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Aquella mañana de miércoles, un día en el que el Gran Canaria se enfrentaba al Artland Dragons (club actual de Marquez Haynes) en la fase previa de la Eurocup, se confirmaba lo que era mucho más que un rumor durante los dos días previos en Gran Canaria.
Ha sido un año muy convulso, incluso en los momentos previos a la aparición en el cuadro de Joaquín Costa, una solución acelerada por parte del propietario de la entidad dada la proximidad del inicio de la temporada. El primer día de septiembre, cuando la campaña de abonados se ponía en marcha, tras una noche de reuniones, Agustín Medina y su grupo de trabajo presentaban, por diferencias con el grupo de gobierno del Cabildo su dimisión, lo que forzaba a un periodo de búsqueda por parte del dueño de la sociedad anónima de un nuevo mandatario. «Queremos a alguien que venga con uno o dos panes debajo del brazo».
La referencia, obvia, hablaba de alguien con potencial financiero para hacerse cargo del club. Pero esa figura nunca apareció, y al final el cargo recayó en Costa, hombre de baloncesto, y primer entrenador del Gran Canaria en la ACB en 1985.
La tormenta ha sido constante. El despido de Himar Ojeda al finalizar la temporada propició días muy complicados, algo atemperados con la irrupción en escena de Berdi Pérez. Y los dos vicepresidentes han dimitido; uno de ellos, Pérez, en la más absoluta de las discreciones. El otro, Sansó, con reproches a la gestión de Costa. Les sustituyeron Rosario Rodríguez, compañera de trabajo de Costa en el Instituto Municipal de Deportes y Rodrigo García, propietario de Idecnet, empresa proveedora de servicios informáticos al club.
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