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mikel ayestarán
Miércoles, 3 de agosto 2022, 17:22
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Cuando Al Qaeda (AQ) perdió a su líder y fundador Osama Bin Laden en una operación de Estados Unidos en Pakistán, necesitó tres meses para anunciar de forma oficial el nombre de su sustituto. Ayman al-Zawahiri recogió entonces el testigo y desde 2011 ha sido la cabeza de la organización, la figura a la que todos los grupos franquicia en Afganistán, Pakistán, Península Arábiga, Magreb, Sahel y Oriente Medio han mostrado lealtad. La reciente operación ordenada por Joe Biden contra Al-Zawahiri en el corazón de Kabul descabeza una vez más a AQ y abre una gran incógnita sobre Afganistán, el lugar que hasta ahora había sido todo un santuario para los yihadistas árabes, sobre todo desde el regreso de los talibanes al poder. Al-Zawahiri era huésped de la red Haqqani, la facción talibán encargada de la seguridad en Kabul.
Andrew Watkins, experto en la región y exanalista en International Crisis Group (ICG) destaca en redes sociales que esta operación ha provocado «mucha especulación sobre si los talibanes, o personas internas del movimiento, cooperaron con el ataque con aviones no tripulados de EE UU» y le parece llamativa la «tibia respuesta» del movimiento islamista. 24 horas después del comunicado de Biden, Abdul Salam Hanafi, viceprimer ministro del Emirato, insistió en que «el ataque con dron viola la soberanía de nuestro país» y defendió que «nuestro suelo no será utilizado como lugar para atacar a otro país», una idea que repiten desde la llegada al poder. Desde Washington hacen la lectura opuesta y acusan a los islamistas de no cumplir con lo pactado en Doha por dar cobijo a AQ.
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La respuesta de la organización o una posible venganza a la muerte de Al-Zawahiri dependerán de la persona que sea designada como nuevo Emir y eso es toda incógnita debido a los sucesivos golpes sufridos por Al Qaeda Central, el núcleo ideológico cuya base en las últimas décadas ha estado entre Pakistán y Afganistán. Otro de los problemas es que algunos de sus miembros históricos como Saif Al Adel, al que muchos señalan como sucesor natural de Zawahiri, llevan años residiendo en Irán. No será sencillo que los seguidores de AQ, paradigma del salafismo yihadista, juren lealtad a un líder protegido por la mayor potencia chií de la región.
Ahora todas las miradas están puestas en Afganistán. Entre todos los puntos que tenían en común Bin Laden y Al-Zawahiri destacaba su estrecha relación con los talibanes, ya que ellos estaban incluso en este país antes de que estos instauraran el primer Emirato en 1996. Desde entonces cooperaron mutuamente y los yihadistas árabes fueron claves en el entrenamiento militar de comandos y suicidas de los islamistas afganos. De entre todas las facciones talibanes, la red Haqqani fue desde el comienzo la más próxima al ejército de árabes instalado a lo largo de toda la frontera entre Afganistán y Pakistán.
El acuerdo con Estados Unidos para la retirada de tropas, que abrió las puertas al regreso al poder talibán, especificaba que Afganistán dejaría de ser un santuario para Al Qaeda, pero no ha sido así y esto puede provocar divisiones entre los talibanes. La red Haqqani no solo ha seguido albergando a Al-Zawahiri y su familia, sino que decidió instalarles en el corazón del Emirato, en uno de los barrios más selectos de Kabul. El Emirato se debate entre la necesidad de reconocimiento por parte de la comunidad internacional y la lealtad a los aliados de AQ forjada durante décadas de yihad.
Pese a los 20 años de la «guerra contra el terror» lanzada por George Bush, los miles de muertos y los millones de dólares invertidos, AQ sobrevive y gracias a la estrategia de descentralización lanzada por Bin Laden extiende su presencia a Asia y África donde diferentes grupos operan bajo su tutela ideológica. Las franquicias del grupo han demostrado su operatividad en sus respectivas zonas de influencia y es en países como Sudán o Yemen donde se pueden sufrir directamente respuestas por lo sucedido.
La capacidad operativa en Europa y Estados Unidos parece mermada en los últimos años, pero la idea de la yihad global impulsada por los ideólogos del grupo sigue vigente y ha sobrevivido al impacto que supuso para este mundo islamista la irrupción del califato del Estado Islámico (EI) en 2014. El asesinato selectivo de Al-Zawahiri, como antes el de Osama, son «martirios» para los seguidores de esta ideología que mantiene sus aspiraciones globales.
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