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Homenaje en Túnez a Sidi Boazid, joven que se suicidó a lo bonzo, y que fue el inicio de la 'primavera árabe'. AFP
El sueño frustrado de la Primavera Árabe

El sueño frustrado de la Primavera Árabe

Guerras y dictaduras sepultan las esperanzas que hace una década desataron las protestas ciudadanas en demanda de justicia y libertad

Mikel Ayestaran

Jerusalén

Jueves, 17 de diciembre 2020, 19:58

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«Acabo de salir de la cárcel. He pasado dos años en una celda de incomunicación. Esta es la respuesta a tu pregunta», dice Shady el-Ghazaly al otro lado del teléfono. Este médico egipcio fundó la Coalición de Jóvenes Revolucionarios, uno de los grupos más activos durante la revolución de 2011 cuyo epicentro fue la plaza de Tahrir y que en apenas tres semanas logró que Hosni Mubarak dejara el poder. «Refugiados, prisioneros o mártires, es el sino que compartimos los revolucionarios árabes, un precio que estamos dispuestos a pagar», es el balance que hace ElGhazaly una década después de aquellos días en los que las calles de Túnez, Egipto, Libia, Yemen y Siria soñaron con un cambio político, reformas y apertura. Un sueño sepultado por unas revueltas que dejan una herencia de miles de muertos y detenidos, millones de refugiados y desplazados internos, ciudades enteras arrasadas, militares de vuelta al poder, como el caso del general Abdel Fatah al-Sisi, y situaciones económicas muy complicadas.

Egipto fue el segundo país al que llegó la bautizada como 'primavera árabe', pero este proceso de revueltas sociales estalló en Túnez el 17 de diciembre. Mohamed Boazizi, un joven vendedor de fruta de Sisi Boazid, en el sur del país, se suicidó a lo bonzo para protestar por su miserable situación económica y laboral y tiró la primera piedra del muro tunecino levantado por Zine el-Abidine Ben Ali durante 24 años. Las protestas se extendieron a lo largo del país y cuando, apenas 28 días después, llegaron a las calles de la capital, el dictador cogió un avión y se fue con su familia a Arabia Saudí.

El ejemplo tunecino fue el faro para los jóvenes de otros países que ansiaban cambios después de décadas bajo férreas dictaduras, un movimiento que pilló por sorpresa a los dictadores y a los considerados expertos de la región, que no lo vieron llegar. Mubarak, Al Abdula Saleh, en Yemen, y Muamar Gadafi, en Libia, siguieron los pasos de Ben Ali y perdieron el poder. Bashar el-Asad es el único que se mantiene en su palacio diez años después de las primeras protestas en Daraa (sur del país) pidiendo cambios y reformas.

«Me gusta recordar esos días, tenía veinte años, muchas ganas y fuerza. Pese a todo lo ocurrido, no me arrepiento, mereció la pena porque teníamos la razón», reflexiona el periodista sirio Muhamed Subat cuando se le pregunta por aquellos días. En 2018 se vio obligado a abandonar su Daraa natal por motivos de seguridad y ahora vive como refugiado en Madrid, desde donde sigue «con mi lucha para lograr un cambio en Siria a través de las redes sociales, la revolución no ha terminado».

Conflictos abiertos

Las protestas derivaron en guerras abiertas en Libia y Siria, donde sus líderes decidieron pelear a muerte por sus tronos y ambos países y sus sociedades han quedado devastadas, lo que lleva a muchos de los supervivientes a tener nostalgia de los días anteriores a 2011.

En el caso de Yemen, las fuertes movilizaciones registradas en Sanaa llevaron a Saleh a aceptar un plebiscito que acabó con su número dos, Mansour Hadi, como presidente. El problema es que Saleh nunca aceptó su destino y, con el apoyo de parte del Ejército y los milicianos hutíes (una secta dentro del chiismo), dio un golpe militar que obligó a Hadi a buscar refugio en Riad. En 2015, Arabia Saudí lanzó una operación a militar gran escala con la excusa de que los hutíes son «aliados de Irán» y desde entonces el país está sumido en una crisis humanitaria sin precedentes.

«Como joven revolucionario que participó en todo el proceso, la lección aprendida es que no te puedes fiar de aquellos partidos que han formado parte del sistema durante muchos años y tienen fuertes intereses en la red de corrupción que ellos mismos han montado. Fuimos unos inocentes al pensar que los partidos de la oposición nos iban a traer el cambio», opina el analista yemení Hussam Almolaki. Otra de las lecciones que han aprendido en Yemen es «a no confiar en que las potencias extranjeras van a resolver tus problemas domésticos, porque solo van a actuar en defensa de sus propios intereses», sentencia Almolaki.

En Túnez, el lugar donde empezó todo, sí se han realizado una serie de reformas políticas que responden a las demandas de 2011. Ahora, como hace diez años, es el faro en el que el resto de países de la región se mira para pensar que otro sistema político es posible.

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