Y en eso llegó Fidel

Rafael Álvarez Gil
RAFAEL ÁLVAREZ GIL

Puede que Barack Obama canturreara aquella canción (una guaracha para ser exactos) de Carlos Puebla sobre Fidel mientras llegaba ayer a Cuba y simbolizaba, por fin, el deshielo diplomático. Y, sobre todo, lo caprichosa que resulta la Historia pues observar que fuera precisamente Obama (que rompió moldes previamente a cuenta de la cuestión racial) era algo impensable tan solo hace un par de décadas. A saber, cuando el desmoronamiento de la Unión Soviética hizo que algunos presagiaran que la caída del régimen castrista era cuestión de tiempo. Aquellos cursos fueron los más crudos para la Isla y, no sin ironía rebuscada, el Comandante lo tildó de periodo especial. La Administración Obama tiene en el acercamiento cubano uno de sus mayores méritos en política exterior. No alcanza la ansiada pacificación del conflicto entre Israel y Palestina, pero desbloquear el contacto entre La Habana y la capital del único imperio que queda tras la Guerra Fría no es cosa menor.

Es verdad que, a estas alturas, la semblanza política de Cuba pasaba por esa suerte de presión entre Washington y la Unión Europea (estimulada en su día por José María Aznar) que impedía que se desarrollase lo que era evidente: solo el posibilismo arrancará algún proceso democratizador. Y si este llega será finalmente solo cuando se produzca aquello que durante el franquismo se denominaba el hecho biológico: la muerte del dictador. Raúl Castro garantizará un continuismo inane para el régimen, pues ni existe diferencia generacional sustancial (tan solo uno al otro le separan unos pocos años) ni provocará un golpe de timón ideológico. El poder necesita al poder. Y hace mucho que la estructura dictatorial no ostenta capacidad de regeneración fruto de la burocratización y la obsolescencia interna.

Los hermanos Castro todavía amarrarán el afán de derechos y libertades ya que impulsarlo sería una forma de perestroika caribeña que carcomería enseguida a ese régimen que se ha mantenido en los últimos años ya no por su preservación comunista sino por sus arengas antiimperialistas hacia el país vecino. Pero desde el triunfo de los barbudos en 1959, lo más interesante no está en las actuales fuerzas opositoras sino en las voces disidentes que pronto se sucedieron tras la huida de Fulgencio Batista, otro dictador de tomo y lomo que convirtió la Isla en un casino para entretener a los estadounidenses y facilitar tropelías. Si me permiten la sugerencia quédense con el libro de memorias de Huber Matos (que estuvo en Sierra Maestra) Cómo llegó la noche (Editorial Tusquets, 2002). El tiempo de la guerrilla, la muerte de Camilo Cienfuegos, el desembarco aupado por la CIA en Bahía Cochinos, ¿Recuerdan? Unos episodios que ahora quedan postergados.