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Siete mil pares de zapatos se colocaron en 2018 frente al Capitolio para denunciar la inacción de los políticos ante las matanzas en centros escolares. AFP
«La mezcla de supremacismo blanco y fácil acceso a las armas es muy peligrosa»

«La mezcla de supremacismo blanco y fácil acceso a las armas es muy peligrosa»

Shannon Watts se ha erigido en una pesadilla para la Asociación del Rifle al unir a 8 millones de madres que luchan por restringir la venta de fusiles automáticos

mercedes gallego

Nueva York

Sábado, 23 de julio 2022, 18:26

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Antes del millón de mujeres existió el millón de madres. Y todo empezó por una: Shannon Watts, con cinco hijos y «activista por accidente». El 14 de diciembre de 2012 se quedó horrorizada frente al televisor al ver que un joven armado había entrado a tiros en el colegio de Sandy Hook (Newtown, Connecticut), no muy lejos de donde ella misma había nacido. «Como madre, me resultó insufrible saber que veinte niños y seis educadores habían sido masacrados en la santidad de un colegio de primaria de Estados Unidos», recuerda. «¿Cómo podemos permitir que eso ocurra, precisamente en el lugar donde los niños deberían sentirse más seguros?».

Toda una década de activismo después, otra masacre escolar de las mismas características volvió a sacudir al país el mes pasado en Uvalde (Texas). Sandy Hook ha quedado en la historia como la segunda peor masacre escolar en cuanto a número de víctimas, después de la Universidad de Virginia Tech, pero fue la única que arrancó lágrimas públicamente a un presidente, Barack Obama. Las víctimas tenían 6 y 7 años. Sus cuerpecillos quedaron destrozados por las ráfagas de balas que descargó Adam Lanza con un Bushmaster XM-15 semiautomático, un rifle de asalto en la línea del AR-15 que el mes pasado usó Salvador Ramos para matar a diecinueve niños y dos profesoras en Uvalde. «Diseñado para superar todas las expectativas», presume el fabricante. En efecto. El orificio que deja es tan descomunal que las funerarias necesitaron emplear las mejores técnicas de tanopraxia para reconstruir los cadáveres antes de enseñárselos a sus padres.

Aquel día de 2012 Shannon se sentó delante del ordenador y abrió un grupo de Facebook bajo el nombre de 'Moms Demands Action' (Las madres piden acción). Aquello corrió como la pólvora. «No soy ninguna experta en redes sociales, solo tenía 75 amigos en Facebook», recuerda. «Mi cuenta de Twitter ni siquiera estaba activa. Pero sabía en mi corazón que millones de madres estaban sintiendo lo mismo que yo: miedo, frustración, hartazgo».

«No queremos más pésames»

Su mensaje era simple: «Ya no queremos más pésames y oraciones de nuestros políticos. Queremos acción. Queremos cambios reales. Queremos políticas que mantengan a salvo a nuestras familias», escribió. Hoy su movimiento tiene ocho millones de seguidores, tres más que la poderosa Asociación Nacional del Rifle (NRA), de la que se ha convertido en su peor pesadilla. «Están sufriendo una hemorragia de poder político y de dólares», cuenta satisfecha. «Mi historia favorita es que el año pasado intentaron declararse en bancarrota y no les dejaron. Se gastaron una fortuna en abogados. Ahora están consumidos en luchas intestinas. Me encantaría ver la cara de los políticos a los que han mandado cheques cuando intenten cobrarlos. Igual esta vez somos nosotros los que tenemos que enviarle nuestro pésame y nuestras oraciones», sonríe.

De hecho, ahora es a ella a la que vienen a pedir apoyo los políticos demócratas que necesitan votos. «Les hemos dejado claro que si defienden nuestra seguridad, les guardaremos las espaldas, pero si se oponen, les quitaremos el trabajo. Y esto ha sido una sorpresa para los que llevaban décadas votando en favor de propuestas del lobby armamentístico». Cuando empezó, el 25% de los congresistas demócratas recibía la máxima calificación que otorga la NRA, la A. Hoy, ninguno. Es, con todo, demasiado tarde, porque ella misma reconoce que «la agenda de la NRA se ha trasladado a la ultraderecha del país. Ahora ni siquiera necesitan a la NRA. Vive en la ultraderecha, que está creando milicias armadas», cuenta con preocupación. «Un estudio revela que el 22% de los legisladores republicanos pertenece a grupos como los Proud Boys o QAnon. La mezcla de supremacismo blanco y fácil acceso a las armas es muy peligrosa».

