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Un apuesto príncipe de gracia y granito

Felipe de Edimburgo ha sido el imprevisto consorte eficaz de la exitosa era isabelina

Iñigo Gurruchaga

Londres

Viernes, 9 de abril 2021, 12:15

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El encanto personal de Philip, duque de Edimburgo, se ilustra con la imagen que ofreció en uno de sus últimos actos protocolarios. Era la visita de los reyes de España, Felipe y Letizia, en 2017. La pareja real española había llegado la víspera a Londres, pasó la noche en un hotel, el príncipe de Gales fue a recogerlos en un vehículo y la reina Isabel II y su marido les esperaron en Horse Guards Parade.

Habían llegado allí desde el vecino palacio de Buckingham y, mientras la banda militar tocaba música acorde con la ocasión, pasaron unos minutos en un estrado levantado para el encuentro en la explanada donde se celebran actos ceremoniales. Felipe de Edimburgo dijo algo a la reina, que se rio de lo que había dicho su marido.

Hay múltiples ocasiones en las casi siete décadas de matrimonio en las que se repite esa escena. Felipe de Edimburgo activaba el lado más suave de la rigurosa Isabel, según quienes les han conocido en la intimidad. Pero era llamativo que a sus 97 años retuviese la capacidad de parecerle gracioso a su mujer, que tenía entonces 91. La longevidad de la pareja real británica, gestos visibles de armonía entre ambos y el reinado duradero y estable de Isabel II han estimulado a los británicos a percibir que en la cumbre de su monarquía hay vidas bien vividas.

Ese éxito privado y público no era predecible. La serie de televisión 'The Crown', con éxito internacional entre un público mucho más amplio que el habitualmente interesado por la realeza, ha mostrado episodios de tensión en el matrimonio y en la institución, el carácter fuerte del duque; y las circunstancias de Felipe de Edimburgo en su nacimiento y en su juventud no ofrecían garantía de tal destino.

Paria y ameba

Nació el 10 de junio de 1921 en la cocina de la casa familiar, Mon Repos, en la isla de Corfú. Cuando cumplió un año, era un refugiado en París. Su padre, el príncipe Andrés de Grecia, estuvo a punto de ser fusilado tras un golpe militar y su mujer, la princesa Alicia, y sus cinco hijos, fueron evacuados por un buque británico. La madre sufrió un colapso nervioso en un historial de quebradiza salud mental y el padre los abandonó. Pero el niño Felipe tenía buenas conexiones.

Por parte de la familia paterna, descendía de las familias reales griega y danesa. La madre era descendiente directa de la reina Victoria. En la vivienda parisina ofrecida por su tía danesa, él y sus cuatro hermanas tenían una gobernanta inglesa, que le habría inculcado un sentido de la cortesía no siempre pulido. El humor lo habría heredado de su padre, golfo y despilfarrador, pero con reputación de ser muy gracioso.

Sus hermanas se casaron con aristócratas alemanes y eso creó problemas por las simpatías nazis de algunos cónyuges, pero Felipe se educó brevemente en Alemania en la escuela de fundada por un judío, Kurt Hahn, y partió hacía Inglaterra, donde le acogió su tío, Louis Mountbatten. En realidad se apellidaba Battenberg, pero tuvieron que adoptar algo más inglés aunque igualmente rimbombante en la Primera Guerra Mundial.

Fue Mountbatten la Cenicienta ambiciosa de la monarquía británica de hoy. Incitó a su sobrino a entrar en la Academia Naval de Dartmouth y, en el curso de una visita de la familia real, el joven cadete, Felipe de Grecia, de 18 años, contó chistes, comió como un lobo, saltó sin apoyo una red de tenis varias veces, fue el último en dejar de remar en su bote entre los que despedían la estela del yate real.

