Tradiciones en El Rincón
El Rincón de Tenteniguada vive a la sombra de los imponentes roques Grande, Chico y Saucillo. Allí se respira siempre tranquilidad y según las épocas se huele a azahar, tajinaste, breva, guinda, salvia, nardo, también albaricoque; y pasear la vista y el cuerpo por su entorno es un delicioso recreo visual y anímico.
Además, en sus riscos habita una de las especies más preciadas de nuestra valoradísima botánica, la flor de mayo, en grave peligro de extinción, que tiene allí su santuario y refugio único.
Lo dicho, El Rincón de Tenteniguada invita permanentemente a ir. Pero, no sólo valores naturales atesora el lugar. Allí habitan unas gentes, en los últimos años activadas por un animoso colectivo juvenil llamado La Parada, que se han comprometido en la deliciosa tarea de preservar la memoria de ese pago.
El pasado domingo volvieron a juntarse todos y en la pequeña plaza del pueblo, un punto minúsculo en el grandioso anfiteatro de la caldera de Tenteniguada, hicieron realidad una nueva edición, la tercera ya, del Día de las Tradiciones, un virtuoso ejemplo de la enseñanza que nos dejaron los clásicos griegos: progresar es conservar.
Y en estos tiempos en los que se nos impone la uniformización y, más aún, la despersonalización, el empeño de estas gentes en mantener viva la memoria es merecedor de un sonoro reconocimiento que, bajo ningún concepto, puede desatar ningún celo político.
Hubo un tiempo, hasta hace muy poquitos años, apenas cinco, justo antes que empezara esta maldita crisis que nos tiene descuajeringados, que creímos que estas islas nuestras eran tierra de promisión y olvidamos de dónde veníamos. No nos paramos a pensar que el aceleradísimo tránsito que hicimos de las alpargatas al cuatro por cuatro no era lógico y despreciamos las llamadas de atención que nos alertaban que aquello sólo podía abocarnos a un desarraigo que, cuando viniesen curvas, como en las que estamos, nos dejaría aún más débiles y dependientes de lo que históricamente hemos sido.
Por fortuna hay gente, como la de El Rincón de Tenteniguada, capaz de recordarnos, aunque cueste creerlo, cómo éramos hace apenas unos cincuenta años, cuando nuestros paisanos, con sus saberes y artes, hacían esfuerzos ímprobos para vivir, que en tiempo de zafra debían hacer la mudá, arrancaban para la costa y allí trabajaban durante meses en condiciones paupérrimas para poder juntar unas pocas perras que les permitiesen seguir sobreviviendo en el interior. Ese interior que creíamos que nunca nos volvería a hacer falta pero que, ya ven, se olvide o no, es el que nos humaniza.
Por la cuenta que nos trae, sin distingos políticos, bueno es que cuantos se dedican a la cosa pública se esmeren un pizco en cuidar la memoria, arraigar las raíces, para evitar, como decía antes, que cuando vienen temporales seamos más débiles y dependientes de lo que históricamente hemos sido.