercio del globo. El pacto incluye a Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y a los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

«El RCEP es la consecuencia directa del proteccionismo de Trump», señala a Efe el sinólogo Daniel Méndez, autor del libro '136: el plan de China en América Latina'. Cree que «es otro paso más en la consolidación de China como centro económico y comercial de Asia, desplazando no solo a EE. UU., sino a otras potencias regionales».

El tratado, opina, es una victoria para China, «la economía más grande de la región, que además tiene cadenas comerciales y de producción muy sólidas». A cambio «ha tenido que ceder y tendrá que abrir su economía, lo que generará oportunidades para el resto».

Pero hay matices: para el estadounidense Daly, el RCEP «es un acuerdo comercial con estándares bastante bajos» que no aborda de forma significativa el comercio electrónico, la propiedad intelectual o las protecciones medioambientales.

En lugar de unirse a ese tratado -Estados Unidos tendría que tener antes acuerdos comerciales con los países de la ASEAN-, el consenso en Washington es que el Gobierno de Biden debería impulsar otro pacto, uno que tenga «un mayor peso acumulativo» que el RCEP.

La vía más clara sería unirse al CPTPP (Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico), el pacto que firmaron once países del Pacífico cuando EE.UU. se retiró del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) que había negociado con ellos.

Pero los vientos políticos en Washington soplan en contra de cualquier acuerdo comercial, y Biden ha insinuado que no mirará más allá de sus fronteras hasta que consiga revitalizar la infraestructura estadounidense y la competitividad de sus trabajadores.

«Eso nos puede llevar unos cinco o diez años, y no podemos esperar tanto. China, entretanto, está actuando», argumenta Daly.

PUGNA POR AMÉRICA LATINA

La retirada de Trump del TPP restó también peso a Estados Unidos en Latinoamérica, donde China ha ganado terreno mediante proyectos de inversión en energía e infraestructuras al tiempo que se garantizaba el suministro de cobre, soja o petróleo.

«Se aprovecha de que en campos como las infraestructuras hay pocas empresas estadounidenses compitiendo allí», explica Méndez.

Además, «China ha llenado un vacío a la hora de prestar dinero», con lo que se ha convertido en una opción para sacar adelante muchos planes que esos países necesitan. No obstante, advierte de que no sólo cobra tasas de interés, sino que además suele poner condiciones como que los proyectos sean realizados por empresas chinas y que los materiales de construcción sean importados desde el país asiático.

Por su parte, EE.UU. ha avisado a los países latinoamericanos de que están entrando en «trampas de deuda» con China, y que si la región entra en la órbita de Pekín se verá envuelta en «la dependencia, la deuda y la corrupción», en palabras del secretario de Estado saliente Mike Pompeo.

Aunque el académico chino Xu Shicheng asegura que estas acusaciones son «infundadas», sí es cierto que algunos proyectos chinos en la región han sido cancelados o suspendidos.

«Algunos, como el Canal de Nicaragua o el tren bioceánico Brasil-Perú, se anuncian a bombo y platillo y nunca llegan a completarse. Se acaban cayendo por falta de financiación o por la oposición de las poblaciones locales», aclara Méndez.

Con todo, China, con su inmenso mercado interno, es ya el mayor socio comercial de varios países sudamericanos, lo que no impide que «las inversiones de Estados Unidos sigan siendo transformadoras en la región», subraya Margaret Myers, experta en Asia y Latinoamérica en el Diálogo Interamericano.

No obstante, bajo Trump, «la política estadounidense en Latinoamérica ha girado en torno a China», agrega. Más allá de la mano dura hacia Cuba y Venezuela, la gran iniciativa para el continente ha sido «América Crece», una respuesta «algo desorganizada» a la de las Nuevas Rutas de la Seda china.

TENSIÓN TECNOLÓGICA

Las mayores tensiones de este año se registraron en el plano tecnológico a raíz de la cruzada de Washington contra empresas chinas como Huawei, a la que considera un peligro para su seguridad por sus supuestos vínculos con la inteligencia del país asiático.

Esta sospecha le ha valido a EE.UU. para presionar a otros países para que no la incluyan en las empresas que desarrollen el 5G, y el conflicto está servido en Latinoamérica.

«El caso de Huawei es significativo: la prohibición de mayo de 2020 daña sin duda sus intereses en todo el mundo, ya que la imposibilidad de actualizar el sistema operativo (Android) o utilizar algunas apps estadounidenses desincentiva la compra de sus dispositivos», indica Méndez.