Si todo eso ha sido un seísmo para la política estadounidense, más aún para su vida personal. Nunca pensó que diez años después de Sandy Hook estaría aún luchando por leyes de control de armas. El horror de esa masacre infantil abrió una ventana de oportunidad, con el senador demócrata más conservador, Joe Manchin, y su amigo republicano, Patrick Toomey, al frente de una iniciativa bipartidista para vetar los rifles de asalto y requerir permisos de armas, entre otras medidas. «Yo era muy ingenua», reconoce. «De verdad creía que el camino estaba despejado y que en cuestión de semanas o meses aprobarían la legislación y volveríamos a nuestra vidas cotidianas. Todavía me acuerdo de ese día de 2013 en el que vi la votación desde la galería del Senado. Perdimos por seis votos. Me quedé en shock, devastada».

Diez años de revolución

De cómo recogió los pedazos de esa ilusión rota y continuó la lucha a lo largo de una década, logrando importantes cambios que pueden perderse tras los titulares de tantos tiroteos masivos, da para escribir un manual de activismo y ganar premios con él. 'El Correo' la entrevistó en Austin (Texas), donde explicó su experiencia a toda una generación de organizadores que acudió a la cumbre de Arena, un grupo creado tras la victoria de Donald Trump en 2016 que entrena a jóvenes de todo el país para luchar por las causas progresistas que les apasionen.

La derrota legislativa de 2013 le enseñó a Watts la lección más importante. «Descubrimos que nuestro trabajo no acababa necesariamente en el Congreso, sino que empieza en los parlamentos estatales, en los concejos municipales y hasta en los consejos escolares», les contó. «Si el Congreso nos cierra la puerta, tenemos que entrar por la ventana».

Shannon Watts.
Imagen - Shannon Watts.

Se habían enfrentado a uno de los lobbies más poderosos del país, el de las armas. Y para cambiarlo tendrían que competir con su mismo arsenal, el dinero. Empezaron boicoteando Starbucks, que prohibía entrar con patinete pero permitía hacerlo con un AR-15. «Creamos la etiqueta de #SkipStarbucksSaturday y les demostramos que los sábados nos tomaríamos el café en casa o con sus competidores hasta que prohibieran la entrada de rifles de asalto». Luego fueron a por la cadena de hipermercados Target. Uno por uno fueron cambiando la cultura del país a través de su poder como consumidores. Después de todo son las madres las que más peso tienen en la cesta de la compra. Algunos ejecutivos les dijeron a la cara que nunca cambiarían esa política, como los de la cadena Kroger, a la que expusieron en vallas publicitarias. Les llevó cinco años, pero tras la masacre del instituto Stoneman Douglas de Parkland (Florida), donde Nikolas Cruz mató a 17 compañeros de instituto con un fusil AR-15, Kroger cedió.

Cada masacre es una derrota. Esta madre de 51 años conoce mejor que nadie la frustración y el desaliento que trae cada tiroteo masivo, pero está decidida a continuar en la lucha con un método que denomina «gradual e incansable», contó a los activistas de Arena. «Les demostramos que las madres tenemos mucha memoria cuando están en juego las vidas de nuestros seres queridos». Y sí, a ella también le dan ganas de tirar la toalla cuando ve a otro joven como Robert Crimo cargarse a siete personas en el desfile del 4 de julio de Highland Park (Illinois), disparando desde una azotea con un rifle de asalto. «¿Pero cuál es la alternativa? Costó cien años de activismo que las mujeres obtuvieran el derecho al voto. Casi medio siglo, hasta que el Supremo reconoció el derecho de los matrimonios homosexuales. Y a las Madres Contra los Conductores Ebrios, veinte años lograr que se redujera el nivel de alcohol permitido a nivel federal. ¡Imagínate si cualquiera de ellos se hubiera rendido al cabo de una década! Va a llevar generaciones lograr todos los cambios que queremos, pero sé que tenemos los pies firmemente plantados en la historia, y no nos moverán».

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