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Semana de fe pasión y tradición

Semana de fe pasión y tradición

Lunes, 20 de julio 2020, 07:10

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Semana Santa de Gran Canaria, la de los viejos barrios de Vegueta y Triana, donde surgió y se aclimató casi desde los mismos días fundacionales en la conmemoración de una pasión de expresión sencilla y honda entorno al paso del Crucificado, la que encontramos en algunos de los barrios que surgieron con la expansión urbana del siglo XX, la que solemniza estos días en muchas localidades insulares de hondas tradiciones semanasanteras, como Telde, Agüimes, Arucas, Moya, Guía y Gáldar ó Teror entre otras, esa Semana Mayor del año, como gustaba decir a nuestros antepasados, que, en palabras de Ignacio Quintana Marrero, en el primer pregón oficial de estas celebraciones pronunciado en la capital grancanaria en 1948, «...coge y sobrecoge a la ciudad de punta a punta, enseñoreándose y proclamándose dueña del ambiente. Que esa es la principal nota de la Semana Santa de Las Palmas: un ambiente que no sólo perfuma el contorno y hace que hasta el olor de las rosas y los claveles exhalen un penetrante aroma de la liturgia, sino que se hace aire vital metiéndose en los pulmones de las gentes que ya son, viven y se mueven en Semana Santa».

Una Semana Santa isleña que si bien hunde sus raíces en las primeras décadas del siglo XVI, no definirá un carácter, un ser y sentir propio, al modo que ha llegado en buena medida a la actualidad, hasta fines del siglo XVIII y primeros años del XIX, momento en el que podemos ya ubicar el punto de arranque de muchas de las tradiciones que hoy la señalan, tras pasar por el tamiz de la idiosincrasia cultural isleña. Es a partir de este momento, con la presencia de la obra culmen del Señor Pérez, como conocían sus coetáneos al imaginero guiense José Luján Pérez, del que Domingo Doreste Fray Lesco recordaba como, gracias a su amplia producción, que cada año en estos días pasionistas recorría las calles insulares donde eventualmente disfrutaba de un inmenso museo al aire libre, era «...todos los años el primer predicador de la Semana Santa...», con la conformación de muchas de las salidas procesionales que cuajaron en el tiempo, cuando cobra un gran impulso y entra a formar parte de las más señeras costumbres isleñas, pues en cierta manera en aquella sociedad cerrada y de escasos entretenimientos los ritos religiosos comunitarios contribuían a llenar las largas horas, hoy se diría de ocio, además de potenciar las relaciones sociales. No es de extrañar que Domingo José Navarro y Pastrana -hoy mas conocido simplemente por Domingo J. Navarro, por la calle que así se le nominó-, en su siempre recomendable libro Recuerdos de un noventón, publicado en 1895, pero con muy diversas ediciones posteriores, así nos lo diera a entender, dado que él mismo fue partícipe de todo ello, testigo de como «...era esperada con avidez por nuestros antepasados. En esta se lucían las mejores galas, visitándose las casas desde las cuales era posible contemplar los pasos procesionales. Allí eran agasajados con dulces y refrescos. Las procesiones en su itinerario pasaban ante los distintos conventos de monjas, ansiosas de contemplar los tronos y sus novedades...» Un ambiente y unas galas que quedaron bien reflejadas en dibujos y grabados como los que enriquecen la obra de Webb y Berthelot.

Pero esto no debe alarmarnos, ni inquietarnos demasiado, pues como ya se dijo a propósito de una Semana Santa como la de Sevilla, quién la mire con remilgos y objeciones espiritadas no la entenderá, ni comprenderá el alma del pueblo insular, ni la de los antepasados que nos la legaron. Y es que debemos intentar comprender esa Semana Mayor del año que extasiaba a los grancanarios de siglos atrás con los tronadores del Miércoles Santo, con elocuentes rituales como el Cabildo del Perdón, con las innumerables luces del Jueves, con las procesiones y penitentes del Viernes y con el correr de monasterio en monasterio para escuchar el cascado canto de las monjas en las horas de tinieblas, a la vez que disfrutaban de una excelente gastronomía de vigilia en la que el sancocho y el potaje santo eran platos estrellas, pero en la que tampoco faltaban bollos de alma, almendras confitadas y torrijas con miel. El Domingo de Resurrección se imponía madrugar sino querían perderse el Revienta Judas en la Plaza de Santo Domingo, y presenciar la persecución de su alma fugitiva plasmada en la figura de un huidizo y esquivo gato negro. Al mediodía, y como culminación de estas festividades grandes en el calendario anual isleño, era obligada la comida en familia en la que se solía degustar un tradicional guiso de carnero.

Ahora, cuando la Iglesia mira al futuro con esperanza, cuando el mundo busca de nuevo con ahínco todo lo que la espiritualidad puede aportar a su devenir lleno de incertidumbres, también se ofrece en estos días una oportunidad sugerente y atractiva para acercarnos y conocer la historia y la trascendencia de estas manifestaciones de religiosidad popular, de arte y tradición urbana, lo que ha pervivido del pasado y lo que surge de las nuevas inquietudes y de la realidad social del presente.

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