Agrega que los precios asequibles de los productos chinos son muy atractivos para los consumidores latinoamericanos, y que la marca ha estado en los últimos años en el 'top 3' de ventas de teléfonos móviles en países como México, Colombia o Perú.

«Esa posición está ahora en riesgo», acota, antes de pronosticar que «es de esperar que países más cercanos políticamente a Estados Unidos, como México o Colombia, sean más proclives a aprobar legislaciones que perjudiquen a Huawei, mientras que otros con mejores relaciones con China, como Perú, puedan estar más cerca de llegar a acuerdos».

A largo plazo, Myers prevé «efectos desastrosos en la solidez de las relaciones bilaterales entre EE. UU. y los países de Latinoamérica y el Caribe, que a estas alturas están francamente hartos de la forma en la que Washington fuerza, en algunos casos, a no negociar con Pekín».

Lo que quieren los países del Pacífico es un equilibrio entre los dos superpoderes, «para no quedar aplastados entre los dos o estrujados por uno de ellos», concluye Murray Hiebert, del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales.

Lo que es seguro es que China no va a moverse un ápice de su estrategia, que pasa por buscar una posición de predominio en los mercados internacionales. Entre sus objetivos, importar todo lo que necesita -es un país relativamente pobre en recursos naturales- y exportar los excedentes que ya no puede absorber.

Y sus tácticas en Asia y el Pacífico, incluida Latinoamérica, están funcionando. «Es China la que está poniendo nuevas ideas sobre la mesa, es China la que está dirigiendo el debate. Estados Unidos, más que nada, está reaccionando», resume Robert Daly, que dirige el Instituto Kissinger sobre China y EE. UU. en el Wilson Center.

Los castigos y amenazas han sido las principales armas de Washington en la era Trump, con potentes aranceles a los productos chinos, duras acusaciones a Pekín por el impacto de la covid-19 y una campaña agresiva en los mercados emergentes para que no negocien con China, sobre todo en el caso de las redes 5G.

«El problema es que (en Estados Unidos) nos hemos estado quejando, no hemos estado ganando. No hemos proporcionado opciones (alternativas a los países emergentes), en realidad, simplemente le decimos a todo el mundo: no jueguen con los chinos, porque son malos. Eso no es suficiente», explica Daly.

Mientras Trump replegaba a Estados Unidos del resto del mundo, China movió ficha y en noviembre firmó la Asociación Económica Regional (RCEP), el mayor tratado de libre comercio del globo. El pacto incluye a Japón, Corea del Sur, Australia, Nueva Zelanda y a los diez países de la Asociación de Naciones del Sudeste Asiático (ASEAN).

«El RCEP es la consecuencia directa del proteccionismo de Trump», señala a Efe el sinólogo Daniel Méndez, autor del libro '136: el plan de China en América Latina'. Cree que «es otro paso más en la consolidación de China como centro económico y comercial de Asia, desplazando no solo a EE. UU., sino a otras potencias regionales».

El tratado, opina, es una victoria para China, «la economía más grande de la región, que además tiene cadenas comerciales y de producción muy sólidas». A cambio «ha tenido que ceder y tendrá que abrir su economía, lo que generará oportunidades para el resto».

Pero hay matices: para el estadounidense Daly, el RCEP «es un acuerdo comercial con estándares bastante bajos» que no aborda de forma significativa el comercio electrónico, la propiedad intelectual o las protecciones medioambientales.

En lugar de unirse a ese tratado -Estados Unidos tendría que tener antes acuerdos comerciales con los países de la ASEAN-, el consenso en Washington es que el Gobierno de Biden debería impulsar otro pacto, uno que tenga «un mayor peso acumulativo» que el RCEP.

La vía más clara sería unirse al CPTPP (Tratado Integral y Progresista de Asociación Transpacífico), el pacto que firmaron once países del Pacífico cuando EE.UU. se retiró del TPP (Acuerdo Transpacífico de Cooperación Económica) que había negociado con ellos.

Pero los vientos políticos en Washington soplan en contra de cualquier acuerdo comercial, y Biden ha insinuado que no mirará más allá de sus fronteras hasta que consiga revitalizar la infraestructura estadounidense y la competitividad de sus trabajadores.

«Eso nos puede llevar unos cinco o diez años, y no podemos esperar tanto. China, entretanto, está actuando», argumenta Daly.

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