Isabel, la niña metódica y obediente, tenía trece años y quedó prendada ante las proezas del joven marino. Su niñera, Marlon Crawford, describiría en 'The Little Princesses' (Las pequeñas princesas) su impresión del príncipe con pedigrí turbulento: «Es un chico rubio, parece un vikingo, con un rostro agudo y ojos azules penetrantes,... de buen parecido aunque de maneras descuidadas».

Se casaron ocho años después, con dudas entre los viejos cortesanos sobre la convenciencia del matrimonio de la futura reina con un príncipe pobre que no parecía tener «filtro entre su cerebro y su boca». Mountbatten, último virrey de India, jefe de Estado Mayor de la Royal Navy y de la Defensa, sufrió la humillación de ver que su apellido prestado no quedaría inscrito en la genealogía de la monarquía. Los hijos de Isabel y Felipe Mountbatten, antes príncipe de la casa Glücksburg, serían Windsor.

Y, cuando falleció el padre de 'Lilibet', Jorge VI, en 1952, Felipe de Edimburgo tuvo que abandonar la Armada, que le había condecorado por su papel en un episodio de la Segunda Guerra Mundial en el Pacífico, y convertirse en el hombre que sigue a la monarca dos pasos por detrás en una interminable cadena de actos protocolarios. Se había convertido en una ameba, según su amarga descripción.

Modernidad y paternidad

El Reino Unido en el tiempo de la boda salía de la austeridad de la posguerra. Se achaca al príncipe consorte un impulso para modernizar también la monarquía, como sustituir la presentación de las debutantes ante la corte por recepciones anuales en los jardines del Palacio de Buckingham donde llegan a congregarse 30.000 invitados en tres dias; representantes de una variedad de estamentos, desde militares a miembros de organizaciones benéficas. También promovió la apertura inicial a los nuevos medios de comunicación, en particular a la televisión.

Son célebres sus meteduras de pata. «¿Estáis huyendo de algo?», preguntó a un grupo de británicos empleados en Abu Dhabi. Al presidente de Nigeria, Olusegun Obasanjo, ataviado con la 'agbada'- la túnica que es vestimenta nacional de gala-, le preguntó si estaba ya vestido para irse a la cama. Pero la disciplina que ha demostrado también a lo largo de su vida se achaca a un carácter forjado por la experiencia de la guerra entre los hombres de su generación.

Interesado por la conservación sobre la naturaleza, la espiritualidad o la psicología de Jung, Felipe de Edimburgo ha sido un aficionado al deporte y prolífico patrón de asociaciones benéficas. Promotor también de unos premios que llevan su nombre a jóvenes que cumplen retos diversos. Fue, sin embargo, un padre difícil para su hijo mayor, el príncipe Carlos, percibido por sus progenitores como excesivamente sensible.

Felipe insistió en que se educara en la escuela fundada por Hahn en Escocia, Gordonstoun, donde él también se educó, para endurecer su caracter. El vigor espartano inculcado mediante la austeridad y la superación de retos físicos y mentales era la divisa de una educación que causó pena en el heredero de la Corona, herido también por la parquedad de su padre en el elogio estimulante.

En la fase final de esta era isabelina, los Windsor sufrieron el trauma del divorcio de Carlos y Diana- Felipe no acudió a la ceremonia civil del matrimonio de su hijo con Camila, duquesa de Cornualles- y ahora queda entristecida por la marcha de Enrique y Meghan Markel. Es sacudida también por revelaciones escabrosas sobre las relaciones del príncipe Andrés con chicas menores de edad. Llegan en un momento de duelo de la reina por la périda de su marido y en el que la reina contempla su retiro.

Su hijo, Carlos, espera a sus 72 años a poner su sello personal en el ejercicio de un reinado funcional para el siglo XXI. La continuidad de la monarquía más duradera de Europa está asegurada por el matrimonio feliz de Guillermo y Catalina, que ha quebrado la tradición del enlace aristocrático y ofrece el horizonte de una reducción de la nómina en la familia real y un acento en la empatía y la expresión de sentimientos en sus actos públicos.

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