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joaquín aldeguer
Gotabaya Rajapaksa, tocata y fuga de Sri Lanka
El Perfil

Gotabaya Rajapaksa, tocata y fuga de Sri Lanka

Elevado a la condición de héroe nacional tras meter en cintura a los Tigres Tamiles, el ya expresidente sucumbe al tsunami del alza de los combustibles, la inflación y una deuda exterior galopantes

Sábado, 23 de julio 2022

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No hablaban por hablar los miles de ciudadanos que coreaban por las calles de Colombo, la capital de Sri Lanka, la consigna 'Go home Gota' y que hartos de sentirse ignorados tomaron al asalto hace diez días la residencia presidencial. La incursión había estado precedida de algaradas callejeras en las que se demandaba de todo, desde alimentos hasta carburantes; con monjes budistas envueltos en lienzos de color azafrán encabezando la marea humana y los antidisturbios empleándose a conciencia con gases lacrimógenos y cañones de agua contra una multitud cada vez más enrabietada. Con los heridos contándose por decenas, incluidos varios policías, las barreras de palacio no pudieron aguantar esa riada incontenible; la multitud abriéndose paso por dormitorios y salones, bañándose vestida en la piscina, pedaleando en el gimnasio donde sólo unas horas antes el presidente hacía sus ejercicios matutinos.

Cuando se destapó la caja de los truenos, Gotabaya Rajapaksa había puesto ya agua de por medio a bordo de un Antonov 32 del ejército rumbo a Maldivas, ese paraíso enhebrado sobre atolones que emergen del Índico como un collar de perlas, y después a Singapur, desde donde envió su carta de renuncia por correo electrónico. Su marcha no estuvo libre de incidentes, empezando por las autoridades aeroportuarias, que lo retuvieron en la sala VIP sabedores de que el país había entrado en un punto de ebullición y de que cualquier paso en falso les podía costar caro. Finalmente, huyó de madrugada, un epílogo humillante para una dinastía que ha ostentado el poder durante dos décadas.

Mientras él y su esposa hacían las maletas, a cargo del desaguisado quedaba su mano derecha, Ranil Wickremesinghe, cuya residencia también fue destruida por las turbas. En un intento por templar los ánimos, el primer ministro no tuvo más remedio que anunciar su dimisión y ofrecer garantías de establecer «un gobierno de unidad nacional». Wickremesinghe había durado en el cargo dos meses, el tiempo transcurrido desde que Mahinda, hermano de Gotabaya y anterior presidente, tirase la toalla al estallar un tsunami de violencia que se cobró una decena de vidas.

Pero nada es lo que parece en Sri Lanka, donde el títere de Gotabaya, lejos de recular, está demostrando una astucia a prueba de terremotos. En una semana, se ha aupado primero a la presidencia interina -con la excusa de tutelar el país durante 30 días hasta que la Cámara eligiera sucesor- y a la Jefatura del Estado después, respaldado por una amplia mayoría del Parlamento. Gotabaya, entretanto, deshoja la margarita de su futuro en compañía de su mujer y dos guardaespaldas, mientras las autoridades singapuríes, renuentes a conceder asilo, se niegan a decir si se trata el suyo de un viaje privado o siquiera si el exmandatario está en tránsito a otro país.

La caída a los infiernos de Gotabaya Rajapaksa es tanto más dramática si se tienen en cuenta los antecedentes del personaje, auténtica vaca sagrada en este país de 22 millones de habitantes, repartidos entre cingaleses, tamiles y musulmanes. Durante años, él y su hermano parecían ungidos por los dioses. Hijos de una familia acaudalada del sur de la isla, el ahora huido se distinguió en el ejército durante la guerra civil contra los Tigres Tamiles, llegando a tomar parte en operaciones de contrainsurgencia. Retirado con honores, marchó a estudiar a Estados Unidos, de donde regresó en 2005 para ayudar a su hermano en su campaña presidencial y ocupando el puesto de Secretario de Defensa.

Cuando el conflicto cesó, después de un cuarto de siglo de enfrentamientos, Gotabaya afianzó sus posiciones. El salto a la presidencia no se produciría, sin embargo, hasta 2019, después de los atentados islamistas contra iglesias y hoteles que arrojaron un saldo de 250 muertos. La promesa de seguridad por parte de quien había hecho inclinar la cabeza a los tamiles, disparó su popularidad y le aupó al poder de la República democrática Socialista de Sri Lanka. En los últimos veinte años, 40 miembros de la familia han ocupado puestos de responsabilidad en el Gobierno y la fortuna amasada por el clan es incalculable.

De héroe nacional a villano

Las imágenes de lo ocurrido la semana pasada traen a la memoria aquel viejo éxito hollywoodiense ambientado en Sri Lanka -entonces Ceylán- y con Elizabeth Taylor en su mejor momento. En 'La senda de los elefantes', decenas de paquidermos se rebelaban contra el poder establecido y destrozaban una plantación de té hasta los cimientos para devolver a la naturaleza lo que era legítimamente suyo. En el caso de Gotabaya, el desmoronamiento llevaba meses larvándose y tiene su fiel reflejo en el desplome económico de un país con un PIB per cápita que el año pasado era de 3.225 euros y donde cada uno de sus ciudadanos cargaba ya por entonces con una deuda de 3.270. Un nivel de vida bajísimo que sumerge a este exótico destino en las profundidades del ranking mundial de la prosperidad.

La guerra de Ucrania, el consiguiente alza de los carburantes y la interrupción de la cadena de suministros no ha hecho sino abonar el colapso cingalés, con una economía muy dependiente del turismo que los rigores de la pandemia ha pulverizado y a la que se suma una pésima política agraria como resultado de la prohibición sobre los fertilizantes químicos, lo que ha desplomado la producción. El resultado es la mayor crisis que afronta este país desde la marcha de los británicos en 1948.

Desde que Gotabaya accedió al poder en 2019, la deriva del país se ha agravado con el agotamiento de las reservas de divisas y un endeudamiento galopante, mientras la inflación escala al 54,6%. El Gobierno decretó en abril el impago preventivo de su deuda exterior, lo que terminó de dinamitar la confianza de los acreedores y obligó a acudir al Fondo Monetario Internacional en busca de una solución que el Gobierno está lejos de tener. Un mes antes se habían generalizado los cortes de luz, lo que alimentó el descontento y convirtió las tímidas críticas iniciales en contundentes exigencias de dimisión. Ante semejante panorama, Gotabaya, poco acostumbrado a remar a contracorriente, ha hablado: el último, que cierre la puerta. Wickremesinghe ha cogido el testigo y no parece dispuesto a soltarlo.

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