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Asier Quintana
Martes, 14 de mayo 2024, 18:40
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La ciudad brasileña de Porto Alegre vive una situación extrema desde hace once días debido a las fuertes lluvias que azotan el sur del país. La capital del Estado de Río Grande del Sur ha pasado de ser uno de los lugares más prósperos del territorio por su estructura moderna y su mezcla de culturas, a un barrizal inundado por el desborde de los ríos como consecuencia de las condiciones meteorológicas. Una muestra de ello la ofrecen su aeropuerto, donde las aviones parecen barcos, y sus dos estadios deportivos, donde los equipos de fútbol Inter y Gremio no podrán jugar durante un tiempo ya que el terreno de juego es agua. Además, es muy probable que esta situación empeore aún más por una nueva crecida del río Guaíba, que recorre toda la ciudad por la costa.
Tras solo dos días de tregua de las lluvias, los diluvios han vuelto a causar que el caudal del río suba. Este pasado lunes alcanzaba los 4,94 metros, superando el nivel más alto de su historia, datado en 1941. El gobernador de Río Grande del Sur, Eduardo Leite, alertó durante este martes que el río podría llegar a 5,5 metros en los próximos días. El mandatario insiste que todavía «no es hora de regresar a casa» y ha pedido a las personas que retornaron a sus hogares en la zona de riesgo, que vuelvan a ponerse a salvo en refugios o zonas altas.
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Las lluvias torrenciales que han afectado el sur de Brasil desde la última semana de abril han causado daños en más de 400 municipios, dejando 148 muertos y 127 desaparecidos a su paso. El desastre, que expertos y el Gobierno vinculan al cambio climático y al fenómeno meteorológico 'El Niño', ya ha afectado a más de 2,1 millones de personas. Más de 80.000 permanecen en centros de acogida y otros 500.000 en viviendas familiares alejados de las inundaciones dejando toda la actividad de la ciudad paralizada. Uno de los afectados ha sido Claudio da Silva, un vecino de Sao Leopoldo que cruzaba la calle con su bote. «Mi casa está destruida por todo lo que ha arrastrado la inundación y en la de mi cuñado, al lado, el agua llega a la mitad del segundo piso», explicaba a la agencia AFP.
Esta última oleada de lluvias torrenciales no solo ha destrozado Porto Alegre, también han arrasado el interior de la región a causa del desbordamiento de los ríos Taquari y Caí. Según las autoridades, estas cuencas pueden transportar el agua al río Guaíba, el principal del Estado, y causar nuevas inundaciones en la ribera de Lagoa dos Patos, la mayor laguna costera de Sudamérica.
Según los datos hidrológicos del programa estatal DRHS-SEMA, nueve de cada diez localidades monitoreadas por Defensa Civil se encuentran por encima del nivel de inundación. Los encargados regionales de protección señalan que «prácticamente todos los grandes ríos del Estado presentan tendencia de elevación».
La grave situación causada por las riadas ha obligado al presidente brasileño, Luis Inácio Lula da Silva, a anular su visita oficial a Chile, prevista para este viernes y sábado. Consciente de la necesidad de centrarse en dar respuesta a la crisis, el mandatario ha anunciado que viajará de nuevo este miércoles al sur del país, no sin antes admitir que las autoridades «no estaban preparadas» para una catástrofe así. Desde la jefatura del Estado se señala la «necesidad de monitorear la situación de las inundaciones y coordinar la atención a la población afectada».
La comunidad internacional y diversas organizaciones humanitarias han empezado a coordinar esfuerzos para ayudar en este situación. Mientras tanto, el Gobierno ha puesto en marcha un grupo de trabajo para aprobar en 24 horas los planes de emergencia presentados por las localidades afectadas para acelerar la liberación de recursos y así abrir la puerta a una asistencia humanitaria necesaria en estos momentos. Conmovidos por la tragedia, los ciudadanos brasileños se han solidarizado con las víctimas que lo han perdido todo. Toneladas de ropa, alimentos y artículos de primera necesidad han sido donados en los refugios, que antes eran colegios, clubes y gimnasios.
Además tanto el Ejecutivo federal como los Estados afectados, han anunciado un fondo de emergencia para ayudar a las víctimas y reconstruir todo el territorio arrasado por el desastre. Por otro lado, afirman que las obras necesarias para prevenir futuros acontecimientos similares, es un proyecto a largo plazo -hasta 15 años- en al menos seis regiones. El presupuesto para la recuperación del lugar es de 7.000 millones de reales (alrededor de 1.200 millones de euros). Una cifra que evidencia la magnitud del problema y no asegura una defensa inmediata a posibles catástrofes.
En esta catástrofe hay quien intenta pescar en aguas revueltas como es el caso del expresidente Jair Bolsonaro y sus compañeros de partido, al igual que hicieron durante la pandemia, en uno de los territorios que más votos recibió en las últimas elecciones. Ni la inundación de Porto Alegre ha cambiado la idea del líder ultraderechista de que el cambio climático es un invento de una conspiración comunista. «La crisis del clima es desinformación, usada con el fin de esclavizar al pueblo, subir impuestos, crear desempleo y más dependencia del Estado», denunciaba en redes sociales la semana pasada.
- A desinformação a serviço do sistema e nada fazem para contê-la. Isso é a democracia no Brasil do PT.
— Jair M. Bolsonaro (@jairbolsonaro) May 7, 2024
- Em um momento de urgente união nacional pelo bem do Rio Grande do Sul e do povo gaúcho, o chefe da organização insiste em fomentar a polarização. Infelizmente, o PT faz… pic.twitter.com/lxbRurwvBd
El que fuera ministro de Medio Ambiente, que tuvo que renunciar a su cargo cuando se le acusó de traficar madera de la Amazonia, Ricardo Salles, niega el cambio climático y desde su posición de diputado federal por San Pablo, asegura en redes sociales que «el Gobierno de Lula se acabó».
Pese a la insistencia de los populistas, los analistas del cambio climático han reconocido que situaciones como la que se está viviendo en Porto Alegre serán cada vez más habituales. «Los desastres ambientales sólo empeorarán», advierten, y por eso «hay que tratar a los políticos negacionistas como criminales».
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