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Mikel ayestaran
Jerusalén
Sábado, 22 de mayo 2021, 21:51
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Lo primero que sorprende es el olor. Un hedor a podrido anuncia la llegada a la zona de Sheikh Jarrah de la que seis familias palestinas pueden ser desalojadas en los próximos días. El agua fétida que lanzan los cañones de los camiones de Policía cada noche para dispersar las protestas, más o menos pacíficas, deja un aire irrespirable. Lo que para Israel es una simple «disputa inmobiliaria» se ha convertido en el epicentro de una nueva fase en su conflicto con los palestinos y en la primera línea de resistencia para frenar lo que diputados israelíes como Ahmed Tibi consideran «una política de limpieza étnica que consiste en echar a los árabes de Jerusalén Este para meter colonos».
Estos desalojos, sobre los que la justicia deberá tomar una decisión final esta semana, han provocado una oleada de solidaridad sin precedentes entre palestinos de la ciudad santa, Israel, Cisjordania y Gaza. Y fueron uno de los motivos, junto a los asaltos policiales a la mezquita de Al Aqsa, que llevaron a Hamás a lanzar la operación 'Espada de Jerusalén', que ha durado once días y ha costado la vida a más de 240 gazatíes además de una enorme destrucción en la Franja.
Superado el olor, la segunda sorpresa es que la calle principal está cerrada y hay una fuerte presencia policial tras una barrera metálica. Imposible pasar. Sheikh Jarrah es ahora zona semimilitarizada por la Policía de Fronteras.
Este barrio de Jerusalén Oriental, situado a apenas 500 metros de la Ciudad Vieja, ocupa ahora titulares de la prensa mundial, pero las movilizaciones en contra de los desalojos empezaron hace una década, se producen cada viernes por la tarde y allí están presentes junto a los vecinos organizaciones de derechos humanos israelíes. Su nombre es el de uno de los médicos personales de Saladino, el conquistador musulmán que arrebató Jerusalén a los Cruzados en 1187, y es uno de los principales objetivos de las organizaciones de colonos junto a Silwan, At Tur (Monte de los Olivos), Wadi Joz, Ras Al Amud y Jabal Mukabbir.
Ya hay más de 3.000 colonos viviendo en estas zonas, según los datos de la Oficina de la ONU para la Coordinación de Asuntos Humanitarios, que detalla que han conseguido las casas «a través de expropiaciones» como las de Sheikh Jarrah, «la compra directa a propietarios árabes o en bloques construidos y financiados por organizaciones de colonos».
Las tierras del barrio en las que viven las familias palestinas afectadas fueron compradas hace 145 años por las comunidades sefardíes y asquenazíes. Según detalló el diario 'Haaretz', en 1876 las comunidades sefardíes y asquenazíes compraron tierras cerca de la tumba de Simón el Hasídico o Simón el Justo, sumo sacerdote del Segundo Templo, y fundaron allí un pequeño barrio. En la guerra de 1948 los judíos huyeron y en 1956 Jordania levantó en esa tierra 28 pequeñas viviendas para refugiados palestinos expulsados de sus casas por Israel.
Una compañía estadounidense vinculada al movimiento colono se hizo con ellas hace unos años y, según la ley israelí, si los judíos prueban que tenían posesiones en Jerusalén Este antes de la guerra de 1948, pueden pedir que les sean restituidos sus «derechos de propiedad», algo que no pueden hacer los palestinos que perdieron sus posesiones en la parte occidental, aunque tengan los documentos que lo prueban.
«Es una ley totalmente injusta. No puede ser que solo los judíos tengan la oportunidad de reclamar sus posesiones porque hay muchos árabes que tenían casa en la parte occidental de la ciudad y no pueden hacerlo», denuncia el rabino Arik Ascherman, responsable de la organización de derechos humanos Torá por la Justicia y uno de los activistas que cada viernes se acerca a este barrio para protestar contra los desalojos.
«Lo que vemos en Sheikh Jarrah es parte de una estrategia que persigue judaizar Jerusalén oriental. Queremos elevar la voz para alertar de que la presencia de colonos es peligrosa en el corazón de este barrio», denuncia Ahmed Tibi, otro de los rostros que cada semana toma parte en unas movilizaciones cada vez más multitudinarias.
El reloj corre y está a punto de agotarse el mes de prórroga otorgado por la justicia israelí para tomar una decisión final sobre el desalojo. Activistas como Marwa Fatafta piensan que este plazo ha sido «una estrategia israelí para ganar tiempo e intentar calmar las movilizaciones de solidaridad y protesta contra la limpieza étnica en la parte Este de la ciudad, pero no lo ha conseguido».
No solo eso, sino que la tensión se ha disparado tras la ofensiva de once días en Gaza, los choques en la Explanada de las Mezquitas y las disputas en las ciudades mixtas de Israel.
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