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Mikel Ayestaran
Corresponsal. Estambul
Viernes, 12 de enero 2024, 21:27
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El conflicto en Gaza se extiende a Yemen, donde los hutíes claman venganza tras el bombardeo lanzado por Estados Unidos y sus aliados en respuesta a los sucesivos ataques de los rebeldes contra barcos comerciales a su paso por el mar Rojo. Joe Biden dio luz verde a esta «respuesta directa» en la que se alcanzaron decenas de objetivos en todo el país y que, según los rebeldes apoyados por Irán, provocó al menos cinco muertos y seis heridos. La milicia calificó los hechos de «bárbaros» y organizó una manifestación multitudinaria en las calles de Saná en señal de protesta y para mostrar que no dará un paso atrás en su apoyo a Palestina, un respaldo que en las últimas semanas se ha traducido en lanzamiento de misiles a Israel o asaltos a cargueros en sus costas.
El ataque de EE UU y sus socios supone toda una victoria para la propaganda del grupo yemení, que ahora se enfrenta cara a cara con quien considera su enemigo real, los norteamericanos. Reino Unido, Australia, Baréin, Canadá y Holanda se sumaron a esta operación liderara por la Casa Blanca en la que el gran ausente fue Arabia Saudí. Este país lanzó una guerra contra los hutíes en 2015 y después de ocho años de intensos bombardeos trata de cerrar esa etapa sin haber podido derrotar a un enemigo que controla el centro y norte del territorio. Los saudíes pidieron «moderación» a todas las partes para intentar frenar una escalada que parece inevitable y que hace temblar al mercado marítimo mundial. El proceso de paz entre Riad y Saná ahora queda en pausa.
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La operación de EE UU fue más simbólica que práctica, un mensaje directo a los líderes de los rebeldes y a su principal apoyo regional, Irán, para hacerles ver que van a «garantizar la libertad de navegación», en palabras de Biden. El tono desde Saná fue desafiante y Mohammed Al-Bukhaiti, portavoz de Ansar Allah (Partido de Dios), declaró que «Estados Unidos y Reino Unido cometieron un error al emprender la guerra contra Yemen y no aprender de sus experiencias pasada (…) Pronto se darán cuenta de que la agresión directa contra Yemen fue la mayor imprudencia de su historia». Los medios hutíes insistieron en que «la navegación en la zona es segura para todos los barcos excepto para los israelíes o aquellos que se dirigen a los puertos de la Palestina ocupada».
No hubo balance de daños materiales tras unos bombardeos que afectaron a cuatro ciudades bajo control rebelde. El analista yemení, Ibrahim Jalal, destacó en su cuenta de X que «habiendo adquirido una experiencia de dos décadas en guerra de guerrillas desde 2004 y sobrevivido a una guerra regionalizada desde 2015, los hutíes descentralizaron y ocultaron sus armas pesadas, bases y campamentos, desarrollaron procedimientos operativos estándar de movilidad y camuflaje en tiempos de guerra, y dominan la propaganda y la desinformación».
En opinión de Jalal, el ataque también proporcionará a los rebeldes «otra excusa de enemigo extranjero» para distraer las necesidades cotidianas de gobernanza pública, desde la prestación de servicios hasta el pago de salarios, «pero también profundizará en la represión y las restricciones internas».
Los hutíes controlan Saná desde 2015, pero están más preocupados por la guerra que por hacer frente a la grave situación humanitaria de un país donde el 80 por ciento de la población necesita ayuda, según los datos de Naciones Unidas. El gobierno de Yemen reconocido por la comunidad internacional, que tiene su sede en Aden, acusó a los hutíes de abrir la puerta a un nuevo conflicto cuando aún no han cerrado la pelea con Arabia Saudí.
Los hutíes son en realidad zaidíes, una confesión derivada del chiismo que literalmente se traduce como 'partidarios de Dios', aunque se les conoce como hutíes por el clan que lidera al grupo desde 2004. Durante el mandato del ex presidente Ali Abdulá Saleh libraron varias guerras contra el gobierno central y tras la primavera árabe de 2011 dieron un golpe militar que les permitió controlar la capital y las provincias del norte, fronterizas con Arabia Saudí. Su gran modelo a seguir es la milicia libanesa de Hezbolá y su eslogan es: «Muerte a Estados Unidos, muerte a Israel, maldice a los judíos y victoria para el Islam». Donald Trump les metió en la lista de grupos terroristas de Estados Unidos.
Los chiíes son apenas un tercio de los 24 millones de yemeníes, donde la mayoría es suní, lo que sirve para reproducir el esquema de lucha sectaria que se produce a lo largo de toda la región. Irán es el respaldo de la minoría chií y fue uno de los primeros países en reaccionar a la ofensiva ordenada por Biden. El portavoz de Exteriores iraní, Nasser Kanani, dijo que «los ataques arbitrarios no tendrán más resultado que alimentar la inseguridad y la inestabilidad en la región». Teherán vincula la operación a la situación en Gaza y, en opinión de Kanani, «Estados Unidos e Inglaterra tratan de desviar la atención de los crímenes de guerra contra los palestinos».
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Una de las reacciones más sorpresivas fue la de Recep Tayyip Erdogan, socio de la OTAN, para quien los bombardeos en Yemen fueron «desproporcionados». El presidente turco acusó a Estados Unidos y el resto de países de intentar convertir el mar Rojo en un «mar de sangre».
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