Tango
Que el mundo fue y será una porquería ya se dijo en Buenos Aires en 1934. El Cambalache lo cantó por primera vez Sofía La Negra Bozán en su teatro Maipo, que aún sigue allí, cerca del Obelisco. El siglo XX pasó, pero el mundo ahí sigue con «un despliegue de maldad insolente» que no parece tener cura. El presidente argentino, Mauricio Macri, pasó esta semana por Madrid y se atrevió a cantarle un tanguillo a Donald Trump, porque los empresarios que hacen el esfuerzo de dedicarse a la política se conocen entre ellos, todo por el pueblo. Hay que darle tiempo, fue el consejo; en su opinión, el presidente de Estados Unidos «irá actuando según crea», dada su tendencia a aprovechar cada momento. El tiempo sirve de terapia cuando se aplica con cuidado. Pero si a la perversión se le da tiempo, lo único que crece es la maleza. A las pocas horas del comentario de Macri, el mechón dorado le preguntó a su público: «¿cuanto tiempo hace que no ganamos una guerra?», porque la estridencia es su mensaje. Y nada mejor para hacer ruido que las bombas sembradas a racimos. Los exegetas del nuevo emperador quieren creer y hacer creer que todo es normal, «que es lo mismo ser derecho que traidor, ignorante, sabio, chorro, generoso, estafador. ¡Todo es igual, nada es mejor, lo mismo un burro que un gran profesor!», porque así entienden el funcionamiento de las cosas.
No es sólo una cuestión lejana, no es la moda americana. Es el mal de la época, del que nunca aprende ni le interesa. El Cambalache que convirtió en arte Enrique Santos Discépolo quiso describir el ambiente que precedió a la segunda gran guerra. La vigencia de ese revolcón en el merengue se arrastra por todas las esquinas; lo saben los fiscales de Murcia, los cuñados del rey, los que viven a ras del 3% de obras públicas o listas de espera. A nadie importa si naciste honrao.
