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Un pregón victorista muy trascendente

Jueves, 1 de enero 1970

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Me he preguntado en más de una ocasión, pues motivos no me han faltado para ello, que significa «pregonar», que sentido y función tiene el pregón en el inicio de unas fiestas, de unos eventos o ceremonias anuales o de un aniversario señero. El sólo hecho de plantear esto parece una perogrullada, algo innecesario dada la obviedad de lo que se plantea, pues la inmensa mayoría entiende como algo ineludible y necesario por tradición y costumbre, como requisito que realza y solemniza un programa, la inclusión de pregonero y pregón en el umbral de sus eventos, para de forma elogiosa anunciar la celebración de una festividad y animar a la participación en ella, al tiempo que se aprovecha para hacer alabanzas de personas o cosas que vienen -ó no- al caso. Sin embargo, la esencia pregonera nos plantea dudas y certezas sobre todo ello. Ya en septiembre de 1962, en su pregón de las Fiestas del Pino que organizaba ese año el Hogar Canario de Sevilla, el escritor grancanario José Rodríguez Batllori si bien hablaba de «metáfora precisa y hermosa», de cómo «la voz ha de surgir en el pregón, con el primor en la palabra, fácil y amena, para deleite y complacencia del oyente», aunque, por encima de todo ello, aprovechando la proclamación de un pregón y la expectación que conlleva era «grato, necesariamente, para todo canario, la labor de divulgación de las esencias y virtudes que caracterizan a nuestro archipiélago». Y es que el pregón, más allá de ese delicado ejercicio literario que puede ser en muchas ocasiones, se instituye para hacer saber públicamente lo «que conviene que todos sepan», por lo que un pregón es y debe ser una magnífica oportunidad para, ante un evento, festividad o aniversario, poner las cosas en su sitio, proclamar la identidad, el ser y sentir, la esencia de aquello que se pregona, lo que verdaderamente justifica que sea algo de realce y trascendente. Si no fuera así quedaría todo en mera palabra frívola y hueca, en una insustancial acción de mero divertimento que ni dignifica al pregonero, ni enaltece a lo pregonado. Y esta acción de pregonar tampoco requiere siempre que se dé en espacios amplios, ante inmensas multitudes, al soco de fiestas o eventos de extendida popularidad, que también, pues podemos encontrarnos con un pregón exacto, soberbio en lo sustancial de sus proclamas, trascendente en las inquietudes que transmite, y envuelto todo ello en una palabra justa y a la vez grata y galana, en ámbitos mucho más reducidos en espacio y número, aunque, como bien resaltará el pregonero con su manifiesto, con un devenir histórico, social y cultural que requiere y respalda el pregonar en el inicio de sus actividades. Es por ello que, el pasado jueves 1 de octubre, sentí como el mes de octubre entraba exquisitamente engalanado para iluminar la noche pregonera de los actos del 105 Aniversario del Real Club Victoria, y cuantos asistimos en los salones del club al pregón sosegado, grato, magníficamente sustentado, reivindicativo y sugerente, envuelto en un sensible halo poético delicado y elegante, donde no se eludió la imagen certera y precisa de cuanto se pregonaba, nos encontramos que en esta isla sigue habiendo verdaderos pregoneros, que sin reivindicar, ni siquiera lucir nunca tal condición, lo son en la esencia de un espíritu del que fluyen discursos como el que ese día nos regaló Vicente Llorca Llinares, orgulloso de las esencias y tradiciones que cantaba, «soy victorista, y se me nota»-, al tiempo que convencido de la necesidad de colocar en su sitio, en la señera página histórica que le corresponde, al Club que pregonaba pues «105 años de historia merecen una felicitación y reconocimiento público y, también, una llamada de atención para que, insisto, la ciudad entera disfrute del legado del Real Club Victoria», y con él al barrio donde surgió, «De La Isleta, y a mucha honra» Vicente Llorca, distinguido periodista grancanario, Director Adjunto de CANARIAS7, persona que sabe aunar y dar sentido a sus enormes inquietudes culturales y sociales enmarcándolas en la reivindicación y el amor profundo a esta tierra y su porvenir, que debe ser el objeto de toda labor y preocupación intelectual para ser fecunda, proclamó y «amonestó» -o sea, hizo presente muchas cosas para que se eviten, se consideren en toda su trascendencia y se procure su resolución o difusión-, al tiempo que supo poner en su sitio el devenir, el acontecer social, deportivo y cultural de un Club que hoy queda como santo y seña, como símbolo vivo, del nacimiento, del ingente esfuerzo por su desarrollo, de las ilusiones y esperanzas de todo el Puerto y Barrio de La Isleta, por lo que no es casual, al tiempo que es elocuente y significativo, que sus fiestas fundacionales, este año en su 105 edición, se celebren a la par y al unísono que las Fiestas de La Naval. Sin duda el de Vicente Llorca fue un pregón, como se diría antiguamente, de tronío y empaque, pero, sobre todo, un pregonar sereno, fecundo y trascendente del que surgieron los rostros y la memoria de muchos personajes isleños, de eventos inolvidables de otras épocas que marcan nuestro presente; un pregón del que todos disfrutamos y aprendimos mucho.

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